Borja Terán Periodista
OPINIÓN

María Teresa Campos, la obsesión de la mujer que incorporó la política al magacín

María Teresa Campos en 'Día a día'
María Teresa Campos en 'Día a día'
Telecinco
María Teresa Campos en 'Día a día'

Pocos confiaban en la política en un magacín. El prejuicio machista acechaba y sentenciaba que este género televisivo era una "cosa" para "féminas" que sólo consumen los entretenimientos de las ligerezas de la vida. Pero María Teresa Campos nunca fue de agachar cabeza frente a los prejuicios y, curtida en la dirección de informativos de la radio, consiguió incorporar una tertulia de actualidad de información.

Su espacio, Día a día, fue el primer matinal en demostrar que a la audiencia de un magacín le interesaba, y mucho, ver las mismas noticias del Telediario enfocadas desde otras ópticas. Daba igual que fuera en el mismo estudio en el que había corrillos que iban del corazón más divino a la comedia más costumbrista, con guiones de Elvira Lindo. Todo era un carrusel de diversidad social cosido por el carisma de María Teresa Campos. Porque, entonces, la audiencia no se conectaba a un canal u otro por el ruido de una exclusiva puntual. Se iba a una determinada cadena por la autoría de sus programas, sustentada en sus comunicadores.

Y María Teresa Campos siempre ha sido autoría pura. Aunque, ojo, no confundir autoría con tomar partido. Campos había crecido en un periodismo que intentaba ejercer el equilibrio ideológico en sus programas. O se sentía fracasando profesionalmente. La objetividad no existe, entendía que era lógico que asomaran sus posiciones ideológicas, pero la honestidad debía primar en los enfoques. Le daba "repelús" los que tutelaban al espectador. 

En este sentido, María Teresa tenía una escrupulosa obsesión con que nadie posicionara su trabajo. Temía que las vehemencias del privilegio frenaran su capacidad de tomar el pulso a la pluralidad de la calle, sobre todo en actualidad informativa que no lo mismo que otra sección más lúdica. Sabía la diferencia de un gag con Paco Valladares a una conexión periodística. Aunque siempre pensando que su televisión debía ser un punto de encuentro de todos. O se quedaría fuera de juego. 

"La televisión ha perdido teatralidad y, paradójicamente, a la vez parece menos real. La vida es así de contradictoria".

La mesa de política y el resto de espacios de Día a día reunían voces que fueran representativas socialmente. No sólo de los medios de comunicación, también de los barrios de España. Un abanico plural que, como inevitablemente se podía quedar cojo, abría a diario el teléfono a las ideas de los espectadores. Lo que provocaba una imprevisibilidad extra para la emisión. Cualquier voz podía entrar. Ahora dicen que una llamada baja la audiencia porque no retenemos la atención sin imagen, pero hay otras fórmulas bien visuales para invitar al público a participar y que hagan más suyos sus programas.

La vida la hacen los secundarios. Y María Teresa Campos intentó congregar en sus espacios a personajes habituales que proyectaban sensación de familia. Con sus piques, con sus afectos, con su verdad. A la propia María Teresa le resultaba frío uno de los decorados de los años en el estudio 2 de Prado del Rey en TVE y consiguió que le construyeran una escalera de madera para simular un hogar. Aunque la escalinata fuera tan de mentira que ni se podía utilizar. Pero transmitía un ambiente más acogedor que disimulaba el lado industrial del plató. Había que diferenciarse de otros formatos.

Ahora (casi) todos los platós españoles son naves espaciales clónicas. La televisión ha perdido teatralidad y, paradójicamente, a la vez parece menos real. La vida es así de contradictoria. Para llevar esa realidad al plató, María Teresa Campos no se conformó con debatir la política en sus programas. Hubo otro paso más importante: que la agenda que marcaban los partidos no carcomiera sus contenidos. Se dio relevancia a la información social y de consumo, la más práctica para la audiencia en su día a día. Fruto de la experiencia de la radio, se priorizaba comprender al espectador y sus vulnerabilidades.  Y había mucha tertulia, pero no todo se podía debatir. Los sucesos no se ponían a debate, aunque Pepe Navarro rompiera las audiencias especulando con ellos por la noche.

El rigor era estandarte, la trinchera avergonzaba. Y así todas las secciones, por muy dispares que fueran, del "tendedero" a la información, intentaban abrir lo suficiente la mente para retratar e incluir a una sociedad que parecía tener muy claro lo que quería ser y donde no quería volver. María Teresa Campos lo consiguió. A su manera, rompió tabúes, incluso sobre sí misma por ser mujer y empezar a destacar en la televisión de primera línea pasados los cuarenta años. "Vieja", ya era denominada como castigo en el año 90. Sin embargo, su periodismo se olvidada rápido del esnobismo de las élites. Aquellas supuestas imperfecciones con que pretendían atacar sus programas eran su gran virtud: no era parte del decorado, no era un florero, era una comunicadora tan transparente que contagiaba honestidad. Hasta cuando no debía.

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