Música entre viñedos en La Rioja alavesa

Imagen de archivo del festival Esférica Rioja Alavesa.
Imagen de archivo del festival Esférica Rioja Alavesa.
JAVIER ROSA / EP
Imagen de archivo del festival Esférica Rioja Alavesa.

Territorio alude, según el Diccionario de la Real Academia Española, a "la porción de la superficie terrestre perteneciente a una nación, una región o provincia"; es decir, se trata de un terreno con su identidad, sus tradiciones y su cultura. El Esférica, la cita alrededor de la música, el vino, la gastronomía y la naturaleza que se acaba de celebrar en Laguardia, Elciego y Labastida (Rioja alavesa) es un festival para un territorio, una etiqueta que nació en 2017 con el primer 17 º Ribeira Sacra (Galicia). 

"Apostamos por escenarios mágicos, en ninguna edición hemos querido vender todo el aforo. El Esférica, como el Ribeira Sacra, es un festival premium, muy diurno y al aire libe que aúna música, vino, gastronomía y naturaleza, donde prima la comodidad del público y su cercanía con los artistas", nos cuenta Carlos Montilla, director de Festivales para un territorio.

El acceso al escenario principal impresiona: las bodegas Ysios, ideadas por Calatrava, se mimetizan con la sierra de Cantabria (también conocida como de Toloño). La techumbre de aluminio es un eco a los riscos blancos de la montaña. Acercarse a pie después de bajar del autobús tiene algo místico, como de peregrinaje a otro mundo. El escenario, las barras de comida, de vino y otras bebidas quedan en un flanco de las bodegas, con los viñedos a la derecha. 

El festival arrancó el 18 de agosto, con Verde Prato, una de las propuestas de folk y electrónica que más me han conquistado desde el lanzamiento de su primer disco, Kondaira eder hura (Aquella hermosa leyenda, 2021), galardonado con el Premio Min a mejor álbum en euskera. Esta periodista llegó al festival por la tarde, así que nos creemos lo que nos cuentan: Ana Arsuaga (Tolosa, 26 años), pintora, compositora e intérprete detrás de Verde Prato, lo bordó y dejó al público en un trance.

Un poco fríos nos dejan Messura, la banda formada por profesores de música, que, a pesar de desplegar todo su virtuosismo suenan empastados y a fórmula: cuesta diferenciar los temas. Una pena porque tienen unas letras reflexivas que enganchan, el hombre se equivocó, nació, creció y todo lo jodió, y no me da la gana seguir ese rol.

El espectáculo queda también fuera del escenario: el ocaso se asemeja a un amanecer, con ese sol que parece que despunta pero que deja la montaña a la sombra y los viñedos iluminados.

Inmensos Gatibu, la banda de Gernika: tan personales con su mezcla de rock, reggae y melodías latinas. Con las luces bajas, el cantante Alex Sardui bailando y gesticulando hechiza más que David Byrne. Qué rabia no entender euskera, qué ganas de cumplir con esta cuenta pendiente y estudiar ese bello idioma. Aun así, esta periodista se pasó el resto del festival tarareando sus temas.

Aquí los conciertos no se solapan y prácticamente no hay colas. Por fin refresca un poco y la luna empieza a recortarse sobre unos árboles solitarios en el horizonte. Todo es perfecto, hasta que la tecnología falla y el sistema de pago cashless con pulsera se cae. Mientras dura la avería —un par de horas—, pago con tarjeta y disfruto con mis amigos de un vino blanco de Ysios descalza sobre el césped. No soy la única que paladea la vida: el público disfruta y hasta intenta cometer alguna fechoría como dejar su marca en el vino de estas bodegas. A pesar de no haber colas en los baños, más de uno intenta colarse entre las viñas a mear. Por eso, hay tanta seguridad por las vides.

En otras ocasiones, el festival ha contado con platos del chef con estrella Michelín, Francis Paniego; este año, la propuesta gastronómica es de El Socarrat. Al ser intolerante al trigo y no comer carne, el chef me adapta los dados de bacalao (rebozados en la carta) que devoro con otro vino, esta vez tinto, y unas patatas fritas.

