El año en que Sánchez aguantó en la Moncloa con permiso de Puigdemont y la amnistía mientras Feijóo ganó la batalla territorial

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y Carles Puigdemont de fondo.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y Carles Puigdemont de fondo.
Henar de Pedro
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y Carles Puigdemont de fondo.

Meses antes de que diera comienzo 2023, el aroma electoral se impregnaba en el ambiente. La llegada del nuevo líder del PP a la política nacional prometía hacer tambalear la silla de un presidente que había demostrado una y otra vez saber aplicar su manual de resistencia. El presidente era y sigue siendo Pedro Sánchez, con la diferencia de que este socialista ha perdido en menos de un año plazas importantes para el PSOE y se ha desdicho de varias de sus promesas electorales. No obstante, ha logrado mantener la Moncloa gracias a sus pactos con los independentistas y a una mayoría progresista. El líder de la oposición era y es a finales de 2023 Alberto Núñez Feijóo que, en su caso, ha recuperado poder territorial y más apoyos para su formación. Ganó las dos citas electorales de 2023, sí, pero no su principal objetivo del año: una mayoría holgada para gobernar el país en solitario.

Feijóo gana la primera batalla electoral y pacta con Vox

La que debiera de ser una campaña local propia de unas elecciones autonómicas y municipales se convirtió en el ensayo de la posterior cita con las urnas en todo el país. Así, los asuntos nacionales impregnaron el 28 de mayo. El presidente del Gobierno usó la carta del 'miedo a Vox'. La oposición, por su parte, hizo de las listas electorales de Bildu en las que iban condenados por terrorismo, algunos con delitos de sangre, y la polémica ley del 'solo sí es sí' su leit motiv de campaña.

La mayoría de encuestas —a excepción del CIS— auguraban un éxito general para el PP. La vista estaba puesta sobre todo en feudos del PSOE que los populares ansiaban recuperar, como la Comunidad Valenciana, Aragón o Baleares. Aquella noche electoral, el PP colocó el balcón de su sede de Génova, símbolo de sus victorias electorales: "Es un cambio de ciclo, una 'marea azul'", celebraban antes del escrutinio. Finalmente, Feijóo no solo le arrebató estas plazas al PSOE, sino que también mantuvo Madrid, Cantabria o Ceuta. En otras palabras, los populares lograron su mejor resultado en doce años, con un 31,5% de los votos, casi 9 puntos por encima que en 2019.

Claro que si algo ha reivindicado Feijóo desde su llegada a la capital, ganar no es gobernar. Y para ello, en la mayoría de las comunidades acabaron por hacer lo que habían intentado evitar a toda costa: pactar con Vox. Lo cierto es que Feijóo nunca negó que de no tener los escaños suficientes podría apoyarse en el partido de Santiago Abascal. Como también es cierto que se desmarcó de esta formación constantemente y prometió evitar a toda costa esta coalición. El mismo 29 de mayo, con los resultados en las manos, la dirección nacional dio vía libre a sus barones para pactar con Vox en sus territorios. Lo que entonces fue un tema tabú acabó por convertirse en su secreto a voces tras conocer los resultados de las siguientes elecciones generales. La mayoría de populares reconocían en privado el error de que Génova no hubiera dado directrices claras para los pactos postelectorales.

Sánchez adelanta las generales y reedita su Gobierno

Cuando el líder popular aún saboreaba su reciente triunfo, el presidente del Gobierno anunció el adelanto de elecciones. En un primer momento, Feijóo lo criticó, pero acto seguido aseguró que el PP estaba preparado y que cuanto antes, mejor. Y es que los populares vieron en el 28-M "el primer paso para un nuevo ciclo político".

Pero el 'verano azul' que vendía el PP nunca llegó. Las elecciones autonómicas y municipales fueron un fracaso para los socialistas. No tanto en términos de voto absoluto -perdieron menos de medio millón de votos-, sino en poder territorial. Los socialistas solo lograron retener las autonomías de Castilla-La Mancha, con el crítico Emiliano García-Page a la cabeza; Asturias, con Adrián Barón; y Navarra, con María Chivite, a la que Bildu volvió a facilitar su presidencia. Perdieron incluso feudos históricos como Aragón o Extremadura, además de la Comunidad Valenciana, las Islas Baleares o Canarias.

Esto provocó que el presidente Sánchez volviera a darle una patada al tablero político. Al día siguiente del 28-M, comunicó su decisión de adelantar de diciembre a julio los comicios generales. "Asumo el resultado en primera persona", lanzó desde la escalinata de Moncloa para explicar un paso con el que evitó que el partido volviera a discutir su liderazgo y cortó de raíz el desánimo al obligarles a activar de nuevo la máquina electoral. Además, no dejó disfrutar al PP de su victoria electoral y logró que Sumar y Podemos se pusieran de acuerdo en tiempo récord -un hecho que visto el paso del tiempo tiene el doble de valor, puesto que pese a presentarse juntos en las elecciones ya han roto relaciones en el Congreso de los Diputados-.

