Diez años de Podemos, el partido que pateó el tablero político español y ahora lucha por no caer en la irrelevancia

  • El 17 de enero de 2014, Pablo Iglesias presentó la plataforma Podemos en Madrid junto a unos desconocidos Errejón y Monedero.
  • Seis años después, el partido llegó al Gobierno de España, aunque muy mermado con respecto a su techo de 71 escaños.
  • Podemos rompió el mes pasado con Sumar y se presenta a las europeas para intentar iniciar su recuperación.
Ione Belarra, Irene Montero, Pablo Iglesias y otros dirigentes y exdirigentes de Podemos.
Ione Belarra, Irene Montero, Pablo Iglesias y otros dirigentes y exdirigentes de Podemos.
Henar de Pedro
Ione Belarra, Irene Montero, Pablo Iglesias y otros dirigentes y exdirigentes de Podemos.

17 de enero de 2014. En el madrileño Teatro del Barrio, ubicado en la barriada de Lavapiés, un grupo de activistas que llevan años formando parte del tejido asociativo y los movimientos sociales de la capital se reúnen para presentar una nueva plataforma. Casi todas las caras son desconocidas para el gran público, con una notable excepción: la de un profesor universitario con coleta que llevaba varios meses despuntando en las tertulias televisivas. Nadie imagina que ese proyecto, tan solo cinco meses después, dará la campanada en las elecciones europeas e iniciará un rápido e inédito derribo del sistema bipartidista en España que acabaría, seis años después, con la formación del primer Gobierno de coalición desde la II República. 

Ese profesor universitario era Pablo Iglesias, y aquel acto, el de lanzamiento de Podemos, en el que también intervinieron el que después sería número dos del partido, Íñigo Errejón; el tercer hombre de los inicios de la nueva formación, Juan Carlos Monedero; y la futura líder en Andalucía y referente de la corriente anticapitalista, Teresa Rodríguez. Ese 17 de enero de 2014, no obstante, toda la organización estaba por desarrollar: Podemos estaba recién nacido, no tenía estructuras ni programa, y se sustentaba en un grupo de politólogos y activistas con una hipótesis que poner a prueba y un manifiesto, "Mover Ficha", que resumía su primer objetivo: poner en marcha "una candidatura por la recuperación de la soberanía popular" para las elecciones europeas de mayo.

"Los de arriba nos dicen que no se puede hacer nada más que resignarse y, como mucho, elegir entre los colores de siempre. Nosotros pensamos que no es tiempo de renuncias, sino de mover ficha y sumar, ofreciendo herramientas a la indignación y el deseo de cambio. En las calles se repite insistentemente "Sí se puede". Nosotras y nosotros decimos: Podemos", rezaba el manifiesto fundamental del partido. Y vaya si pudieron. Las encuestas más optimistas pronosticaban que Podemos obtendría en las elecciones europeas del 25 de mayo un máximo de dos escaños. Sacaron cinco, con un 8% de los votos. 

Lo más significativo de esa noche, no obstante, fue que Iglesias, lejos de hacer una valoración eufórica, llamó a "la calma y al duelo". "Es verdad que los partidos de la casta han recibido el que, probablemente, sea el más serio correctivo de su historia en las urnas, pero tengo que decir que, por ahora, no hemos podido cumplir nuestros objetivos de superarles en las urnas. Mañana seguirá habiendo desahucios, mañana seguirá habiendo seis millones de parados, y Podemos no nació para ocupar un papel testimonial, nacimos para ir a por todas, nacimos para ganar, y nuestro desafío a partir de mañana es construir, con otros, una alternativa política de Gobierno en nuestro país", proclamó.

El reto estaba lanzado y, con ese mensaje, el ascenso de Podemos en las encuestas fue absolutamente vertiginoso. En unas pocas semanas, los morados ya superaban holgadamente a IU —que había rechazado que Iglesias encabezara sus listas en las europeas de mayo— en los sondeos. Y a finales de 2014, Podemos era la primera fuerza en las encuestas para las elecciones generales que iban a tener lugar a finales del año siguiente. El partido se encontraba por entonces preparando su asamblea fundacional, que tuvo lugar en noviembre, y encaraba 2015 completamente lanzado a lomos de la frase que Iglesias pronunció en ese congreso: "El cielo no se toma por consenso. El cielo se toma por asalto".

