La depresión, el desafío del siglo XXI: "Si aumenta el consumo de antidepresivos, ¿por qué crecen también los diagnósticos?"

Imagen de archivo de una mujer deprimida.
Imagen de archivo de una mujer deprimida.
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Imagen de archivo de una mujer deprimida.

Es la tristeza profunda, el sufrimiento emocional extremo y uno de los trastornos mentales más antiguos que se conocen. Los griegos ya hablaban de melancolía en sus obras (μέλας "negro" y χολή "bilis"), pero el término "depresión" no se rebautizó hasta varios cientos de años más tarde, allá por el siglo XVIII. Con el paso del tiempo se ha ido concretando y visibilizando qué es la depresión, pero ha sido quizás en este último siglo cuando realmente ha pasado a un primer plano. La Organización Mundial de la Salud (OMS) llegó a calificarlo como "el mayor desafío de la Europa del siglo XXI", y calcula que en torno a un 3,8% de la población mundial sufre esta enfermedad. Los datos son demoledores: el suicidio (la consecuencia más fatídica) es ya la primera causa de muerte no natural en España y el consumo de fármacos se ha disparado en cuestión de años. 

La depresión es, de hecho, uno de los tres trastornos mentales más frecuentes entre la población europea, junto a la ansiedad y el insomnio. Si eres mujer, joven y pobre, hay más papeletas para caer en ella en algún momento de la vida. Así lo reflejan las estadísticas: según la última Encuesta Europea de Saludo en España (EESE), de 2020, el 5,2% de la población mayor de 15 años declaró haber sido diagnosticado con depresión (7,2% en mujeres y 3,2% en hombres). La prevalencia es tres veces más frecuente entre quienes están desempleados (7,6%) que entre quienes tienen trabajo (2,47%). 

La tendencia, además, es al alza. Los datos muestran un incremento de personas con trastornos mentales como ansiedad o depresión en los últimos años, y la OMS prevé que para 2023 sean la principal causa de discapacidad en el mundo. El tabú que han sobrevolado siempre este tipo de afecciones ha impedido que se visibilizaran, aunque la pandemia ayudó considerablemente en ese sentido: la salud mental es ya un asunto reivindicado por la población. 

Una voz de alarma

Ahora bien, hay una realidad imposible de medir, y es hasta qué punto el repunte de casos de depresión de los últimos años responde también a una mayor detección, a la desestigmatización, a un aumento de la sensibilidad y de la autopercepción de las emociones... y no únicamente a un empeoramiento de la salud mental. 

"Lo que ha habido es un aumento de los diagnósticos, lo cual no quiere decir que la situación de base tenga por qué haber cambiado mucho. Los diagnósticos en salud mental son categoriales. Si presentas una serie de ítems en los que es relativamente fácil de encajar (la tristeza, el insomnio la desesperanza, etc.), eres diagnosticado de un trastorno. Con lo cual, cuanta mayor búsqueda, más casos", explica a 20minutos Belén Gonzalez, psiquiatra y miembro de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN-Profesionales de la Salud Mental).

La hipótesis, cuenta González, es que las crisis económicas y la crisis ecosocial actual está generando un aumento del sufrimiento psíquico. "Por lo menos de la percepción del sufrimiento psíquico", incide. Pero también se están ampliando los márgenes diagnósticos de los trastornos mentales, "incluyendo lo que antes se consideraba normalidad". Todo ello, partiendo de la dificultad que implica definir y establecer qué es la depresión. "Se lleva discutiendo más de 2.000 años en Filosofía sobre qué es y cómo se experimenta la tristeza en los seres humanos, como para encerrarlo ahora en un solo término", asevera González. 

La psiquiatra lo atribuye a "una serie de expresiones emocionales como el insomnio, el sentimiento de desesperanza, la falta de disfrute de actividades, la pérdida o aumento de apetito, etc.". Reacciones que, tal y como precisa, todos pueden sentir en algún momento de la vida ante situaciones adversas. Es, en definitiva, una voz de alarma, una forma que tiene el cuerpo y la mente de decir que hay algo que no está funcionando. 

Ser pobre y disidente es un factor de riesgo

Hay, por otro lado, una serie de factores de riesgo que multiplican las posibilidades de sufrir una depresión, y la mayoría están relacionados con los determinantes sociales. "El consumo de antidepresivos es más de cuatro veces superior en personas con rentas bajas que altas. El riesgo es mucho mayor cuando tus condiciones de vida son peores y tus capacidades de solventar situaciones adversas, escasas", subraya. 

"Ser mujer y estar expuesta a las opresiones diarias del machismo. Sufrir racismo, homofobia... de todas estas situaciones están llenas las consultas de salud mental", añade González. Lo mismo sucede cuando las bases no son sólidas. Esto es, cuando uno ha tenido que enfrentarse a muchos problemas a lo largo de la vida, sin el apoyo suficiente o con una crianza complicada. 

Esto es lo que, entre expertos, denominan como "la herencia de la depresión". "No existe una línea genética ni nada bioquímico, pero sí vemos que los trastornos mentales se acumulan en familias, en estratos sociales y tiene que ver más con que las desventajas de la vida se van acumulando a lo largo de las líneas familiares", detalla la experta. Y son precisamente esas personas las que luego se encuentran con barreras más altas a la hora de acceder a un acompañamiento psicológico, las que no se pueden permitir ni el tiempo ni el dinero para ello. 

