Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

El tontico del taller

Un taller en el que se imparte un taller sobre mecánica antigua.
Un taller en el que se imparte un taller sobre mecánica en coches antiguos.
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Un taller en el que se imparte un taller sobre mecánica antigua.

Hace ya mucho tiempo que los cursos, cursillos, seminarios, encuentros, charlas, clases, lecciones magistrales, reuniones, simposios y coloquios dejaron de ser interesantes ante la irrupción de la palabra taller, que entró en nuestras vidas como una promesa de modernidad, un olor a coche nuevo y la esperanza de cambio de rumbo vital del que se apunta a bailes de salón para quemar las naves. Si no montas un taller no eres nadie. La RAE todavía no parece haber añadido la acepción de esta palabra a su archivo digital, pero todos sabemos lo que es ahora un taller.

La primera imagen que nos venía a la mente hace unos años al escuchar esta palabra era el local fascinante en el que se arreglaban los coches. Un bajo que parecía un garaje con grasa y todo aquello: chapa y pintura, mecánica, electricidad. Ahora, un taller es un curso, una clase, una charla en la que se presupone que hay interacción, un pinta y colorea o alguna actividad en la que hablar con alguien y no sentirte tan solo.

Hay un taller de todo en la vida. Busco en la red y soy feliz. Observo el panorama como quien mira uno de esos nidos de hormigas hechos entre dos cristales. El ser humano es maravilloso y muy capaz de hacer talleres de cualquier cosa. Sin ánimo de exhaustividad -qué ganas tenía de escribir esto- les cito algunos especialmente curiosos: taller de talento matemático, taller de chocolate, taller de masculinidad, taller de videodanza, taller de convivencia -este me encanta-, taller de respeto, taller de flores comestibles para niños, taller de interculturalidad, taller de diarrea, taller de meningococo y taller sobre Isabel Pantoja e identidad sexual.

Si tecleas después cualquier palabra, es probable que ese taller exista o haya tenido lugar en algún remoto ayuntamiento.

Escribir “taller de” en el famoso buscador de la red es un ejercicio maravilloso. Si tecleas después cualquier palabra, es probable que ese taller exista o haya tenido lugar en algún remoto ayuntamiento. Me pregunto si habrá un taller de cada una de las funciones vitales y el resultado es como una de esos tubos de confeti que explotan, ¡Pum! Hay talleres de respiración, nutrición, reproducción, excreción y circulación. Y sí, en la Universidad de Málaga hay un taller de columnismo al que debería apuntarme para que me enseñen a no llamar tonto o tontico a tanto ciudadano y, por supuesto, a mis lectores amados.

Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa y cuando hablo del tontico de las sinergias, del tontico de los días mundiales, del magnífico tonto del fotocol, del tonto de la “red flag”, del tonto consciente -hay un taller consciente con página web y todo, ¡qué maravillosa unión!- o del tonto cibernético y azucarado del Starbucks, hablo, en el fondo, de ese gran tonto incoherente que soy yo. 

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