Su veloz crecimiento, no obstante, se vio ralentizado a principios de 2015, cuando el cofundador Monedero pagó 200.000 euros a Hacienda para regularizar el cobro de 425.000 euros que había facturado a través de su productora a los Gobiernos de Bolivia, Nicaragua, Venezuela y Ecuador por labores de asesoramiento. En las elecciones autonómicas de mediados de ese año, Podemos tuvo un rendimiento excepcional, aunque no logró ningún gobierno regional. La gran cita, no obstante, eran las generales de diciembre. Y ahí Podemos confirmó su irrupción con el 20,7% de los votos y 69 diputados, a tan solo 21 escaños y poco más de un punto del PSOE.

Llegada al Congreso y primeras grietas

Los morados tuvieron que enfrentarse, una vez dentro del Congreso, a una de sus las disyuntivas que marcaría su futuro: la posibilidad de entregar sus votos para que el PSOE gobernara en coalición con Ciudadanos. Podemos decidió no apoyar esta alternativa denunciando que los socialistas no habían querido negociar con ellos y les habían planteado un trágala, lo que llevó a la repetición de las elecciones generales en junio de 2016. Para esos comicios, los morados pactaron acudir en coalición con IU, y todas las encuestas pronosticaron que Unidos Podemos —la nueva alianza— superaría holgadamente al PSOE y estaría en disposición de gobernar.

El batacazo el 26 de junio, por el contrario, fue mayúsculo. El tan deseado sorpasso no se produjo: Unidos Podemos obtuvo 71 escaños, los mismos que Podemos e IU por separado unos meses atrás, pero perdió un millón de votos y únicamente salvó los muebles gracias a que la ley electoral premia la concentración del voto. La diferencia con el PSOE se estrechó hasta los 14 escaños, pero los socialistas lograron por los pelos mantenerse como la principal fuerza de la izquierda, pese a lo cual su negativa a pactar con los independentistas permitió seguir gobernando al PP de Mariano Rajoy.

Para Podemos, el batacazo de las elecciones de 2016 tuvo además otro efecto: que comenzaran a salir a la luz pública las diferencias cada vez mayores que llevaban meses larvándose entre dos sectores que pronto asumieron los nombres de sus dos cabezas visibles, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. El número dos no había visto con buenos ojos el pacto con IU y discrepaba cada vez más abiertamente de la estrategia de Iglesias y su discurso cercano a la izquierda clásica y cada vez más alejado de la transversalidad de los inicios de Podemos. El líder, por su parte, consideraba que Errejón había tomado sibilinamente el control interno del partido para, en último término, desplazarlo. 

La pelea era estratégica, era política, y también era personal entre dos amigos que habían pasado del anonimato al protagonismo público en apenas unos años y que terminaron completamente enfrentados. Tras meses de enfrentamiento mediático, y en mitad de un ambiente interno completamente irrespirable, Podemos celebró su segundo congreso en febrero de 2017, Vistalegre II. Ahí debía definirse el rumbo del partido que había sacudido el tablero político español. Y se definió con claridad: el equipo y las tesis de Iglesias vencieron con enorme claridad a las de Errejón y, en unas pocas semanas, el secretario general había desplazado a todo el entorno de su hasta entonces número 2 y le había despojado de todo su poder interno.

La marcha de Errejón

Errejón, además, fue sustituido en la portavocía de Unidos Podemos en el Congreso por la nueva figura ascendente del partido morado, Irene Montero. Las discrepancias entre el pablismo y el errejonismo, no obstante, no hicieron más que agudizarse. Iglesias y su ex número dos pactaron que Errejón se presentara a las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid en 2019, una fórmula que permitía al secretario general deshacerse de su antiguo compañero y a este, a su vez, poner en marcha sus tesis políticas en una contienda electoral. Pero ni siquiera eso salió bien: Iglesias impidió que Errejón configurase sus propias listas a la Asamblea de Madrid y este, a su vez, denunció que Podemos le impedía desarrollar una estrategia propia.

