Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

La nueva normalidad

La estación de tren de Atocha también fue escenario de reencuentros.
Un reencuentro en Atocha tras la vuelta a la 'nueva normalidad'.
Jorge Paris
La estación de tren de Atocha también fue escenario de reencuentros.

Con todo el respeto y con toda la humildad, me cuesta entender la decisión de la Real Academia Española de incorporar la expresión ‘nueva normalidad’ al Diccionario. Y hacerlo además bajo la religión de la propaganda oficialista que ha propagado esta patochada con aires de suficiencia intelectual. Valgan expresiones como cubrebocas, hisopado, nasobuco, propias del confinamiento global, o poliamor, propia del calentamiento global, para regenerar el diccionario de toda la vida, pero no consigo entender lo de la inclusión de ‘nueva normalidad’.

Ya se sabe que cuando se cabalga en la grupa de la deriva totalitarista, no hay líder político que no propugne la llegada de una nueva era para la humanidad. Allí quedaron en la historia los jacobinos con un nuevo calendario o los bolcheviques con un nuevo tiempo para el proletariado. Y algo tendrá que ver que la primera vez que mi memoria, no histórica, recuerda que se utilizara esta locución fue en China en 2012 con el Gobierno de Xi Jinping para bautizar el nuevo horizonte de vida que emergería tras la crisis de 2008.

El concepto ‘normalidad’, que en la boca de ciertas personas es una derivada de la normalización social, es un concepto genuino y horrendo de los colectivistas, porque lo que es habitual y normal en mí es posible que no lo sea para otro. Cuestión elemental de libertad individual. Citando a Castells, el ministro cesante, la nueva normalidad es "construir lo nuevo, lo que empieza, y no es volver a lo que hubo", a partir de lo que denomina "caos creativo". Por lo tanto, la nueva normalidad es resignificar el pasado, narrar el presente a demanda y construir un futuro bajo las exigencias de un gobierno que aspira a controlar la libertad individual. Toda una declaración de intenciones de un ministro de vuelta a casa que todavía trasiega entre los adoquines de mayo del 68, un engaño colectivo que a alguno todavía le martillea la cabeza.

La libertad se gana cada día y no se impone. En cambio, la normalidad es un concepto basado en la planificación y en el colectivismo, lo contrario exactamente que el individualismo. En la nueva normalidad, la iniciativa ya no es privada, sino que, releyendo al inefable Castells, la iniciativa queda bajo el control del Gobierno y de toda la artillería burocrática. Si la democracia tiene como dos grandes amenazas el populismo y la tecnocracia, en España se puede estar produciendo la fusión de ambas. La nueva normalidad es un bien común para sus defensores, pero el bien común viene impuesto por quien nos gobierna, y no representa la suma de bienes individuales. Porque cuando el gobierno crece, disminuye la libertad.

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