OPINIÓN

La campaña volátil

El líder del PP y candidato a las elecciones generales, Alberto Núñez Feijóo, junto al expresidente del Gobierno Mariano Rajoy en la plaza de toros de Pontevedra.
El líder del PP y candidato a las elecciones generales, Alberto Núñez Feijóo, junto al expresidente del Gobierno Mariano Rajoy en la plaza de toros de Pontevedra.
EFE
El líder del PP y candidato a las elecciones generales, Alberto Núñez Feijóo, junto al expresidente del Gobierno Mariano Rajoy en la plaza de toros de Pontevedra.

El PP se las prometía felices el día en el que Pedro Sánchez, en un súbito rapto de fe en su propia genialidad política, disolvió las Cortes Generales y convocó unas extemporáneas y extravagantes elecciones el 23 de julio, con la fresca y en vacaciones. Lo hizo menos de doce horas después de saber que había perdido las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo. Los populares pretendían ver a Alberto Núñez Feijóo en Moncloa en apenas dos meses, y decidieron iniciar la campaña con una suicida suficiencia.

El vodevil de los pactos del PP con Vox en los diferentes territorios —en unos sí, en otros no y en otros, mediopensionista— permitió al PSOE recuperar un hálito de vida. De repente, el combate que estaba perdido se acercaba a un empate y con varias semanas de campaña por delante para ganarlo. Y a ganarlo se puso el PSOE y a perderlo se puso el PP. Los sondeos –salvo la sociología creativa de Tezanos en el CIS– seguían reflejando una ventaja considerable de los populares, pero con tendencia sostenida a la baja. Y en la sede de Génova 13 se empezó a pensar, con buen criterio, que al PP le estaba ocurriendo con Vox lo mismo que al PSOE con Bildu en la campaña para el 28 de mayo: que Sánchez tenía la iniciativa de campaña durante varias semanas hasta que se supo que Bildu llevaba a varios etarras en sus listas electorales.

Esta vez, la iniciativa de campaña pasó del PP al PSOE, hasta que ocurrió lo que nadie en la sede de la calle de Ferraz ni en Moncloa pensaba que podía ocurrir: que todos los medios, incluidos los más partidarios de la causa socialista, consideraran que el debate del pasado lunes pudo haber sido manifiestamente mejorable para el presidente del Gobierno. Se había producido el golpe de timón que el PP necesitaba para romper la negativa dinámica de su campaña.

Ahora, Feijóo navega con el viento en su popa, pero esto no ha terminado. En primer lugar, está por ver que el candidato popular sepa aprovechar ese empuje para multiplicar el número de sus escaños. Segundo, aún no se puede descartar que el PP desbarate de nuevo su ventaja autolesionándose, como hizo negociando con Vox durante semanas. Y tercero, nadie debe descartar que Sánchez haga resucitar su campaña por méritos propios o ajenos.

Aún tenemos ocho días de campaña por delante. A Feijóo se le harán largos y a Sánchez, cortos. Feijóo tachará con entusiasmo en el calendario cada jornada que transcurra sin que pase gran cosa. Sánchez se desesperará cada noche si no consigue remover las aguas del estanque político. Y, en medio de todo ello, de aquí al lunes veremos varios sondeos que nos mostrarán en qué dirección circula el tráfico electoral y a qué velocidad. Vienen curvas y los pilotos tendrán que demostrar su pericia al volante.

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