OPINIÓN

Zombis con identidad

Nuevo logo de Twitter, ahora llamado X.
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EUROPA PRESS
Nuevo logo de Twitter, ahora llamado X.

Veo en Youtube el último capítulo de Zazza el italiano, un youtuber que recorre, cámara en mano, los peores barrios de España y del mundo. El más impactante es el último: el amigo Zazza entra en Kensington, Filadelfia, el barrio de los zombis del fentanilo. Cuerpos cadavéricos, rostros torcidos, movimientos morosos y extravagantes, esos muertos vivientes parecen sacados de una distopía de videojuego o de Netflix, pero son tan reales como nuestro calor veraniego.

Sabemos por Wikipedia que el fentanilo es un opiáceo sintético cincuenta veces más potente que la heroína, y por tanto también más mortífero. Si el fentanilo hubiese irrumpido en la España de los ochenta, joyas del cine quinqui como El Pico jamás habrían existido, porque el protagonista habría perecido enseguida y nos habría privado de la escena memorable en que Rafaela Aparicio, en el papel de abuela, toma conciencia de la desgracia de su nieto tarambana y lo abraza con emotivo silencio.

Escribió Antonio Escohotado que la adicción a las drogas nacía de un problema de autoestima personal. Defendía que el adicto no era tal por mor de la química, sino por su vacío interior. Según él, de todas las drogas que había probado (quizás también el fentanilo), la única que lo había esclavizado de verdad era el tabaco. Un adicto a la heroína no era tanto adicto a la sustancia en sí como a la identidad de yonqui que esta le confería. Ser yonqui implicaba conseguir un camino claro, una misión diaria, una vida por fin. Ser alguien.

Las drogas, los venenos, las medicinas... ¿Qué distingue un veneno de una medicina? La dosis, insistía Escohotado en línea con tantos otros. De manera que un problema de identidad personal terminaba en un problema de dosis química y en un envenenamiento cotidiano.

Naturalmente, no solo la química tiene sus adictos. Uno sale de Twitter, por ejemplo, y vuelve dos días después y ahí siguen los mismos tuiteros. No paran. Como el fentanilo a sus zombis, Twitter les da algo más que entretenimiento: quizás la identidad. Han convertido Twitter en su benemérito veneno. Y los hay adictos al gimnasio, al bótox o a su nación; para estos últimos ser de donde son puede suponer, más que un orgullo, una necesidad. Si uno fuera francés, por ejemplo, pero sin que nadie lo supiera, en secreto, ¿en qué quedaría ser francés? ¿Cuántos disfrutan de lo que son solo por serlo frente a los demás? Pero también existe el síndrome del impostor, aquel que padece quien es bombero, pero no se siente tal en su fuero interno, quien es abogado, pero tampoco. Y ya sabemos que la sensación de impostura puede afectar al propio cuerpo (anorexia), al propio género o, incluso, hasta la especie de la que uno forma parte.

Me pregunto si una necesidad enfermiza de identidad no se relaciona con el afán de controlar cómo nos perciben los demás, de ahí su carácter eternamente conflictivo

Hace tiempo conocí a un zurdo muy, muy feliz de serlo. Decía que los zurdos eran lo más creativo que hay en el orbe, y también muy buenos tenistas. Y celebraba por todo lo alto el Día Internacional del Zurdo, el 13 de agosto. Vivía para ser zurdo, tenía muchos libros sobre lateralidad en su estantería. Pero entonces me puse a pensar en mi amigo zurdo y ¿dónde estaba su creatividad?, ¿dónde su ingenio?, y, lo más importante, ¿dónde su raqueta? Ser zurdo en él no suponía más que la preferencia en el uso de una mano sobre la otra. Era como aquel manco que presumía de serlo tanto como Cervantes, pero la gracia de Cervantes quizás no radicase en su manquedad. 

Ah, la identidad, puñetera identidad. La identidad es lo que nos da autoestima, pero también nos aniquila (fentanilo, guerras, discriminación, estupidez...). Me pregunto si una necesidad enfermiza de identidad no se relaciona con el afán de controlar cómo nos perciben los demás, de ahí su carácter eternamente conflictivo. Tal vez solo merezca la pena tomarse en serio las identidades electivas, aquellas que uno puede cambiar a voluntad o, al menos, reírse un poco de ellas, no tanto las solemnes, impuestas por nacimiento o familia ni las que nos envenenan la sangre. ¿Qué es la identidad? ¿Y tú me lo preguntas, amigo lector, amiga lectora? Para quien esto escribe, la identidad eres tú.

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