La "generación de cristal": más transparente que frágil

Otro tema en el que también se ha puesto el foco recientemente es en la salud mental de los más jóvenes. Datos de 2020 de la OCDE  y la Unión Europea (UE) muestran que, si el 22,5% de los adultos españoles sufría síntomas de depresión, la cifra se eleva hasta el 35,3% en el grupo de personas de entre 18 y 29 años. La incertidumbre por un futuro incierto y en un presente que no augura panoramas favorables ni en lo económico ni en lo medioambiental son factores que propician ese malestar psicológico. Pero hay otra variable a tener en cuenta. Y es que las nuevas generaciones son menos reticentes a enterrar sus emociones, a ocultarlas. 

"Tienen una capacidad introspectiva bastante mayor que la que tienen otras generaciones, cuyo principal recurso que han utilizado por lo general ha sido negar el malestar y tirar hacia adelante", señala la psiquiatra.

Luego, añade, los jóvenes se encuentran en una posición social e histórica "muy trascendental". "Se empieza a hablar de colapso, de un futuro desesperanzador, y son muy conscientes de la crisis ecosocial porque no se pueden permitir negarla. Eso es un detonante de la preocupación, de la ansiedad, la desesperanza, la tristeza, la frustración... emociones que, aunque las denominemos con un lenguaje médico, no quiere decir que sea una generación enferma, sino que están detectando muy bien las fragilidades sociales que estamos viviendo", explica. 

En ese sentido, cobra relevancia la vuelta de tortilla que han hecho los propios jóvenes respecto a la imagen de "generación de cristal" que algunos les han atribuido. Dicen ahora que sí, que son de cristal, pero porque son más transparentes, no porque sean frágiles. Que son capaces de poder verse a sí mismos y a los otros. "Es una generación más consciente, pero a la que le faltan recursos para no patologizar esas emociones", asevera. 

Los psicofármacos y el síndrome de abstinencia

Con ello se refiere la psiquiatra al aumento en el consumo de psicofármacos en cuestión de años, una solución que, según González, no aborda el origen, las causas, de esos sentimientos. La puerta de entrada al sistema público de salud es la atención primaria. Allí, cuenta González, y teniendo en cuenta la crisis que sufre el sector actualmente, las soluciones que se dan son en muchas ocasiones insuficientes o inmediatas. "Las respuestas inmediatas y automáticas muchas veces son farmacológicas, y es lo que a veces piden los propios pacientes, porque el sistema en el que estamos inmersos, lo que uno necesita es volver a la rueda. Se junta el hambre con las ganas de comer", subraya. 

Al final, destaca, se entra en una "rueda de fármacos" que no siempre funcionan. "Porque los antidepresivos no son antidepresivos. Es un nombre erróneo que la industria ha sabido utilizar muy bien a su favor. Son fármacos que atenúan moderadamente las emociones, las buenas y las malas. Pero no corrigen ningún desequilibrio químico, ni curan ninguna enfermedad. El acompañamiento es fundamental a nivel terapéutico y no siempre se hace o se complementa con los fármacos".

Con todo, las cifras del Ministerio de Sanidad apuntan a un aumento del consumo de hipnosedantes (de un 23,5% desde 2018), y España es ya hoy el país que más ansiolíticos consume de todo Europa. "Hay personas que cronifican el consumo, porque cada vez que intentas quitárselo, aparece otra vez. Además, en sí, los antidepresivos crean un problema de depresión. Es lo que se llama síndrome de discontinuación de depresivos, una especie de abstinencia de antidepresivos", cuenta la psiquiatra. Además, añade, "si los antidepresivos resuelven, y ha habido un aumento de antidepresivos ¿por qué hay un aumento de casos de depresión?". 

El papel de las instituciones

Visto el panorama, la pelota cae en el tejado de las instituciones. Con una sanidad debilitada y una salud mental progresivamente empeorada, es deber de los gobiernos tomar cartas en el asunto para tratar de resolver algunos de los motores que propician trastornos como la depresión o, por lo menos, poner a disposición de los ciudadanos una red de recurso que les permita recuperarse favorablemente. 

"Si atendemos a personas con depresión derivada de la precariedad laboral, lo que hay que abordar es la precariedad"

"En primer lugar, tanto las instituciones como la sociedad tendríamos que poder reformular la idea que tenemos del sufrimiento psíquico, y evitar esa medicalización para poder abordarla desde el lugar desde donde se están produciendo los problemas", defiende Gómez. Esto, subraya, lleva a una segunda cuestión: solucionar los problemas que causan ese sufrimiento. 

"Si estamos atendiendo a personas con depresión derivada de la precariedad laboral, lo que hay que abordar también es la precariedad. Si nos estamos enfrentando a mujeres en situación de violencia de género, lo que hay que abordar es el machismo. Una vez llegadas a la salud mental, ya vamos tarde", subraya. "Hasta que no entendamos que todo tiene que ver con la política, va a ser muy complicado resolver el problema de la salud mental", concluye la psiquiatra. 

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