OPINIÓN

Primavera silenciada

Campo extremeño afectado por la sequía
Campo extremeño afectado por la sequía
EUROPA PRESS
Campo extremeño afectado por la sequía

Este invierno nos ha dejado tan acalorados como boquiabiertos, 30 grados en Málaga en diciembre, 32 en Valencia en enero. El tiempo está loco, confirman las recién caídas nieves a las puertas de una primavera en donde marzo ha torcido el rabo. El cambio climático está aquí, más rápido y duro de lo esperado, más desorganizador, llevándose por delante cosechas enteras, activando alertas de sequía donde siempre hubo agua abundante, matando de sed a bosques enteros, provocando éxodos de refugiados climáticos.

Las plantas están despistadas, desorientadas. Unas florecen antes de tiempo, demasiado pronto; otras no florecen porque no llueve. Les pasa lo mismo a los animales. Hemos descuadrado todo el calendario de la naturaleza, pero lo peor no es este desajuste de estaciones. La auténtica tragedia es la pérdida galopante de biodiversidad: el 85% de los hábitats españoles y el 63% de sus especies están en peligro.

El campo se está quedando vacío, sin gente en el mundo rural, sin criaturas salvajes en el mundo natural. Esta tendencia pone en peligro las economías, pues por muy urbanos que nos consideremos necesitamos estaciones, lluvia, campo, naturaleza para garantizar nuestro futuro, pues son recursos imposibles de fabricar.

Es la primavera silenciosa de la que nos advertía hace 60 años la bióloga Rachel Carson, pero en realidad nos enfrentamos a una primavera silenciada, sin voces. El coro de aves y de insectos no deja de menguar. Sus poblaciones son cada vez menos numerosas; algunas directamente se han extinguido. Gritan, pero no las escuchamos. Confiamos en la tecnología, pero luego cae una tormenta, una nevada, una inundación y descubrimos nuestra extrema fragilidad. Y nuestra patética soledad.

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