Es bien conocida la introversión de Nina de Juan, cantante de la banda madrileña Morgan. Sentada durante la mayor parte del concierto a su piano y esquinada en el escenario, De Juan desplegó el repertorio sobre un tapete de melodías folk rock con reminiscencias a los 60 y a los 70. Le costó hablar entre canciones, y eso que como todas las bandas que tocaron en el Esférica, a Morgan les sobra talento y oficio. 

Cada uno de sus componentes los derrocha a raudales, aunque yo me quedo con las líneas brillantes de teclado de David Schulthess. Arrancan con un órgano y una ambientación que evoca a Vangelis, para tocar luego su tercer y último álbum The river and the stone con tanto brío que a ratos tengo la impresión de estar viendo a Wilco o a Band of Horses.

Ganas tenía de que llegara el primer concierto del sábado: Germán Salto actúa en el parque Feliz Mª Samaniego de Laguardia a las 13.00 horas: cogemos una cerveza y una toalla de Alhambra, que son quienes patrocinan este escenario, y nos sentamos en el césped. Y una vez más comprobamos que el Esférica tiene devoción por los profesionales. El compositor madrileño Germán Salto sale bien arropado: Pablo Solo al bajo, Alberto Arnaut, a la guitarra; Manu Garaizabal, guitarra; Willie B Planas, teclado e Íñigo Pilatti, a la batería. Melodías cuidadas con guiños a Alex Chilton, Todd Rundgren y Brian Wilson que nos hacen desear que el concierto no acabe nunca.

Muy acertada me parece la dirección intimista con letras en español que está tomando el proyecto de Salto al que, a pesar de las referencias —en el segundo corte, me viene a la mente la banda madrileña Los modelos— le sobra personalidad propia. El escenario de Alhambra es hermoso, de madera, con la Sierra de Cantabria al fondo, pero los músicos se achicharran porque el toldo es a tiras. Para el concierto de cierre (domingo 20), el de Tito Ramírez que no veremos porque estaremos ya de viaje, en la plaza de la Paz de Labastida, la organización lo cambia por sombrillas.

En esta edición, el festival ofrece seis catas. "Como novedad, la degustación de cervezas Alhambra en Hospedería Los Parajes", nos cuenta Montilla. Como no somos ubicuos, escogemos una sola: la Cata Territorios en Bodegas Villa Lucia, con representación de vinos de La Rioja, Jerez y Valencia. "Venimos a empaparnos de un territorio y en este caso del vino", nos dice Juanjo Figueroa, presidente de sumillers de Galicia, quien nos habla de la influencia en los caldos de esta zona del calcáreo que cae desde la Sierra de Cantabria y de la brisa fresca de La Rioja alavesa, esa brisa que, por desgracia, nos elude prácticamente durante todo el festival.

A las 21.00 horas, en una de las salas de Bodegas Ysios, nos hipnotiza Yoann Bourgeois con su performance Approach 17: el coreógrafo francés reflexiona sobre el éxito con una escalera y un trampolín. Son tan fluidos sus movimientos de caída y de salto que parece hasta fácil el milagro que acomete el francés con su cuerpo

Nos perdemos a Oracle Sisters, la banda afincada en París; así que nos consolamos con Sylvie Kreusch. El concierto arranca con el público sentado, pero esta chamana afincada en Amberes no tarda en ponernos de pie. No solo a sus coros electrizantes, bongos y teclados les sienta bien el humo: una capa que viene del escenario inunda los viñedos y nos sume en un ambiente fantasmagórico.

Morcheeba demuestran que el trip hop nunca pasó de moda, y que esa fusión de géneros es perfecta para el presente. El suyo es un concierto divertidísimo, con Ross Godfrey aceptando un porro del público (después de lanzar la caña diciendo que olía a buen hachís) y Skye Edwards, con su voz de maga, involucrándonos como coro. "¿Os gusta el traje?", pregunta Edwards señalándose una falda folclórica rosa y negra. 

Me llevo otras experiencias aparte de esta última, pero me las guardo junto a una respuesta: ¿cómo afectará a las uvas nuestras risas, nuestros bailes, nuestros cánticos? ¿Se notarán en las próximas cosechas?

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