Las esperanzas puestas en una recuperación rápida después de los desastres causados por la pandemia empiezan a disiparse. Los últimos datos económicos lo están anticipando, y no solo en España, también en el resto de la Unión Europea. El optimismo que se generó al final del segundo trimestre del año no se ha visto consolidado como se preveía, en los balances del tercero. La espera por las ayudas europeas va lenta.
El crecimiento del PIB se ha quedado por debajo de las previsiones y entre tanto han surgido nuevos problemas que afectan muy directamente en los consumidores. El aumento de la inflación, en porcentajes que apenas se recordaban, es el principal indicador de que la evolución no marcha bien. El incremento internacional de los costes de la energía, electricidad y petróleo es sin duda la primera causa y quizás la más inevitable. No la única, por supuesto.
Los costes de ambos servicios no solo gravan el crecimiento industrial y las facturas a afrontar a fin de mes en los hogares. Repercuten como es lógico en los precios de la práctica totalidad de los productos ellos los de primera necesidad. Las amas de casa, que suelen ser las primeras en percatarse, son las que más manifiestan su preocupación.
Muchos hogares lo están afrontando gracias a los ahorros que proporcionó la austeridad impuesta por los confinamientos. Aunque ha aumentado el salario mínimo, los ingresos con que cuentan millones de familias no crecen al ritmo de los precios. A este incremento se unen otros factores bastante inesperados: uno es el desabastecimiento de productos agrícolas que empieza a visualizarse en las estanterías de los supermercados.
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