Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Tomar un café con la muerte

Hay cafés que nunca se olvidan.
Hay cafés que nunca se olvidan.
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Hay cafés que nunca se olvidan.

Confieso que me obsesionan los centros de interpretación. Son un modo curioso de gastar dinero público, un objeto de lucha de competencias entre administraciones y, en muchas ocasiones, un sacaperras con un resultado pobre en el que, si tienes suerte, encuentras un edificio en el que te puedes tomar un café. Confieso que hace unos meses creí inventar la expresión centro de interpretación de la muerte como eufemismo de la palabra cementerio  para hacer un artículo de crítica a este fenómeno, a un cierto lenguaje insoportable y al atrevimiento que tienen algunas administraciones cuando se trata de buscar fondos para gastar. Confieso que no busqué en Google si la expresión ya existía

Confieso que después de la publicación hice una búsqueda de mi artículo para comprobar que no había ningún error y reconozco que me quedé de piedra cuando comprobé que en el Diario de Mallorca había un proyecto en marcha para hacer un centro de interpretación de la muerte en el cementerio de la localidad mallorquina de Binissalem. La realidad gana a veces a la imaginación. He llamado al ayuntamiento, he pedido información y me han dicho que el proyecto se ha parado por un problema de competencias. Habrá que seguirlo de cerca y ver si se acaba construyendo. 

En un alarde de simpatía y al notar mi decepción, la persona que me ha atendido me ha dicho que lo que sí que tiene éxito en Binissalem es el llamado "café con la muerte" y me sugirió que llamará a su responsable, que responde al nombre de Glynis. Así lo he hecho. Aquello sonaba interesante y, a fin de cuentas, me había quedado sin historia a la primera de cambio. Al otro lado del teléfono me ha recibido con una calidez especial una voz dulce con acento británico y algo mallorquín, entusiasta y vibrante. Glynis German me explica, entre otras muchas cosas, que ella es celebrante. Empezó celebrando bodas y otros eventos, pero ahora celebra funerales. Le hablo de mi amigo Luis Cebrián, que también celebra bodas, y de cómo el escritor Ismael Grasa le dijo un día que debería prepararse para celebrar funerales.

Un grupo de personas hablan de la muerte, toman café y comparten experiencias. Hay espacio para todos, no es una terapia, hay un turno, se escucha, se respeta y puede salir una sesión dura o muy divertida.

Glynis organiza todos los meses el café con la muerte. Un grupo de personas hablan de la muerte, toman café y comparten experiencias. Hay espacio para todos, no es una terapia, hay un turno, se escucha, se respeta y, según afirma ella, puede salir una sesión dura o muy divertida. Se puede hablar de lo que se espera en el futuro, de una experiencia propia, del duelo, de la ausencia y la pérdida. Glynis, además, se está preparando para ser doula de muerte. Hay cursos para esto y dice que es un trabajo importante, necesario y con futuro porque nadie debería morir en soledad.

Durante este fin de semana, además, se va a celebrar en Binissalem el festival “Dando vida a la muerte” en el que habrá entrevistas, mesas redondas, conferencias y proyecciones de cortometrajes. Se puede seguir por internet. Habrá además cafés de la muerte específicos para sanitarios, funerarios, supervivientes de tragedias, homicidios, suicidios e incluso para niños y sus cuidadores. Glynis me dice que ella es británica y que la fiesta de Halloween no es parte de su cultura. Le gusta que otros celebren todos los santos. Entiende que se frivolice el asunto porque el ser humano es así y lo americano tiene mucho impacto, pero ella, en lugar de pensar en el truco o en el trato, se va a tomar varios cafés con la muerte y yo, que quería hacer escarnio del enésimo eufemismo político convertido en realidad, he aprendido una buena lección. 

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