Iñaki Ortega Doctor en economía en la Universidad en internet UNIR y LLYC
OPINIÓN

Aquí hay tomate

GRAFCVA5324. LA LLOSA (CASTELLÓN), 29/08/2023.-Operarios cargan en camiones los 120.000 kilos de tomate que este miércoles servirán como "munición" festiva en la Tomatina de Buñol (Valencia)EFE/ Andreu Esteban
Imagen de archivo de un camión cargado de tomates.
ANDREU ESTEBAN / EFE
GRAFCVA5324. LA LLOSA (CASTELLÓN), 29/08/2023.-Operarios cargan en camiones los 120.000 kilos de tomate que este miércoles servirán como "munición" festiva en la Tomatina de Buñol (Valencia)EFE/ Andreu Esteban

Hacia el año 1800, Nicolas Chauvin, un joven soldado francés después de caer herido más de quince veces sirviendo a Napoleón, tiene que abandonar el ejército con una exigua pensión. Los años pasan y la época bonapartista se olvida, pero Nicolas sigue defendiendo, ahora con la palabra, pero con el mismo fervor, la causa imperial francesa. Por su verbo encendido a la vez que exagerado logra la celebridad en su país gracias a su defensa de una imaginaria e idílica Francia. Desde entonces, su apellido es usado para describir el patrioterismo.

El chovinismo es la exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero. Francia es la cuna del soldado y por tanto del término. Han pasado dos siglos, parece mucho, pero siguen ganándose a pulso ser los más chovinistas.

La que fue ministra francesa, la socialista Ségolène Royal, esta semana ha criticado en un programa de televisión los tomates españoles por "incomibles" y hacerse pasar por ecológicos "falsamente". Inmediatamente la caja de pandora se abrió, los españoles respondimos al ataque de la política y los productores galos boicotearon con más ímpetu al agro español. Chovinismo en estado puro: los productos franceses virtuosos y los españoles indignos e inferiores.

Una devoción fanática unida a una parcialidad basada en prejuicios, en el mismo lapso que los agricultores europeos paralizan el centro continental. Gasolina al fuego por parte de la exministra del Hexágono para avivar los ataques contra nuestros productos y de paso alimentar el voto ultra en las elecciones de junio.

Habrá que recordar a Ségolène que el tomate es originario de México y que somos los españoles los que lo introdujimos en Europa en el año 1521 gracias a Hernán Cortés. De hecho, tomate es una palabra azteca que los descubridores aprendieron y probaron en la conquista de Tenochtitlan. Las crónicas nos cuentan que, en los primeros viajes, Colón ya desembarcó en Sevilla con el fruto rojo y se cultivó rápidamente por todo el territorio español, tradición que ha llegado hasta nuestros días con deliciosas variedades en Murcia, Valencia, Andalucía, País Vasco, Navarra, Rioja y las Castillas. Solo gracias a España este producto se introdujo en Francia, muchos años después, señora royale.

En castellano tenemos una expresión que explica perfectamente lo que está pasando en Francia: "Aquí hay tomate". Se utiliza para explicar que detrás de algunos sucesos hay escondidas sustanciosas cuestiones. Las ofensas a nuestras frutas y verduras esconden la incapacidad de los gobiernos para acercarse a los verdaderos problemas de los ciudadanos, opacan también una burocracia europea obsesionada con contentar los estándares internacionales de sostenibilidad, pero que arruina industrias enteras.

Los insultos al vecino demuestran la impotencia de determinadas opciones políticas para reconectar con unas clases trabajadoras que se han ido alejando de estadistas de salón y sus discursos ininteligibles. Este proteccionismo trasnochado oculta un Estado confiscatorio que aspira solo a distribuir riqueza, pero no a crearla. O las subvenciones imparables que desincentivan la competitividad de los territorios y el emprendimiento de sus vecinos. Ese es el tomate del que deberíamos hablar.

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