OPINIÓN

La extraordinaria habilidad del presidente

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al candidato socialista a la presidencia de la Xunta de Galicia, José Ramón Gómez Besteiro.
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al candidato socialista a la presidencia de la Xunta de Galicia, José Ramón Gómez Besteiro.
EFE
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al candidato socialista a la presidencia de la Xunta de Galicia, José Ramón Gómez Besteiro.

El pasado mes de mayo, Pedro Sánchez demostró su extraordinaria habilidad política –nadie podrá cuestionar esa virtud–: después de que el PSOE se descalabrara en las elecciones municipales y autonómicas, tomó la decisión de adelantar abruptamente las elecciones generales, para celebrarlas el 23 de julio. Se trataba de una fecha extemporánea para ir a votar, pero estupenda para evitar que se abriera un debate sobre el futuro inmediato de Sánchez, así dentro como fuera del partido.

El PSOE también perdió las elecciones de julio, pero, de nuevo, la extraordinaria habilidad de Sánchez permitió incluir en el bloque progresista a un nuevo socio: Junts, con Puigdemont fugado en Waterloo. Ahora, Puigdemont es progresista. Todo vale cuando el objetivo es el poder.

Pero llegó Galicia, y la suma de derrotas electorales empieza a resultar preocupante para los socialistas. Porque, en nueve meses, el PSOE ha perdido sucesivamente las elecciones municipales, las autonómicas, las generales y las gallegas. Y de aquí al verano, habrá elecciones vascas, donde el PSOE solo aspira a ser la muleta del PNV o de Bildu, y europeas, que serán un referéndum del sanchismo y de su amnistía. Si Sánchez perdiera y mantuviera el criterio que él mismo estableció el pasado mayo, debería disolver las Cortes y convocar elecciones generales. Pero el presidente ha demostrado una extraordinaria habilidad –disculpen la reiteración– para hacer una cosa, su contraria, y seguir en el poder.

La última explicación oficial de Moncloa sobre el problema territorial del PSOE es que faltan líderes autonómicos fuertes. Podría ser cierto, con la salvedad de que Pedro Sánchez nunca, en sus años como secretario general del PSOE, ha promovido ningún liderazgo fuerte que no fuera el suyo. Ha convertido el viejo Partido Socialista de los poderosos comités federales, con intensas discusiones internas y cuestionamiento del jefe, en una parcela privada en la que nunca nadie levantó la voz lo suficiente como para ser oída y mucho menos, escuchada y atendida. Sánchez sufrió cuando fue forzado a dimitir como secretario general en 2016. Después, cuando ganó las primarias en 2017 fulminó cualquier metodología interna que pudiera cuestionar sus decisiones. Y hasta hoy. Sánchez elige a dedo a los candidatos autonómicos y municipales y, en su mayoría, se han estrellado en las urnas. Casi todos, salvo Emiliano García-Page, que resulta ser el líder territorial menos sanchista.

Si el sanchismo pretende ahora que sus barones merezcan ese nombre, tendrá que concederles la libertad de acción que no han tenido hasta ahora, y eso supondría volver al modelo de partido presanchista. ¿Lo permitirá Sánchez?

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