La vida en tiempo de pandemia de coronavirus: 'No es una guerra pero...'

Efectivos de la Unidad Médica de la Unidad de Despliegue Aéreo del Ejército en la unidad de cuidados intensivos en el hospital de Ifema.
Efectivos de la Unidad Médica de la Unidad de Despliegue Aéreo del Ejército en la unidad de cuidados intensivos en el hospital de Ifema.
EFE
Efectivos de la Unidad Médica de la Unidad de Despliegue Aéreo del Ejército en la unidad de cuidados intensivos en el hospital de Ifema.

El lenguaje militar se ha adueñado de todos los discursos durante la pandemia de coronavirus. Médicos, periodistas, camioneros, agricultores, ganaderos, ciudadanos en general y, por supuesto, militares, comparan la situación actual con una guerra. Llevo 38 años siendo testigo de conflictos armados en cuatro continentes y puedo asegurar que no es una guerra pero…

En España ya hay 5.812 muertos desde el 3 de marzo y en Italia 10.023 desde el 22 de febrero. En apenas un mes y una semana ambos países suman casi 16.000 muertos, cuatro mil más que durante el cerco de Sarajevo, que empezó el 6 de abril de 1992 y finalizó el 14 de diciembre de 1995, tres años y ocho meses después. No es una guerra pero lo parece.

Aquí, como en la mitad de la humanidad, vivimos confinados con agua, luz, calefacción, internet, televisión, teléfono. Podemos dormir sin que nos reviente la casa a cañonazos. Hablar en videoconferencias con todos nuestros familiares sin apenas interferencias. Salir a comprar de forma ordenada sin desabastecimiento y con los precios de siempre. Y si no tenemos cuidado, es posible que nos asustemos cuando nos pesemos el día que se acabe la cuarentena.

En Sarajevo no había luz ni calefacción y el termómetro en el invierno se instalaba en el profundo menos cero durante muchas semanas. Tampoco había agua. Había que hacer colas de horas en las fuentes públicas que eran bombardeadas sistemáticamente. Tampoco había televisión ni posibilidad de hablar por teléfono. El único diario local, Oslobodenje, sacaba una edición diaria casi simbólica que se agotaba antes que el pan. Los precios estaban por las nubes para la gloria de los que utilizan la violencia para enriquecerse. Todos los ciudadanos estaban muy delgados cuando se escuchó el último bombardeo. Está claro que en España o Italia no se vive una guerra.

Ayer hubo en España 832 muertos, nuestro récord en 24 horas, y 889 en Italia cuyo récord en 24 horas se consiguió el viernes con 969 muertos. En las últimas 48 horas ambos países suman 3.500 muertos. 2.973 personas murieron en los atentados de las Torres Gemelas y unos 3.000 soldados estadounidenses fallecieron durante los primeros cuatro años de la guerra de Irak. Recuerdo días de 350 o 400 civiles iraquíes asesinados y meses muy letales con tres mil muertos.

Pero no recuerdo nada parecido en número salvo el genocidio de Ruanda en 1994. Miles de tutsis fueron asesinados diariamente y, posteriormente, miles de hutus murieron cada día durante una epidemia de cólera. Un día conseguí sumar un millar de muertos, groso modo, en un recorrido de cinco kilómetros. Vi fosas con 500 muertos y centenares de muertos apilados a la entrada de algunos de los campos de refugiados. No es una guerra pero lo recuerda.

La única noticia positiva buena de esta pandemia es que el coronavirus no se ceba con la infancia. Están en casa quizá haciendo un uso indebido de los ordenadores y viendo cómo pasan los días y las semanas a través de la ventana. Seguro que no leen lo necesario. Hay padres que están hasta las cejas de algunos de ellos. Me sorprende que apenas haya jóvenes entre 18 y 30 años en la calle haciendo las compras porque el virus es menos virulento con ellos.

En Sarajevo murieron 1.601 menores, la mayoría entre los 12 y 16 años de un total de 11.541 muertos, casi un 14%. Morían porque las clases continuaron durante todo el cerco. Algunos fueron alcanzados por francotiradores en las puertas de los institutos. A lado del edificio donde pasé muchas temporadas había un puente que recortaba el camino al colegio. Se llenó muchas veces de sangre infantil. Morían porque eran los responsables de rellenar las garrafas de agua en las fuentes. Morían porque los que tenían 12 o 13 años al principio de la guerra combatieron en los últimos meses como los adolescentes alemanes durante la caída del régimen nazi.

En las epidemias de cólera de Ruanda, en las hambrunas de Sudán, en las de este año o en las del que viene, los menores siempre pagan un precio muy alto en vidas. Recuerdo la llegada de los camiones cargados de cadáveres a las grandes fosas en Goma (antiguo Zaire) en julio de 1994. Abrían las trampillas y caían centenares de cuerpos apilados entre los que destacaban los cuerpecitos de los bebés, algunos entre los brazos de sus madres, y los de menores de todas las edades.

En muchos países en guerra es heroico llegar a los cinco años. De hecho, muchas veces entras en las estadísticas si superas esa edad. Las huidas de zonas de guerra están protagonizadas por muchos menores. Los más mayores, aunque sean menores de 10 años, se tienen que encargar de transportar en brazos a sus hermanos más pequeños. Por tanto en España e Italia no se vive una guerra.

La pandemia durará meses y sus consecuencias económicas serán graves sobre todo si España e Italia no pueden salvar la temporada estival y sus millones de turistas. El daño en vidas ya es irreparable. Cada día la suma crece sin que podamos imaginar todavía el techo final de víctimas y, menos, con las explicaciones surrealistas que dan los supuestos expertos del Ministerio de Sanidad.

El daño económico es difícil de predecir. Millones de personas se van a quedar sin trabajo temporalmente. Muchos recibirán sus salarios íntegros o reducidos. Otros se conformarán con recuperar la estabilidad anterior a la emergencia. Es posible que alguna paga extra sea anulada. Puede que muchos sufran el confinamiento forzoso como tiempo vacacional. Vamos a vivir un verano irreconocible con exámenes y partidos de fútbol a más de 40 grados y viajes restringidos o suspendidos a muchos países del mundo. Pero la pandemia se habrá superado a finales de año y seguro que empezamos 2021 con la sensación de que vivimos una pesadilla.

Las guerras duran años como en los Balcanes, Siria, Chechenia o décadas como en Afganistán, Sudán, Colombia. Hay países que nunca se recuperan del estropicio bélico y la ruina que es la guerra se instala en la vida cotidiana de su población hasta mucho tiempo después. Este año se cumple un cuarto de siglo del final de la guerra de Bosnia-Herzegovina. Pero aquel conflicto sigue marcando la vida de sus ciudadanos en la actualidad, taladrando su memoria y conciencia, y provocando cada año la emigración de decenas de miles de sus jóvenes. Se acaba de cumplir 40 años del inicio de la guerra en Afganistán. La población se ha triplicado desde entonces. La gran mayoría no conoce lo que es un país en paz. Está claro que lo que sufre España e Italia no es una guerra.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento