Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La tele que llaman "asusta viejas": el negocio de atemorizar

Victoria Abril interpretando a la comunicadora sin escrúpulos Andrea Caracortada en Kika de Pedro Almodóvar (1993)
Victoria Abril interpretando a la comunicadora sin escrúpulos Andrea Caracortada en Kika de Pedro Almodóvar (1993)
20minutos
Victoria Abril interpretando a la comunicadora sin escrúpulos Andrea Caracortada en Kika de Pedro Almodóvar (1993)

"Con ustedes, Andrea Caracortada, ofreciéndoles en exclusiva Lo Peor Del Día". Pedro Almodóvar se adelantó al magacín truculento en Kika (1993). Victoria Abril interpretaba a una comunicadora dispuesta a todo para atemorizar a propios y extraños. Incluso a dinamitar los códigos éticos, mientras disfrazaba el morbo de información. Violaciones, secuestros, lo que fuera... Las desgracias eran pura mercancía.

Ahora que se van a cumplir 30 años de aquel estreno cinematográfico, es evidente que Almodóvar no se quedaba corto en los devenires de los porvenires de una televisión que ya entonces enseñaba la patita.  Quizá sólo falta que los reporteros lleven su propia cámara incrustada en la cabeza, como Andrea Caracortada. Casi. Porque, hoy, hasta programas que aseguran ser "elegantes", "amables" y "blancos" tienen trazos gruesos de aquel exagerado Lo Peor Del Día

El susto se ha convertido en entretenimiento. Hay una estirpe de magacines que han interiorizado que lo peor es mejor. Y se han vuelto catastrofistas por naturaleza e incluso incendian la sociedad, provocando que haya gente que habite en peligrosos mundos inexistentes en los que los problemas reales quedan diluidos por falsos miedos que el grueso de la sociedad jamás sufrirá. Y, claro, estamos más preocupados de que nos okupen la vivienda cuando ni siquiera tenemos acceso a una vivienda.  

Da igual que la imagen no se ajuste a la realidad. Hay que impactar en la dirección más rentable. Da igual que reveles pistas de una desaparición y pongas en peligro a la víctima. El objetivo es mantener la tensión en el ojo del espectador para que agitado no cambie de canal. Lo demás, da lo mismo. Pero el periodismo ni es agravar la situación ni regodearse en el caos. Es documentar, aportar perspectivas, contextualizar motivos y ayudar a posibles soluciones. En cambio, se ha asimilado que la alarma es el atajo rápido para triunfar. Y no hay demasiado margen para invertir en la elaboración de programas con matices, rigor y creatividad. Es más infalible tirar del sórdido espectáculo de la lágrima que arrasa con todo y de un previsible todólogo, que lo mismo culpabiliza a una víctima de una violación que exclama qué bonito es el amor mientras especula con la boda de Tamara Falcó. Un todólogo que llaman de todos los programas no tanto por sus profundos conocimientos como por su supuesta popularidad y su hipotética verborrea efectista. O lo que es lo mismo: maneja con soltura los lugares comunes, la condescendencia y el sobresalto. Pero a que coste...

El frenesí de la tele parece que paraliza la reflexión sobre su responsabilidad. Más difícil aún con el auge de las eternas tertulias, en la tele y en las redes sociales, que creen necesitar las chispas del choque de la exageración para retener a los espectadores con debates que no suceden en la cotidianidad de la calle. De esta forma, se ha dado origen a un género audiovisual que algunos denominan "programas asusta viejas". Suena peyorativo, lo es. Se usa como despectivo, pues en la desvirtuación del lenguaje ya asociamos lo viejo a caduco cuando es la riqueza de la experiencia. Y encima se subraya en femenino, para más inri, debido al machismo social asumido que ve a los abuelos más venerables y a las abuelas más engañables.

Pero los "programas asusta viejas" nos asustan a todos. Hasta a la propia televisión, que está animando a su público potencial a irse a otros lares ante el agobio constante que promueve. Programas que viven en el bucle eterno del todo va mal, el terror, el enfrentamiento y la catástrofe. Lo que genera un clima de desasosiego que convierte a la sociedad en más manipulable al estar desencantada e incluso confrontada. Ideal para los populismos extremos, que aprovechan la desgana de la decepción social para abrirse camino con la tragedia real: la demagogia simplista.

La prudencia como base del periodismo se ha ido desvaneciendo.  Almodóvar acertó cuando en Kika pronosticó el retorcimiento televisivo, pero los espectadores empiezan a estar inmunes. Algo falla si en la elaboración de magacines de trepidante actualidad hemos dejado de apostar por la imaginación que nos hace únicos para quedarnos enquistados en sacar rentabilidad instantánea al alarido que enfrenta. Algunos dirán que es un simple teatro, el problema es que este teatro asusta a personas y cuando los focos de la irrealidad del plató se apagan, algunos resquemores se trasladan legitimados a la convivencia en las calles. No todo puede ser show, o el show triturará valores en los que se sustenta nuestra sociedad moderna.

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