Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

El sofá de Galapagar

El exlíder de Podemos Pablo Iglesias, durante la presentación de su libro 'Medios y cloacas', a 11 de noviembre de 2022 en Sevilla.
El exlíder de Podemos Pablo Iglesias.
EUROPA PRESS
El exlíder de Podemos Pablo Iglesias, durante la presentación de su libro 'Medios y cloacas', a 11 de noviembre de 2022 en Sevilla.

La vuelta de Semana Santa ha desatado sin ambages la precampaña del 28-M como paso previo y determinante a los comicios generales de final de año. Aún queda tela que cortar, pero las tendencias se van consolidando, y lo que parecen indicar es que el próximo inquilino de la Moncloa lo decidirán los resultados obtenidos por las terceras fuerzas que sumen la mayoría parlamentaria a un lado u otro del espectro político. 

En esa aritmética se afanan las encuestas de opinión sin que aún logren advertir un pronóstico claro. Lo que es obvio es que en el PP, aunque mantengan en público su convicción de poder alcanzar la mayoría absoluta, son conscientes de que hasta los sondeos más favorables les abocan a pactar con Vox para llegar a la Moncloa. Con Vox y solo con Vox, porque los nacionalistas que antes basculaban de izquierda a derecha a su conveniencia, como el PNV, ahora no pueden permitirse un acuerdo si figura Abascal en la ecuación.

A la izquierda tampoco está claro lo que pueda ocurrir con las terceras fuerzas que han de cuadrar las cuentas de una investidura. Es verdad que el PSOE, después de un final de año terrible, con la maldita ley del “solo sí es sí”, ha cogido algo de aire, gracias a los datos económicos y la presencia internacional del presidente, pero no lo bastante para tirar un solo cohete. La dependencia de lo que ocurra en el espacio político a su izquierda es total, y nada permite vislumbrar, al menos a corto plazo, un armisticio en la guerra intestina de Unidas Podemos. Los morados quieren un papel hegemónico en el proyecto Sumar de Yolanda Díaz y la vicepresidenta no está dispuesta a que lo dirija Pablo Iglesias desde el sofá de Galapagar.

Iglesias, sin cargo institucional ni orgánico en Podemos, tras una renuncia que escenificó solemne, se reservó el tarro de las esencias y la capacidad de mover los hilos de la formación que fundó. Esta percepción ayuda poco a las dos mujeres que dejó en el Gobierno, la secretaria general y ministra de Asuntos Sociales, Ione Belarra, y a su propia pareja y ministra de Igualdad, Irene Montero, quienes parecen desprovistas de la auctoritas que el exlíder morado ostenta sin disimulo desde casa. 

Pablo Iglesias no se corta en sus ataques al tándem Sánchez-Díaz, hasta el punto de mostrarse dispuesto a concurrir a las elecciones generales por separado y competir a tumba abierta con Sumar por el espacio electoral a la izquierda del PSOE. Quien piense que es un farol y que, al final, se rendirá a la evidencia del liderazgo ascendente de Yolanda Díaz en detrimento de sus peones en declive, se equivoca. Iglesias prefiere mantener un poder pequeño, que pueda manejar, aunque esté en la oposición y asumir incluso el riesgo de una desbandada en sus filas a ceder las riendas de los morados para reeditar un gobierno de coalición con Sánchez y Díaz a la cabeza en el que no toque bola.

Todos son conscientes de que si acuden por separado a los comicios generales la Ley D´Hondt será implacable y el bloque sufrirá una pérdida que algún sondeo cifra ya en torno a los diez escaños, que pueden resultar imprescindibles para obtener esa mayoría tan ajustada que le disputa el centroderecha. En el PSOE esa división preocupa mucho y con razón, porque además la imagen de caos que transmiten desconcierta y desmoviliza a su electorado.

Nadie advierte diferencias significativas en las propuestas de Sumar y Podemos; el matiz está solo en la forma de entender el ejercicio de la política, más colaborativa y de picar piedra la de Yolanda Díaz, más ruidosa y de confrontación la de los morados. Y en esto último, el del trono es el mejor.

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