Propósito de año nuevo: no procrastinar (y el truco infalible para ello)

Un hombre dormido
Dejar para mañana lo que puedes hacer hoy se ha convertido en un vicio
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Un hombre dormido

Procrastinar significa aplazar, posponer. En la era del estrés, la actividad frenética y las constantes consultas a redes sociales, en muchas ocasiones podemos dejar de lado actividades o tareas necesarias para nosotros por pura pereza o distracción. Procrastinar se considera el mayor enemigo de la eficiencia.

George Akerlof, el economista ganador del premio Nobel, escribió un ensayo sobre la dinámica de la procrastinación, curiosamente después de ser víctima de este hábito, ya que se dio cuenta que llevaba 8 meses queriendo enviar un paquete a un amigo sin hacerlo finalmente, lo posponía continuamente y ahí se quedaba el envío, arrinconado en casa, sin llegar a su destino.

Él llegó a la conclusión de que la procrastinación podría ser algo más que un mal hábito y que en realidad consiste en un impulso natural de los seres humanos.

Normalmente evitamos o aplazamos acciones incómodas o aburridas en beneficio de actividades más ociosas o de entretenimiento. Nuestro cerebro busca el placer inmediato, el esparcimiento, la recompensa, exponerse a estímulos agradables, divertidos. Se vuelve más vago cada vez y rechaza los sobresfuerzos, crea sus preferencias: ver una peli en el sofá es más confortable que ir al gimnasio, consultar instagram es más cómodo que irse a la ducha, depilarte, lavarte el pelo, secarlo y arreglarlo y, por supuesto, leer es mucho más agradable que tender la ropa de la lavadora.

La estrategia más funcional para superar esta procrastinación es la organización y la planificación. Programar una tarea pendiente de la manera más realista y beneficiosa posible y si un propósito es demasiado grande, dividirlo en objetivos más pequeños y específicos. La clave está en marcar límites objetivos y visibles para nuestro cerebro, así, por un lado, no dejamos margen para la imaginación y la distracción, y por otro, disminuimos la pereza de creer que una tarea nos ocupará más tiempo del que pensamos.

Así, podemos agendar en nuestro calendario del móvil el día y la hora en la que haremos cierta tarea, eligiendo así el mejor momento programado (salvo imprevistos importantes), por ejemplo, lunes 13 a las 17 horas: enviar el paquete en correos y aprovechar para descambiar un jersey en la tienda que está al lado. Si nos acostumbramos a planificar podemos optimizar el tiempo y pensar las opciones y momentos más provechosos.

Otro límite temporal infalible es el de cronometrar las tareas que más tediosas nos resultan. Nos demostraremos a nosotros mismos, con datos objetivos, que tal actividad no nos ocupa tantísimo tiempo como imaginamos, no tendremos excusa. Por ejemplo, ducharnos en 25 minutos, tender en 10 minutos, lavar los platos en 7 minutos... De este modo, si por ejemplo estamos leyendo podemos proponernos un paréntesis de tan solo 10 minutos para tender la ropa y con este límite concreto y preestablecido nuestro cerebro tendrá más iniciativa para vencer la pereza.

Por último, ameniza la tarea. Asocia una acción desagradable con una que te encante. Puedes organizar hacer compras y gestiones en una mañana para acabar después en la cafetería que tanto te gusta. O en mi caso particular, me limito a escuchar un podcast que me apasiona sobre curiosidades mientras voy al gimnasio, organizo la casa o tiendo la ropa. De este modo, hasta tengo ganas de que llegue ese momento para continuar con el siguiente capítulo.

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