Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Aitana y la emoción de bajar la escalera del Festival de Sanremo

Aitana ha participado en más que un festival, en un sentimiento nacional
Aitana actuando en Sanremo con Sangiovanni
Aitana actuando en Sanremo con Sangiovanni
RAI
Aitana actuando en Sanremo con Sangiovanni

Siempre impone bajar las empinadas escaleras del decorado de un gran espectáculo de prime time. Más aún si es en riguroso directo. Más aún si es la primera actuación de la noche. Más aún si se trata del Festival de Sanremo. Aitana ha vivido esa emoción esta noche. Su expresividad ha ido marcando en su rostro las inquietantes partes de cuando tienes que descender tal cosa sin ser vedette y, lo principal, sin querer caerte delante de más de media Italia. De la concentración inicial de salir a escena al reojo dubitativo hacia el peldaño para terminar en una media sonrisa al levantar la mirada y divisar la adrenalina del público expectante.

Así ha empezado la noche previa a la final de la edición 74 de Sanremo. La noche donde los participantes comparten con otras grandes estrellas. Perfecto para jugar a la nostalgia, al reencuentro, la mezcla. Aitana ha sido la compañera de Sangiovanni. Y han cantado el tema que les ha unido MariposasFarfalle, en italiano. Un éxito para brillar sobre seguro.

Aparecer en el cinema teatro Ariston en una noche como esta es una victoria sea cual sea el resultado del televoto. Porque Sanremo en Italia se vive como una religión, que paraliza el país y logra audiencias del más del sesenta por ciento de cuota de pantalla. Este viernes, Aitana ha traspasado la barrera de la popularidad italiana.

Sanremo es más que un concurso musical, sobre todo es un acontecimiento televisivo y social que lleva en emisión desde el año 1951. De hecho, Eurovisión se inspiró en esta cita. Aunque Sanremo mantiene las cualidades que le mantienen único: no ha eliminado la orquesta en directo, no ha cambiado el ajustado espacio del cinema en el corazón de la ciudad por un gran estadio. Los artistas no tienen espacio para rodearse de grandes escenografías, su fuerza sigue centrada en su voz. Con ciertas licencias estéticas y dramáticas, claro.

El guion del programa equilibra la solemnidad del rigor de certámen tan prestigioso para el país con el show de variedades de la tele clásica. Entre canción y canción, hay personajes que irrumpen inesperadamente por el escenario, que desengrasan, que allanan la intensidad de la noche con guiños nacionales que ni Aitana ni nosotros pillamos. Hasta entran las fuerzas del orden público para exhibir a la policía canina. De repente, la sensibilidad de las canciones se convierte en un magacín de tarde.

Todo en una sala de cine a la que se le introduce casi a presión un decorado en el que más es más. Bien de pantallas, bien de redondeces, bien de brillos, bien de luces. Bien de la fantasía de la tele italiana, esa que invita a soñar hasta cuando no tienes con qué soñar. Vale, una escenografía que se podría denominar Hortera con Mayúscula, sí. Pero hortera y, a la vez, elegante cuando se exhiben los artistas ante su sociedad. Es la gracia de la televisión en Italia y de Sanremo: logra representar la esencia de una sociedad que puede ser hortera y elegante al unísono. Porque lo que nos dijeron que era contrario se puede tocar si se baila bien. Porque somos contradictorios, más de lo que creemos. Pero, al final, las canciones nos terminan juntando.

Sanremo consigue ese glamour de la reunión social que termina acogiendo hasta los que parece que se quedan fuera. La emoción de la música que paraliza Italia para ver quién gana, para ver quién se queda como sucedió bajo ese mismo techo del viejo Ariston con Laura Pausini, Andrea Bocelli o Eros Ramazzotti. Aitana lo ha debido flipar compartiendo espacio con personalidades tan dispares como Alberto de Mónaco o los perros policías. Ha estado en más que un festival, ha participado en un sentimiento nacional.

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