El jefe del Ejecutivo confiaba en que los pactos de PP y Vox en autonomías y municipios le dieran el impulso definitivo para retener la Moncloa. La derecha fue firmando acuerdos allá donde podía y él dedicó semanas a alertar del "túnel tenebroso" en el que entraría España si PP y Vox sumaban la absoluta. Le funcionó y Sánchez volvió a dar la sorpresa. Ganó algo menos de un millón de votos, los partidos de la derecha no lograron la absoluta y el papel de árbitro recayó en el Junts de Carles Puigdemont, expresident catalán fugado de la Justicia en Bruselas. Y cuando todo apuntaba a una repetición electoral, Sánchez dio otro salto mortal al asumir la amnistía, esa medida de gracia que había sido "inconstitucional" para los socialistas antes de las elecciones. Aunque fue un proceso de digestión difícil. 

Dos investiduras y solo una exitosa

Con el resultado de las urnas hecho definitivo, tanto Sánchez como Feijóo se postularon como posibles candidatos a la Presidencia del Gobierno. El rey Felipe VI designó primero al 'popular' quien aún en shock por los resultados se vio tentado a repetir el precedente de Mariano Rajoy y renunciar a una investidura fallida. Pero finalmente, aupado por los suyos, asumió la responsabilidad de defender su proyecto como ganador de las elecciones. Las posibilidades eran muy escasas. En realidad, dependía de PNV, quien ya le había cerrado la puerta a cal y canto. Aun así reunió a todo aquel que quiso sentarse, a excepción de Bildu, con el que se negó a negociar. Y sin siquiera sentarse con Junts, usó las condiciones que había hecho públicas para poder decir que él no estaba dispuesto a ser presidente a cualquier precio. Obviando, en su caso, que los votos de Junts son incompatibles con los de Vox, también necesarios para sumar mayoría absoluta. 

Con todo, el popular asistió a su propia investidura fallida. Pero no como el perdedor de la misma, sino como el líder que se quedaría en la oposición para "más pronto que tarde" llegar a la Moncloa. De hecho, tras aquella sesión en el Congreso, los suyos alegaron que habían visto más "fortalecido y legitimado" a Feijóo tras la incomparecencia de Sánchez y su apuesta por el PSOE "más radical". Alberto Núñez Feijóo llegó al Congreso poco antes del mediodía del 27 de septiembre con 172 de los 176 apoyos necesarios. Y salió nueve horas más tarde con los mismos votos insuficientes para ser investido, pero con un apoyo acrecentado y visualizado por parte de los suyos.

Luego sería el turno de Sánchez, quien, tras semanas obviando el elefante en la habitación, pronunció por primera vez la palabra amnistía. Lo hizo el 6 de octubre y ante Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y Charles Michel, presidente del Consejo. Lo repitió 22 días más tarde para, entonces sí, asumirla. "En el nombre de España, defiendo la amnistía en Cataluña", dijo en un Comité Federal ante la militancia socialista, a la que le pidió el aval previo para los acuerdos que terminaría suscribiendo con Sumar, BNG, PNV, ERC o Coalición Canaria. 

También con Junts, con quien firmó un documento que hablaba de lawfare, lo que provocó fuertes críticas en el sector judicial. Algunas de estas firmas llevaron a cientos de manifestantes a protestar durante días a las puertas de Ferraz, en unas protestas que terminaron siendo masivas en el resto de España cuando era el PP el que las avalaba. En la nueva mayoría de la investidura también estaba EH Bildu, que dijo no poner condiciones a su a Sánchez. No obstante, la formación abertzale ha terminado el año con el bastón de mando de Pamplona tras pactar una moción de censura con los socialistas pese a que diferentes dirigentes, incluido el propio Sánchez, dijeron que eso no ocurriría.

Con todo, el presidente logró una mayoría absoluta de 179 escaños con la que superó la investidura en primera vuelta. Tras ello, formó Gobierno con Sumar dejando fuera a Unidas Podemos. Mantuvo las carteras y a su núcleo duro, del que acaba de salir Nadia Calviño en dirección a la presidencia del Banco Europeo de Inversiones (BEI). Para el próximo año ya está aprobado el nuevo decreto de ayudas para paliar las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania. La amnistía está tramitándose en el Congreso. 

Y en el horizonte de todos están las elecciones del próximo año. Las primeras serán las gallegas, donde el PSOE se juega recuperar el espacio perdido en favor del BNG. Después vendrán las vascas, donde deberá a apoyar a uno de sus dos socios en el Congreso: PNV o Bildu. Y quién sabe si las catalanas, que están previstas para febrero del 2025 si Pere Aragonès, que sigue hablando de un referéndum de autodeterminación que Sánchez niega, decide adelantarlas.

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