Pablo Casado: el sueño frustrado del chaval de Nuevas Generaciones que renunció a París

  • Un mes fatídico ha acabado con su etapa al frente de Génova 13, perdiendo el pulso con la que fue su apuesta personal, Isabel Díaz Ayuso.
  • Bajo su presidencia, que no llegará a cuatro años, se disputó los votos de la derecha con Ciudadanos y Vox, en una relación llena de vaivenes. 
  • Lo descubrió Esperanza Aguirre y se curtió en Nuevas Generaciones y como jefe de gabinete de Aznar en Faes. 
  • Teodoro García Egea, su secretario general, fue clave en su ascenso y en su caída.
Pablo Casado se dio un baño de masas en la plaza de toros de Valencia.
Pablo Casado se dio un baño de masas en la plaza de toros de Valencia.
EFE
Pablo Casado se dio un baño de masas en la plaza de toros de Valencia.

Nadie, ni el propio Pablo Casado, hubiera imaginado el pasado 3 de febrero, a pocas horas de votar la reforma laboral en el Congreso, que tres semanas después los barones de su partido lo empujarían por un barranco, que sería abandonado por los suyos camino al cadalso de un congreso extraordinario que le despojará del poder a principios de abril, antes de cumplir los cuatro años al frente del PP. Una década menos que su antecesor.

Nadie hubiera imaginado que el primer presidente del PP elegido en un proceso interno que incluyó primarias jugaba el descuento y clamaría esta semana, en una traumática reunión que se alargó hasta la madrugada, por una salida digna ya despojado de secretario general, de guardia pretoriana, de casi cualquier partidario

Él, criado por Esperanza Aguirre, por Manuel Pizarro, por José María Aznar, rodó ladera abajo, noqueado por el error de Alberto Casero en el Congreso, primero, y por la victoria insuficiente en Castilla y León, después, pero ya totalmente K.O. tras una disputa canchera contra Isabel Díaz Ayuso, la que fuera su propia apuesta en 2019.

Tres años y ocho meses después de llegar a la planta noble de Génova, a Casado, el producto cumbre de Nuevas Generaciones, se le truncó el sueño de ocupar la Moncloa, de firmar su cuadro en la galería. Habrá que desempolvar los archivos de los periódicos para recordar que un joven palentino de 37 años se asentó en el mascarón de proa de uno de los dos partidos más grandes de España tras doblegar al establishment de la organización. Que en plena efervescencia adanista de la política española -Pablo Iglesias, Albert Rivera, Pedro Sánchez-, la militancia lo quiso antes que a una vicepresidenta y a una secretaria general.

La conjura de El Retiro

A Pablo Casado le empezaron a salir las cuentas tras un paseo por El Retiro junto a un amigo ingeniero, un diputado murciano de 33 años. Valoraba entonces la opción de mudarse a París para trabajar en un multinacional. Era un sábado soleado de junio y a los dos los acompañaban sus hijos. No hay día malo para planificar el asalto a un partido. Teodoro García Egea, que llevaba semanas almorzando junto a otros diputados jóvenes en Luarqués, un restaurante cercano al Congreso, había hecho números: la división entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, unida a la no concurrencia de Alberto Núñez Feijóo, podría dar vía libre a un tapado.

Y Casado era perfecto. Alguien que salía airoso de tertulias donde le arrojaban casos de corrupción como perdigones. Un memorión que no necesitaba de papeles para desplegar una oratoria fluida. Un chaval con lecturas que hizo de la sede del partido su garita. Alguien a quien no se le caía la sonrisa ni en una reyerta, con un vídeo viral donde convertía un 68 en un 89, del mayo propagandístico al muro de Berlín. Un ideal de juventud. El único de los candidatos capaz de reivindicar simultáneamente el legado de Aznar y de Rajoy, expulsado en una moción de censura tras el pringue corrosivo de las corruptelas.

Afiliado al partido con 23 años, comenzó a alternar con las figuras del PP en la etapa dorada del aznarismo. En Icade compartió pupitre con el hijo de Manuel Cobo, asesor de confianza de Alberto Ruiz-Gallardón, y en el colegio mayor de los padres agustinos invitaba a las figuras para dar charlas. Aguirre quedó prendada de un chaval que quería ser notario. Tras entrar como asesor del consejero autonómico Alfredo Prada, animado por la líder 'popular' en 2005 tomó las riendas de las Nuevas Generaciones de Madrid.

Se popularizó a un ritmo endiablado: en 2007 accedió como diputado a la Asamblea de Madrid y en 2009 se enroló en el equipo del expresidente Aznar como jefe de gabinete en Faes. Tres años tejiendo contactos con especial vinculación a los Estados Unidos. En 2011 desembarcó en el Congreso como diputado por Ávila.

Primero Ciudadanos, después Vox

Casado, un hombre de misa dominical, desprendía la seguridad de los idealistas cargados de valores. “Yo soy un liberal puro, el primer presidente del Partido Popular liberal en esencia. Afecto a la Escuela de Chicago. Mi referencia ideológica es Friedrich Hayek”. La confesión la recoge el periodista Graciano Palomo en La larga marcha (La esfera de los libros, 2020), donde narra la transición de Rajoy a Casado con epicentro en el congreso extraordinario de julio de 2018. Siempre arropado por alusiones a lecturas de liberalismo político, procuró continuamente insuflar a su discurso reminiscencias de Reagan y Churchill, sus referentes. “Ambos plantaron cara a los totalitarismos fascistas/comunistas y dejaron sus países mucho mejor que lo encontraron”.

Un catecismo resumido en el minuto y 53 segundos con el que se despidió del Congreso el pasado miércoles. La reivindicación de la Transición, el recuerdo a las víctimas de ETA, al espíritu de Ermua, la Hispanidad, el europeísmo y la unidad nacional.

Unos principios monopolizados por el PP hasta su llegada. La competencia primero de Ciudadanos y después con Vox. La foto de Colón con el objetivo común de expulsar a Sánchez y a sus socios. El órdago fallido de Albert Rivera y la ciclotimia con Santiago Abascal, con quien nunca más volvió a hablarse tras la moción de censura fallida del 22 de octubre de 2020. “No somos como usted porque no queremos ser como usted”, reprochó el líder de la oposición en un discurso duro, tomado como un agravio por el líder de la derecha radical, con quien también había coincidido en las juventudes del partido.

La apuesta de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz en un intentó de contentar a cierto electorado tampoco funcionó. Pero Casado, tras salvar el peor resultado de la historia del PP en abril de 2019 (66 diputados), se recompuso y conquistó con una épica rocambolesca, por primera vez, la Junta de Andalucía. “Esto te lo debo a ti, presidente”, le reconoció Juanma Moreno. Tres años después terminó aupándose en las encuestas tras la victoria de Ayuso en Madrid el pasado 4 de mayo. Había posibilidades pero todo se disipó. “Tenía miedo a que le quitara el sitio, yo lo he visto. Era una bomba política y estaba en nuestro partido. Tenía que haberse presentado de la mano con ella por todos lados”, contaba una diputada esta semana.

Casado cambió tres veces de jefe de gabinete y se aisló. Nunca lo hizo del secretario general, a quien acusan de haberlo abducido. Le abandonaron los suyos. Casado rozó el poder con las yemas de los dedos, erosionado por el poder sin llegar a tenerlo. “Mi candidatura es la única que puede garantizar que el Partido Popular no se rompa”, pregonó con el primer día de primarias en 2018, frente a diez jubilados que desayunaban churros en León. 

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