Una riada de fango entierra la dignidad del Congreso

  • La sesión de control de este miércoles marca un nuevo hito en el nivel de crispación, polarización e insultos entre Gobierno y oposición.
El líder de Vox, Santiago Abascal, este miércoles en el Congreso.
El líder de Vox, Santiago Abascal, este miércoles en el Congreso.
EFE
El líder de Vox, Santiago Abascal, este miércoles en el Congreso.

Las sesiones de control al Gobierno, por su propia naturaleza, tienden a ser tensas. El choque con la oposición en intervenciones cortas y ágiles es frecuente, lógico y hasta normal cuando lo que se busca es el control parlamentario de la acción del Ejecutivo. Pero lo que se vivió este miércoles en el Congreso traspasó todos los límites de la cortesía parlamentaria e incluso de la dignidad de la Cámara Baja.

Los gritos desde las bancadas, las interrupciones e incluso los insultos, tanto los que se ven por televisión como sobre todo los que solo se escuchan desde la tribuna, son moneda de cambio habitual desde hace meses en un Congreso muy polarizado y con un ambiente muy crispado. Pero pocas veces como este miércoles ha sido tan difícil -prácticamente imposible, por momentos- escuchar a algunos de los oradores en mitad del griterío procedente, sobre todo, de las bancadas de PP y Vox, donde incluso algunos diputados se hartaron a dar golpes en sus escaños para armar ruido. 

En ese ambiente, quien saca petróleo es Vox. De hecho, la formación que lidera Santiago Abascal lleva meses tildando de "ilegítimo" al Gobierno, y ha conseguido que el PP vaya a remolque de su tesis. Si el martes la portavoz popular Cuca Gamarra acusó a Pedro Sánchez de querer ser un "dictador" por su polémica reforma del método de elección del Consejo General del Poder Judicial, este miércoles el PP demostró que, lejos de ser un desliz, va a mantener esa línea de cuestionamiento de la legitimidad del Ejecutivo.

No es solo que Pablo Casado acusara a Sánchez de haber llevado a España a ser vista como un "estado fallido" -un dudoso honor que tienen países como Somalia, Yemen o Libia, donde para empezar el Estado no controla parte del territorio- o que le espetara al presidente que a él no le "presiona nadie, y menos alguien como usted" (aunque no nos aclaró cómo es Sánchez). Es, sobre todo, que lo hizo -al igual que Gamarra- entre una nube de gritos cruzados entre las bancadas popular y socialista mientras la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, pedía infructuosamente silencio.

"¡Qué vergüenza!" y "¡vaya democracia!" fueron algunas de las protestas que partieron de los escaños del PP. Y eso que aún no había llegado el turno de Macarena Olona, de Vox, que subió otro escalón el nivel de tensión al acusar al vicepresidente Pablo Iglesias de "matón" y mofarse de que ahora "nota el aliento de la justicia" porque "lleva la nunca más despejadita", aunque "ese moño no podrá ocultar al auténtico coletas". A su lado, los apelativos de "corrupto" y "machista" -este último muy repetido a voces por otros diputados- que dedicó Teodoro García Egea (PP) a Iglesias parecieron casi delicados.

Fraga reaparece en el Congreso

La respuesta a las palabras gruesas de la derecha fueron palabras también muy  duras por parte de la izquierda. Si Casado acusó a Sánchez de connivencia con un partido como Podemos "que arremete contra el rey y defiende a batasunos, independentistas y dictadores bolivarianos", el presidente tildó al PP de "partido antisistema" y denunció que su discurso está "abriendo la puerta a la ultraderecha".

Hasta el difunto Manuel Fraga apareció ayer en el Congreso de la mano de Iglesias, que aseguró que el fundador del PP "echaría del partido" a su actual dirección si viera cómo permite que Vox -lleno de dirigentes a los que "les gustaría ser terribles fascistas, pero no pasan de acomplejados reaccionarios"- le marque el camino. Aunque tampoco lo hizo manteniendo las formas: los echaría, dijo, "no porque sean demasiado fachas, sino por su enorme cretinismo".

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