Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La revolución de la televisión que viene

La actualidad nos atrapa más desde la ofensa, pues la irritación se ha transformado en entretenimiento. 
Eduardo Casanova, Ramón García y Camela, en 'Grand Prix'.
Eduardo Casanova, Ramón García y Camela, en 'Grand Prix'.
RTVE
Eduardo Casanova, Ramón García y Camela, en 'Grand Prix'.

La polémica es un rentable negocio. Los mercaderes de la trinchera sacan rédito a nuestra indignación. Y la azuzan, claro. Lo sufrimos en la política del estribillo, lo padecemos en los algoritmos de la viralidad y, también, lo vemos en los sobresaltos de los medios de comunicación. La actualidad nos atrapa más desde la ofensa, pues la irritación se ha transformado en puro entretenimiento.

La peligrosa discusión frentista y manipuladora es barata, fácil y produce resultados de audiencia inmediatos, mientras que la creatividad hay que elaborarla con inversión en constancia, atrevimiento, matices e incluso contradicciones. Difícil tarea, cuando nos llevan años haciéndonos creer que todo se puede comprimir en un simplificado tuit. Incluso los ideales. 

Pero ya está. La audiencia quiere poder elegir más allá del reality show básico que piensa que sin sobresalto no hay paraíso. Hay una parte de la sociedad que está cansada de los mercaderes que sacan rédito asustando o enfrentando o las dos cosas juntas. Y se van de los medios clásicos para coger aire entre tanto estruendo.

¿Cómo recuperar al público? La revolución pasa por encontrarnos. La revuelta está en entendernos. Hemos vivido rodeados de cinismo por encima de nuestras posibilidades y la sociedad astuta necesita puntos de encuentro ingeniosos y empáticos que hablen de cómo somos en el día a día e incluso nos permitan imaginar otros mundos que enriquecen nuestra propia monotonía. Con esa fantasía artesanal, que distingue a la tele de siempre del acelerón de las redes sociales.

No es casual el éxito de El Grand Prix, la fidelidad de Tu cara me suena, el tirón de los chascarrillos de Aruseros o la ilusión colectiva por el rosco de Pasapalabra. Programas que rompen con la angustia atrincherada desde la luz, color y travesura de la tele creativa de siempre. La tele que nos motivó ilusiones. Sin embargo, la agenda mediática por momentos se pierde en las expectativas del marketing del poder y baila desacompasada de la sensibilidad de la ciudadanía que, a menudo, poco tiene en común con los argumentarios diseñados en despachos muy alejados de la naturalidad de la cotidianidad de la calle, donde las preocupaciones son otras a las que se debaten en las pantallas.

Nos hemos ido por el atajo del sobresalto de la hipocresía, demagogia y otros temores inducidos con titulares de impacto que nos han dejado, al mismo tiempo, aturdidos, exhaustos y, como definía con claridad María Teresa Campos, "embrutecidos". Sólo nos salvará que los medios de comunicación y las redes sociales aprendamos más y mejor de esa plaza pública donde celebramos todas las empatías que nos unen. Cuando hay verbena, y cuando no. Las plazas, plazuelas, plazoletas y cruces de caminos en los que la sonrisa de la curiosidad siempre es una forma de prosperar. Y eso nadie nos lo podrá arrebatar.

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