PERFIL | Pablo Casado, el líder del PP que nadie esperaba, nunca convenció y terminó abandonado por los suyos

El presidente saliente del PP, Pablo Casado, a la llegada a el Palacio de Congresos y Exposiciones de Sevilla (FIBES), en el XX Congreso Nacional del partido
El presidente saliente del PP, Pablo Casado, a la llegada a el Palacio de Congresos y Exposiciones de Sevilla (FIBES), en el XX Congreso Nacional del partido
Europa Press
El presidente saliente del PP, Pablo Casado, a la llegada a el Palacio de Congresos y Exposiciones de Sevilla (FIBES), en el XX Congreso Nacional del partido

Cuando el 21 de julio de 2018 un entonces imberbe Pablo Casado fue elegido presidente del PP para relevar a Mariano Rajoy tras 14 largos años de mandato, pocos podían imaginar que la apuesta no llegaría siquiera al siguiente congreso ordinario, que estaba previsto para este verano. Estaba, porque el pasado 24 de febrero, justo unas horas antes de que Rusia invadiera Ucrania, el PP zanjó su guerra particular y el mandato de su hasta ahora presidente en una reunión de barones territoriales, tras la crisis interna que desgarró la organización de arriba abajo.

Se convocó entonces un congreso extraordinario, el mismo que se celebra este fin de semana en Sevilla y en el que Casado se ha despedido con un discurso y un paseíllo con su sucesor en el que ha estrechado manos y se ha abrazado a los que decidieron retirarle su apoyo de un día para otro. Ya tenía decidida su renuncia del PP y de su escaño en el Congreso.

Parece que Casado ha pasado página, aunque no deja de reivindicar su legado. “Llegué en un congreso democrático y me voy en un congreso democrático, poniendo mi mandato a vuestra disposición”, ha dicho, muy sonriente, para después añadir que este último mes ha sido "agridulce" porque empezó con un sentimiento de "injusticia" que ahora, asegura, es de "gratitud". Los dirigentes y compromisarios del PP han recogido el guante de la reconciliación con una ovación.

Casado ya había dicho sobre la crisis interna todo lo que tenía que decir. Fue en la Junta Directiva Nacional que convocó el congreso extraordinario, dirigiéndose a los compañeros que le habían ido abandonando poco a poco, en un proceso agónico pero que apenas duró una semana. En esa cita les dijo que él no se merecía lo que le habían hecho, forzarle a dejar el liderazgo del PP, perdiendo así su pulso con la que, irónicamente, había sido una de sus grandes apuestas personales: la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso. Pensando que no lo merecía, Casado se agarró al puesto lo que pudo, pero no tardó mucho claudicar.

Este largo mes entre esa Junta Directiva y el XX Congreso Nacional, Casado lo ha pasado en el ostracismo político más absoluto, salvo por su intervención a modo de despedida del Congreso de los Diputados y, por tanto, se le ha podido ver entrando un par de días por semana para ir a votar. Por lo demás, Casado ha hecho gala de total discreción, como discreta fue también su llegada a la sede central del PP en la calle Génova de Madrid para votar en las primarias a las que sólo se presentó Alberto Núñez Feijóo.

Criado en las Nuevas Generaciones del PP de Madrid, que llegó a presidir con la bendición de Esperanza Aguirre, Casado comenzó desde muy joven a crecer dentro de la formación conservadora debido, en gran medida, a sus dotes comunicativas. Esas habilidades son las que, años después, le llevarían a convertirse en vicesecretario de Comunicación del PP de Rajoy, desde donde dio el salto a la presidencia del partido. Y fue allí, en la organización juvenil del PP, donde conoció y forjó una amistad ahora rota con Díaz Ayuso y con otros de los implicados en la crisis que provocó su renuncia, como Ángel Carromero.

Presidente surgido de la división

El dirigente fue elegido para sustituir a Rajoy a lomos de las desavenencias entre los diferentes sectores del partido. Su candidatura fue la segunda más votada por los militantes, por detrás de la de la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, pero Casado logró sumar los apoyos de los compromisarios que apoyaban a la exministra y ex secretaria general María Dolores de Cospedal, enconada adversaria de Santamaría, para darle la vuelta a ese primer resultado y terminar alzándose con el liderazgo del PP.

