Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

¿Quién gana qué?

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente nacional del PP, Pablo Casado, durante un acto de campaña.
Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso.
PP DE MADRID
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente nacional del PP, Pablo Casado, durante un acto de campaña.

Decía Sun Tzu que el de la guerra es el arte del engaño. Lo decía ese gran estratega chino hace 2500 años y la máxima sigue vigente. Una guerra, que el propio Aznar comparó con la de Ucrania, es lo que se desató en el PP desde que el 16 de febrero la Puerta del Sol filtrara la existencia de un supuesto espionaje desde Génova al hermano de Díaz Ayuso. La maniobra preventiva, ante posibles denuncias de los negocios familiares de la presidenta, abrió una contienda fratricida en la que no se atisbaba beneficio alguno para los contendientes. En su afán por derrotar al rival, ambas partes llevaron el manejo de las medias verdades al terreno del engaño. La sensación que transmitieron personajes a los que se suponía una responsabilidad institucional es que todo vale y nada les importan los perjuicios que se le pueda ocasionar a un partido medular para la estabilidad democrática del país.

Tal y como refleja la encuesta de DYM publicada recientemente en 20minutos, el Partido Popular cae a plomo en intención de voto. Ese mismo sondeo refleja sin ambages que el beneficiario de tal desplome es Vox, al punto de amenazar al PP con el sorpasso. Deriva electoral más que previsible ante un espectáculo de cainismo, que Gabriel Rufián describió en el Congreso con la imagen de Abascal acariciando el gato.

El cuestionamiento interno de Pablo Casado alcanzó de súbito tal nivel que no parecía posible otra solución que su marcha y la convocatoria de un congreso extraordinario para nombrar un nuevo equipo dirigente. Los suyos le dejaron tan solo que ni los aplausos de la bancada popular anteayer en el Congreso aliviaron la brutal decepción personal. Además de sus compañeros de partido, fue grimoso ver a tantos untuosos que le adularon participando ahora entusiásticamente de su linchamiento.

Aunque en mejor posición, tampoco Isabel Díaz Ayuso saldrá indemne de esta guerra caníbal. La sombra de la sospecha se ha proyectado sobre unos contratos que, incurran o no en el ilícito penal, parecen distar mucho de la ejemplaridad ética y estética que tanto se invoca. En este sentido poco le ayuda el que sea el PP de Esperanza Aguirre, y su cenagoso pasado, quien se significara más en favor de la causa ayusista. Del mismo modo, y lejos de lo que pueda parecer, a la presidenta de Madrid no le favoreció internamente el alentar la manifestación contra Casado el domingo pasado en Génova. Los barones del partido, cuya influencia está siendo determinante, vieron en esa protesta unos tintes trumpistas muy dañinos para la imagen del partido.

Aquellos manifestantes gritaban a favor de Isabel Díaz Ayuso, no de Alberto Núñez Feijóo, que por su auctoritas es la única salida posible para el PP en este trance, aunque no ambicionara echarse a la espalda el partido. El presidente gallego es el político más sólido y experimentado de su formación, un hombre de centro que sin populismos ha cosechado cuatro mayorías absolutas. De él partió la petición de que Casado y Ayuso se sentaran y cedieran lo que tuvieran que ceder para acabar con el colapso al que llevaron al PP. Sí se sentaron, pero no con la actitud que él reclamaba.

Núñez Feijóo fue también el único líder popular que logró dejar a Vox sin representación autonómica. Ahora en Castilla y León, su compañero Fernández Mañueco parece abocado a pactar con Abascal la entrada en el Ejecutivo y darle incluso la presidencia de las Cortes, lo que es una pésima noticia para el andaluz Moreno Bonilla, que tiene en ciernes unas elecciones que le han complicado.

Al final tanta guerra y tanto canibalismo para que otros acaricien el gato.

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