Esas tensiones desembocaron en la primera escisión de Podemos: la creación de Más Madrid, forjada a principios de 2019 tras un pacto entre Errejón y la entonces alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena —elegida en 2015 en una plataforma con, entre otros, el apoyo de Podemos—. La operación supuso la salida del ex número dos del partido morado, y su primera experiencia en solitario en las urnas fue relativamente exitosa: aunque la izquierda no consiguió mayoría para gobernar, Errejón obtuvo un 14,7% de los votos con su recién creado partido y Unidas Podemos se quedó al borde de desaparecer de la Asamblea de Madrid con el 5,6%.

Antes de eso, no obstante, los morados habían sido claves para que prosperase la moción de censura de 2018 a través de la que Pedro Sánchez se hizo con la Presidencia del Gobierno con el apoyo tanto de Unidas Podemos como de los partidos nacionalistas. Un año después, en las elecciones generales de abril de 2019, Unidas Podemos sufrió un importante bajón y pasó de 71 a 42 escaños, pero a la vez se convirtió en la llave para mantener el Ejecutivo de Sánchez. No obstante, la resistencia de los socialistas a conformar un Gobierno de coalición, unida a las buenas perspectivas electorales que preveía el PSOE en una repetición electoral, llevó a que se celebraran unos segundos comicios en noviembre de 2019.

En esas segundas elecciones se introdujo una novedad muy amenazadora para el futuro de Unidas Podemos: la vuelta a la arena nacional de Errejón apenas unos meses después de su paso a la política autonómica encabezando la candidatura de Más País. No obstante, los morados resistieron la acometida: aun perdiendo siete escaños y quedándose en 35, superaron holgadamente a los tres que consiguió la alianza de Errejón con Compromís y, sobre todo, siguieron siendo claves para la conformación del Gobierno. Tanto que, en cuestión de días, Pedro Sánchez venció sus resistencias y firmó un acuerdo con Iglesias para gobernar en coalición.

Podemos llega al Gobierno

Pese al retroceso evidente en votos y escaños, Podemos consiguió seis años después de su fundación llegar al Gobierno de España, aunque como parte minoritaria de una coalición con el PSOE. El Ejecutivo, el primero de coalición desde la II República, se vio sorprendido pocos meses después de su conformación por la pandemia mundial de Covid-19, y los morados dieron sus primeras batallas internas para mejorar el capítulo social de las medidas puestas en marcha para sostener la economía. Fruto de esas negociaciones con el PSOE salieron adelante medidas como los ERTE, la creación del ingreso mínimo vital o las medidas extraordinarias para proteger a los inquilinos durante el confinamiento.

En 2021, no obstante, Podemos vivió una sacudida. Iglesias, el único líder morado desde la creación del partido, anunciaba por sorpresa su renuncia a la Vicepresidencia Segunda del Gobierno y, pocos meses después, su abandono de la política institucional tras un nuevo batacazo electoral en las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid. La batuta del espacio quedaba en manos de Yolanda Díaz, por entonces tan solo la ministra de Trabajo y un perfil enormemente próximo a Iglesias, a quien conocía desde hacía muchos años y con quien había estado siempre alineada, también en la pugna con el errejonismo de los años anteriores.

La idea inicial de Iglesias, no obstante, era la de mantener por tiempo indefinido una bicefalia en Podemos: que Díaz se ocupara de la parte institucional y cuidara su perfil mientras él podría seguir comandando el partido y marcando las líneas políticas. No obstante, el descalabro en Madrid aceleró también su salida de la primera línea orgánica y la elegida para sucederle en la Secretaría General de Podemos fue Ione Belarra, que también se convirtió en ministra de Derechos Sociales. Irene Montero, por su parte, mantuvo sus galones de número dos, y el resto de los principales dirigentes morados también se quedaron en sus puestos.

La relación con Díaz, sin embargo, pronto comenzó a hacer aguas. Ya en su primera reunión con el grupo parlamentario de Unidas Podemos, la recién nombrada vicepresidenta marcó distancias con los modos de comunicar de los morados, y pidió a sus diputados abandonar la "política de Twitter". "La ansiedad no es buena", "ya hay demasiada ansiedad, no somos gente de ruido, trabajamos por el bien común", señaló entonces Díaz, que también elogió a un Pablo Iglesias que, dijo, "ha cambiado la historia".