Casado, no obstante, no logró dar con un discurso claro que reunificara el bloque de la derecha en torno al PP -su gran obsesión durante sus casi cuatro años de mandato- y que consolidara el giro a la derecha que reclamaba el sector más próximo a José María Aznar, el gran mentor del hasta ahora presidente del partido. Ante un Vox que eclosionó en diciembre de 2018 tachando al PP de "derechita cobarde", Casado prometió un viraje conservador en asuntos como el aborto y la eutanasia y mano dura contra el independentismo, pero en su primera cita electoral, las generales de abril de 2019, sufrió un durísimo varapalo que dejó al PP con su peor resultado histórico y a punto de sufrir el sorpasso de Ciudadanos.

La repetición electoral de noviembre de 2019 dio un balón de oxígeno al dirigente, al que su primera derrota ni siquiera un año después de ser elegido había dejado seriamente tocado. Casado pasó de 66 a 91 diputados con un discurso mucho más sosegado que el de la anterior campaña y apelando a superar la "polarización", una actitud cristalizada en el eslogan "por todo lo que nos une". No obstante, antes de eso Casado tuvo que sufrir otra amarga derrota en las municipales y autonómicas de mayo de 2019, donde el PP perdió la primera posición en feudos otrora tan inexpugnables como Castilla y León, la Comunidad de Madrid o la Región de Murcia.

En las generales de noviembre, al PP le benefició enormemente el hundimiento de Ciudadanos. Pero a su derecha, Vox pasó de 24 a 52 diputados y obtuvo la fuerza suficiente para condicionar cada paso de un Casado que se vio obligado a dar vaivenes para tapar las fugas del PP hacia la extrema derecha sin perder a su electorado más moderado. Desde el inicio de la legislatura, esos zigzagueos fueron objeto de crítica por parte de la izquierda, y en el mismo Pleno de investidura el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ironizó con el fin del "supuesto viaje a la moderación del señor Casado". "Se haría un favor si comienza a asumir que el PSOE ha ganado las elecciones y el PP las ha perdido, si sube a esta tribuna y dice: 'Hola, soy Pablo Casado y he perdido cinco elecciones en un año'", llegó a mofarse Sánchez.

Una relación muy oscilante con Vox

Esa indefinición del PP con respecto a su relación con Vox marcó la segunda parte del fallido mandato de Casado. Tan pronto acusaba al partido de Santiago Abascal de querer una "España a garrotazos, en blanco y negro, de trincheras, ira y miedo", como hizo en el durísimo discurso con el que se opuso a la moción de censura de Abascal en 2020, como afirmaba que Vox "defiende la Constitución española, la unidad nacional, el libre mercado" y "las libertades individuales", tal y como planteó en una entrevista hace unos meses. De fondo se encuentra la asunción de que el PP necesitará de Vox para gobernar si le dan los números, como ha terminado por ocurrir en Castilla y León.

Esta estrategia errática de Casado, que incluyó movimientos como la defenestración como portavoz parlamentaria de Cayetana Álvarez de Toledo, una de las representantes del ala del PP más próxima a Vox, no terminó de dar resultado en las encuestas. Recurrentemente por detrás del PSOE en los sondeos hasta casi el final de su mandato, la victoria de Ayuso en la Comunidad de Madrid en mayo del año pasado catapultó a Casado al primer puesto en estimación de voto, pero con el paso de los meses esa ventaja fue diluyéndose a la par que decrecía la valoración de un líder que no era especialmente querido ni entre sus propios votantes.

Esa desconexión entre las bases y el que una vez fue el líder elegido para rearmar ideológicamente al PP pudo comprobarse el domingo previo a su derrota en la manifestación frente a la sede de Génova. Allí, unas 3.000 personas corearon lemas en favor de Ayuso y exigieron la "dimisión" de Casado, al que incluso se llegó a tachar de "traidor" y "mafioso". "Casado y Teodoro dimisión, los afiliados del PP no os queremos", rezaba una pancarta. Pero no dio tiempo a que esa sospecha se comprobase en un congreso: los barones del partido decidieron acabar antes con la carrera política del hombre que prometió "recuperar la base electoral" y "reconquistar el corazón de todos los españoles" cuando fue elegido.

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