El antecedente que debería inquietar a España si se maquillan datos del INE: Grecia todavía paga por las trampas de hace 20 años

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El Gobierno recelaba de la gestión del INE desde que el país salió de la pandemia. Y finalmente el director del Instituto Nacional de Estadística,  Juan Rodríguez Poo, acabó presentando su dimisión antes de que lo destituyeran. La mecha desató un auténtico incendio mediático, desde el demoledor comunicado del gremio de estadísticos, que leía la salida de su compañero como "un ataque a su independencia", hasta la acusación común de la oposición al Ejecutivo, que piensa que desde Moncloa empujaron a Poo para "fabricarse un INE a la carta". Justo esta misma semana la economía española encajaba otro duro golpe: la inflación  superaba los dos dígitos, 10,2%, la mayor tasa en 37 años. 

La denuncia no es baladí. Si -como dicen- el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, quiere 'colocar' un perfil afín en el INE para maquillar las cuentas del IPC, que refleja cuánto suben los precios; del PIB, que marca cuánto avanza la economía; o de la EPA, qué indica el número de población activa, España correría serio peligro... Si no que se lo digan a Grecia, que todavía paga el castigo que le impuso Europa al descubrir que falsificó sus finanzas para entrar en el euro. "Ya hubo un país que maquilló sus estadísticas y ya sabemos todos lo que pasó", advierte un alto responsable económico de España.

Habla del 'caso griego', cuando el 1 de enero de 2001 Atenas se convirtió en el duodécimo miembro de la unión monetaria. Como el resto, para incorporarse al Eurogrupo tenía que superar el examen del Tratado de Maastricht de 1992. Dos disposiciones: un déficit  por debajo del 3% y una deuda no superior al 60% del PIB. Aparentemente, la república helénica, presidida a la sazón por Konstantinos Stefanópulos, cumplía ambos requisitos. Eran años de pujanza en la cuna de la civilización occidental, que se enfrentaba a otro gran reto para su economía: la celebración de los Juegos Olímpicos de 2004. Para ello, el país debía endeudarse.

Pero, ¿cómo hacerlo sin descuidar los tratados de déficit y deuda de la Unión Europea? ¿Acaso podía equilibrar sus finanzas sin reducir gastos ni pagar las deudas ya aplazadas? Aquí es donde entra en juego el coloso Goldman Sach y los famosos acuerdos de SWAPS.

Básicamente, el banco de inversión norteamericano proponía una solución para ocultar 'legalmente' parte de la deuda en los balances del Estado griego: por valor de miles de millones de euros, acordaba préstamos con tipos de cambio ficticios que pasarían prácticamente desapercibidos en sus cuentas de resultados. El único problema: que cuando madurasen esos créditos, en diez o tal vez quince años, habría de devolver muchísimo más dinero, toda vez que el tipo de cambio a aplicar entonces sería el real. 

Así, los sucesivos gobiernos de Nueva Democracia y más tarde del PASOK fueron alimentando un monstruo, un Estado sobredimensionado que su economía no podía permitirse. Mayor gasto público en educación y sanidad, pero también en otras partidas opacas e ineficaces sufragadas a través de la emisión de deuda extranjera. Un Saturno, que antes o después, acabaría devorando a sus hijos, al pueblo griego... 

Mientras tanto, Grecia falseaba sus estadísticas. Con cada informe semestral, reportaba drásticos cambios de su deuda y déficit. Tanto que sobre este último, en 2004 su medición podía variar hasta un punto porcentual en cuestión de un mes. Variaciones que no pasaron desapercibidas para Eurostat, Oficina Europea de Estadística de la Comisión Europea, que ese mismo año abrió un procedimiento a fin de investigar las Cuentas Anuales griegas y acabar monitoreando la elaboración de sus estadísticas hasta el año 2007.

¿Y de que sirvió esto? De nada. Grecia siguió sumida en una burbuja de crédito barata que acabaría por explotarle en la cara al gobierno socialista de Yorgos Papandréu en 2009. "Lamentablemente nuestro país está en la UCI. El estancamiento de la nación amenaza a nuestra economía por primera vez desde 1974". El primer ministro heleno desvelaba que el déficit presupuestario para aquel año sería muy superior a lo que había anunciado el gobierno precedente y también todos los gobiernos anteriores. 

Grecia llevaba años falsificando sus cuentas y haciendo caso omiso al Pacto de Estabilidad de la UE y ahora debía pagar la factura. Ese mismo año, el déficit del 2008 fue revisado desde el 5% del PIB hasta el 7,7% (un aumento del 54%) y el déficit previsto para 2009 pasó en tan solo 19 días de un 3,7% a un 12,5%. Un 337% más.

Con esto antecedentes, la Comisión Europea publicó las conclusiones de un informe que demostraba que Grecia manipuló los datos de sus finanzas públicas para asegurarse el cumplimiento de los requisitos de entrada en la eurozona a principios del siglo XXI. El país balcánico había exagerado el superávit de su seguridad social en 2.800 millones de euros entre 2001 y 2003. Automáticamente, los temores a un impago de sus deudas se extendieron entre sus acreedores y la bolsa griega se desplomó. 

El resto de la historia ya es  de sobra conocida. En 2010, Grecia cayó en bancarrota y fue rescatada hasta en tres ocasiones por el Banco Central Europeo, la CE y el FMI, más tarde apodados como la Troika. Más de 200.000 millones de euros en ayudas hasta que el país consiguiera valerse por si mismo y a cambio de implantar férreas políticas de austeridad. Para 2015, el país perdió casi un 25% de su PIB, su tasa de desempleo se disparó hasta el 26 %, la más alta de la UE y cerca de 2,5 millones de griegos, un cuarto de la población, vivía por debajo del umbral de la pobreza, lo que se tradujo en un éxodo migratorio masivo y un aumento de la violencia y la delincuencia. Todavía hoy, los griegos siguen pagando las trampas de sus gobernantes.

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