Borja Terán Periodista
OPINIÓN

María Teresa Campos, el arte de la complicidad

María Teresa Campos con Borja Terán en la Fundación Telefónica en junio de 2019
María Teresa Campos con Borja Terán en la Fundación Telefónica en junio de 2019
Fundación Telefónica
María Teresa Campos con Borja Terán en la Fundación Telefónica en junio de 2019

Decía un directivo de televisión que aquello que funciona no hay que cambiarlo. Mentira, hay que hacer que aquello que gusta evolucione para no dejar nunca de entender a la sociedad. Y eso siempre lo tuvo bien claro María Teresa Campos. Curtida en la proximidad de radio –llegó a dirigir los informativos de Radio Cadena Española y subdirigir ‘Hoy por hoy’ de Iñaki Gabilondo–, no fue hasta los cuarenta años cuando empezó a presentar un magacín diario en Televisión Española. Aplicó, entonces, toda su experiencia de la empatía radiofónica para dar el vuelco que necesitaban los formatos televisivos del magacín en España. Soltó lastre de fórmulas encorsetadas, testosterónicas y engoladas. Y se arremangó. Y bajó a la calle. 

Sus programas estaban vivos, eran hábiles a la hora de probar secciones y contenidos nuevos. Si el invento no funcionaba, lo quitaba y a otra cosa, pero, aunque no funcionara como esperaba, no cesaba de arriesgar e intentarlo. El error es parte del sabio aprendizaje. El error es no intentarlo. Peleona, María Teresa seguía apostando por sus ideales, aunque intentaran quitárselos de la cabeza. Así fue la primera en introducir el análisis de la actualidad política en un magacín matinal, cuando aún los magacines se consideraban un contenido superficial para un público catalogado con el cliché retrógrado y machista de «marujas». Pocos creían que la información del Telediario era contenido esencial dentro del espacio de matiné y, sin embargo, su mesa de debate llegó a ser lo más visto de ‘Día a día’ en Telecinco. Todas las cadenas que descreídas huían de esta fórmula en sus matinales, después la copiaron.

Sin pinganillo, sin red, María Teresa Campos dirigía sus propios programas frente a la cámara, en riguroso directo. Era un espectáculo ser testigos desde casa del modo en que hacía y rehacía los programas a base de olfato instantáneo. Lo mismo entrevistaba a Gloria Fuertes que interpretaba un monólogo cómico escrito por Elvira Lindo. Con la habilidad de convertir la espontaneidad de lo cotidiano en protagonista principal de la tele. Con sus "Vaya terminado, amiga" cuando se alargaban las llamadas telefónicas. Con su verborrea juguetona y sarcástica con la que desafiaba a invitados y, también, a los propios prejuicios sociales. Incluso si ocurría algo que la descolocaba, rápidamente miraba a cámara y lo compartía con su audiencia con una cercanía sin paliativos.

Libre para mojarse, conversar de tú a tú con su público, retratando sus virtudes y sus defectos. Y desahogándose hasta cuando se sentía mal. Aunque siempre asomando la inteligencia del humor. En ocasiones, muchos espectadores ni sabían bien a lo que se refería con sus mensajes cifrados en directo. Con sus diálogos entre líneas el público se quedaba igualmente atrapado, pues esta incontrolable transparencia de la Campos conseguía hacerles partícipes de la evolución diaria del programa. Hasta de su propia vida. Para algunos eso era imperfección. En realidad, era su gran virtud: la naturalidad hecha profesionalidad. Tanto que sólo te quedabas viendo el programa por ella.

Sus magacines no necesitaban el reclamo de rótulos de 'última hora' ni 'exclusivas' puntuales. Había que ver su programa independientemente de las noticias del día. Bastaba la mirada de María Teresa Campos. Una periodista que no necesitaba leer el autocue o el guion como una locutora impoluta, simplemente argumentaba a cámara. Se podía trabar, pero el espectador prestaba más atención a aquello que se le estaba explicando porque no se lo estaba predicando un busto parlante. Se lo contaba María Teresa. La audiencia había tejido un fuerte vínculo con su honestidad libre de esnobismos culturales y periodísticos. Era una más de la casa. Aunque no fuera una más.

La naturalidad se hacía aún más grande porque sus programas marcaban una estructura ordenada y con segmentos distinguidos para ser recordables en la rutina de la audiencia y para que, además, nada se advirtiera monótono. Eran tiempos en los que se apostaba por una mayor dosis de creatividad en la televisión. No todo podía ser un eterno debate que no lleva a ninguna parte. La teatralidad de la tele clásica era aliada. Ella siempre perfilaba diferentes espacios escénicos en plató y con protagonistas diferenciados, lo que otorgaba más diversidad al show. Aunque fueran tertulias, no lo parecían. El 'corrillo' como si fuera una plaza pública en la que se encontraban gentes anónimas de plurales posiciones sociales, la elegancia del sofá de 'la crónica social' con las batallitas de los periodistas de la prensa rosa y el rigor de 'la mesa política' con los teléfonos abiertos para que la audiencia participara activamente. En este sentido, sus contertulios contaban con el tiempo suficiente para perfilar un personaje característico.

También se introducían desengrasantes gags en los que existía satírica autocrítica al propio magacín. Y a la propia María Teresa. Sus espectadores se reían de lo que (muchos) pensaban con ‘El Tendedero’, teatrillo con Paco Valladares y Rocío Carrasco, o la irrupción inesperada en el estudio de 'La Script', a la que daba vida su hija, Terelu Campos, y que ironizaba maliciosamente con los prejuicios sobre su madre ante la carcajada del público presente en el estudio. El magacín se cimentaba en una familia de reconocibles grandes personajes secundarios, complementarios entre sí. Como la sociedad. Una sociedad que no sólo viste de traje, también celebra, se disfraza, se pone a cantar. Así los magacines dirigidos por María Teresa Campos acompañaban desde un entretenimiento que buscaba equilibrar información y show, intentando no intoxicar la información con show, pero haciéndolas compatibles. Huyendo del show de la especulación que ejercían programas vecinos con la crónica de sucesos, como Pepe Navarro y el caso Alcàsser. No valía todo por la audiencia.

Cuando se despidió de TVE, María Teresa se arrancó a cantar una mítica canción de Rocío Dúrcal: 'Cómo han pasado los años'. Al llegar a Telecinco, inició el programa con el mismo himno. Aunque cambiando un poco la letra. "Cómo han pasado los años y aquí seguimos, día a día, como la primera vez". Y, como la primera vez, siguió hasta el final. Había hecho casi todo en la radio y casi todo en la tele, había popularizado y profesionalizado el género del magacín, había derribado estigmas machistas, había logrado lo más difícil: ser una autora de la televisión. Pero, sin embargo, ella siempre mantenía la nerviosa ilusión de la primera vez. Como si no fuera nadie. Como si fuera una recién llegada.

Esa ilusión que necesita seguir siempre aprendiendo de lo que viene, esa ilusión de saber que siempre hay una historia nueva por descubrir. Me percaté de ello mientras nos mirábamos a los ojos el día en el que presentó mi libro 'Tele' en la Fundación Telefónica, allá por 2019, tan lejos y tan cerca. María Teresa acudió tan implicada que casi estaba más ilusionada que yo. Y, entonces, descubrí que María Teresa siempre será el futuro de la comunicación. Porque María Teresa Campos siempre representará la esencia de la comunicación: el arte de la generosidad.

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