La relación se trunca

Las grietas no tardaron en profundizarse y en hacerse cada vez más evidentes. Poco a poco, Díaz e Iglesias se fueron distanciando, aunque el primer choque serio y grave que los enfrentó se produjo en noviembre de ese año 2021, cuando la vicepresidenta celebró en Valencia el acto "Otras Políticas" junto a otras cuatro dirigentes el espacio progresista: Mónica García (Más Madrid), Ada Colau (Catalunya en Comú), Monica Oltra (Compromís) y Fátima Hamed (del ceutí Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía). A ese acto, Díaz no invitó ni a Ione Belarra ni a Irene Montero, lo cual fue vivido por Podemos como un agravio. Y el mitin terminó siendo exactamente lo que la vicepresidenta negó que fuera a ser: el pistoletazo de salida de su nuevo proyecto político.

A partir de ahí, la relación entre ambos fue cuesta abajo y sin frenos, y los encontronazos pasaron a ser la norma. Poco a poco, Díaz comenzó a plantear a las claras que su proyecto pasaba por trascender las siglas de Unidas Podemos y por relegar a los morados a un papel secundario dentro de la nueva plataforma electoral, que por entonces aún no estaba conformada y de la cual no se conocería el nombre, Sumar, hasta unos meses después. A nivel político también hubo claros desencuentros en cuestiones tan sensibles como el envío de armas a Ucrania por parte del Gobierno, al cual Podemos se opuso frontalmente pese al apoyo de la vicepresidenta, teóricamente su líder institucional.

Con el paso de los meses, el enfriamiento de las relaciones entre Podemos y Díaz pasó a ser un enfrentamiento a campo abierto, con todo el resto de los partidos del espacio a la izquierda del PSOE apoyando a la vicepresidenta. La tregua entre Díaz y Belarra que se puso en marcha para la campaña de las elecciones locales del 28 de mayo de 2023 no sirvió de demasiado: las candidaturas a la izquierda del PSOE se hundieron, especialmente las de Unidas Podemos. Y, tras el batacazo de todo el campo progresista, la convocatoria de elecciones generales decretada por el presidente Pedro Sánchez pilló a Sumar y Podemos a pie cambiado. 

Díaz había confirmado en abril lo que era un secreto a voces: que iba a presentarse a las elecciones. Lo hizo en un multitudinario acto en Madrid, en el polideportivo Magariños, al que Podemos rechazó acudir por la negativa de la vicepresidenta a comprometerse a elegir las listas electorales por primarias. Esa ausencia fue el último clavo del ataúd de las relaciones entre ambos, pese a lo cual Podemos y Sumar firmaron presentarse juntos a las generales de julio tras una agónica negociación hasta el último minuto en el que Díaz logró vetar la presencia de Irene Montero en las listas de la coalición.

Contra todo pronóstico, en esos comicios la izquierda consiguió remontar y mantener una precaria mayoría para seguir gobernando. Sumar logró 31 escaños, cuatro menos de los que había conseguido Unidas Podemos en 2019 y muy lejos de los objetivos iniciales que se pronosticaban cuando fue elegida líder del espacio a la izquierda del PSOE. Pero, tras meses de negociación, el pasado noviembre Pedro Sánchez fue reelegido presidente del Gobierno y Díaz confirmó su puesto como vicepresidenta y ministra de Trabajo.

Las relaciones con Podemos, pese a mantener el poder, no mejoraron tras las elecciones. Desde el primer momento, los morados avisaron de que no pensaban respetar la disciplina de voto que marcara Díaz en el Congreso. Y en diciembre, tras meses de choques en el grupo parlamentario, los morados anunciaron su marcha al grupo mixto, lo que supuso la ruptura total de los pocos puentes que pudieran quedar en pie entre ambos. 

La lucha intestina de los últimos dos años ha dejado exhausta a la izquierda a la izquierda del PSOE, y el partido que una vez logró capitanear un grupo de 71 diputados ha quedado reducido a la mínima expresión con cinco solitarios escaños en el Congreso. Podemos confía en iniciar su rearme en las elecciones europeas, allá donde comenzó todo, con Irene Montero como candidata. Diez años después, el partido que dio un vuelco al sistema de partidos en España lucha por no caer en la irrelevancia.

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