Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

Sánchez y Bildu por necesidades del guion

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso.
EFE
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso.

Cuando el franquismo hacía aguas y empezaba la perversión de las costumbres, todavía las actrices solo se desnudaban "por necesidades del guion". Esas mismas necesidades del guion o, para ser más exactos, de continuidad de la legislatura, son las que dan cuenta del acuerdo parlamentario irrompible que mantiene Pedro Sánchez con el grupo de EH Bildu

La consistencia de esa alianza más que a prueba de balas ha sido capaz de resistir el impacto de las listas electorales municipales y forales que ha presentado EH Bildu, donde figuran cuarenta y cuatro etarras condenados por delitos de terrorismo con sentencias cumplidas y siete con asesinatos en su haber delictivo. Nada hubiera sucedido, nadie hubiera rechistado, de no haber salido al paso Consuelo Ordóñez, presidenta de Covite (Colectivo de Víctimas del Terrorismo), para aportar esos datos.

En ese momento, el presidente Sánchez, todavía en los bajos de la Casa Blanca, fue interrogado al efecto y dijo que, cumplidas las penas, las candidaturas de quienes fueron de ETA serían legales pero que no eran decentes. La réplica del presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, añadía que lo que no es decente tampoco es que el Gobierno se apoye en Bildu. 

Creció el escándalo y los candidatos socialistas a las comunidades autónomas y a los ayuntamientos, sintiéndose en peligro, optaron por distanciarse abiertamente. Mientras, apoyos que se consideraban indudables se manifestaron en contra y proclamaron un ¡basta ya! que traía ecos contundentes. 

No solo los tertulianos que se denominan afines asimilables, sino incluso aquellos de adhesión inquebrantable, avergonzados, empezaron a balbucear críticas y a morder la mano que les daba de comer. Había que apresurarse a contener el alud. No se podía contar con el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, convaleciente de una reciente cirugía, ni tampoco con el portavoz del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso, Patxi López, carente de la más elemental sensibilidad.

Y así llegamos a la sesión de control del Senado con preguntas orales al presidente del Gobierno. Se trataba de un pleno, fuera de toda previsión, que había sido forzado por Sánchez pensando que le proporcionaría una magnífica ocasión de seguir bombardeando las posiciones del líder de la oposición y presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, o, como sostenían los más entusiastas, "pour encourager les outres", según escribió Voltaire en Candide, ou l’Optimisme (1759) en referencia a la ejecución del Almirante inglés John Byng por haber rendido Menorca.

Pero, una vez más, los acontecimientos sin programar impusieron un giro de guion y cargaron de dinamita la cuestión inofensiva que figuraba escrita en el orden del día en los siguientes términos: "¿Considera el presidente del Gobierno que los españoles merecen que se les diga la verdad?".

Pensando tener todos los argumentos de su parte, Feijóo, antes de verbalizar la pregunta, se complacía en recordar a Sánchez las firmes promesas formuladas en vísperas de su investidura, según la cuales con Bildu no iba a pactar. Promesas que se ofrecía a repetir cincuenta veces, sin efecto alguno como se vio una vez lograda la confianza de la Cámara.

Pero Feijóo llegaba sin haber hecho los deberes, sin haber verificado en qué referencias inadecuadas a ETA y a Bildu había incurrido a lo largo de los años su propio partido. Y hay un principio elemental: el de no dejarse sorprender por lo que es del todo previsible. Luego, Sánchez, que le hizo el recordatorio, ignoró que, como señala Clausewitz, hay un punto culminante de la victoria a partir del cual la explotación del éxito deriva en desastre. 

Quiso apropiarse en exclusiva de la derrota de ETA y dio la penosa impresión de sumarse a los sembradores de odio, de encono y de cainismo. Y en esa actitud prosiguió ayer al responder en el Congreso a la portavoz del PP, Cuca Gamarra. Pero es que, además, la sesión estaba trucada porque se le había dado turno de pregunta a la portavoz de Bildu, Merche Aizpurua, para que se atribuyera todos los méritos en los logros del escudo social, subrayando las contribuciones que Bildu había prestado para mejorar nuestra calidad de vida pero, sobre todo, proporcionando la ocasión a Sánchez para que hiciera a Bildu dulces reproches, en radical contraste con los dirigidos al PP. 

Luego les alentó a seguir dando apoyo parlamentario a las medidas que prepara, a la vuelta de junio, en favor de la clase media y trabajadora. Fuese, y no hubo nada.

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