Las elecciones gallegas han logrado lanzar mensajes a toda España pese a que sus resultados no hayan modificado un ápice su imperturbable mapa político. Los gallegos han votado por mantener el mismo presidente, el mismo gobierno y, prácticamente, la misma oposición.
Había, no obstante, tantas expectativas ante esta primera cita con las urnas tras las elecciones generales que el tenso y crispado ambiente político nacional esperaba con ansiedad el veredicto gallego. Y, aunque su sentencia responda muy claramente a la geografía política de su territorio, las lecturas más allá de sus fronteras no han defraudado.
El inseguro liderazgo de Alberto Núñez Feijóo al frente del PP ha recibido el necesitado oxígeno para reforzarse. También su vacilante estrategia contra el sanchismo, capitaneada por la amnistía, la han visto refrendada en Génova, donde ya señalan a las elecciones europeas como la siguiente debacle para Moncloa. Al tiempo, Vox confirma un lento declive.
Sánchez y sus fieles, por su parte, encajan el golpe pero mantienen su hoja de ruta que, pese al incontestable varapalo electoral, podría recoger algún fruto del 18-F: si los exigentes socios de Junts entienden la fortaleza exhibida por el PP y el altísimo coste de sus pactos para los socialistas podrían aligerar la presión en las negociaciones sobre la amnistía y los Presupuestos… o arriesgarse a perder todo.
Tanto para Díaz y Sumar como para Podemos, sin embargo, no hay lectura paliativa posible. Su abrupta ruptura y la actual división castiga a ambas opciones que enfrentan un futuro incierto.
Finalmente, otro mensaje llega hasta Euskadi, donde sus comicios podrían convocarse antes del verano. La pujanza del BNG, priorizando la agenda social, tal como viene haciendo Bildu, empuja la estrategia de Otegi contra el PNV, pero a costa, también, de los socialistas vascos. Atentos, pues, en Moncloa, a las izquierdas territoriales.
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