Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Antología de la siesta española

Perico Delgado en París
Perico Delgado en París
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Perico Delgado en París

La siesta española es épica, heróica y memorable. La siesta se echa. El verbo echar es, en muchos de sus usos, una maravilla, un tesoro del lenguaje que debemos cuidar. “A ver si nos echan de comer” es, por ejemplo, una joya conversacional que todavía podemos escuchar como despedida en los ascensores. “¿Qué te han echado los Reyes Magos?” es también una manifestación impresionante de belleza.

La siesta se la echa uno, pero puede tener compañía. Hay, a veces, una compañía social e institucional que supone echar la siesta mientras está pasando algo importante. Aquí la siesta española cobra una dimensión especial, una especie de comunión de los santos, karma universal o como ustedes quieran llamarlo, por el que todos estamos unidos. Me refiero, sobre todo, a esos eventos deportivos de lenta cocción que tienen lugar después de comer.

Más allá de los documentales de animales y las preguntas exigentes de Jordi Hurtado, hay dos deportes que funcionan muy bien con la siesta: el tenis y el ciclismo. No es casualidad que España haya aportado grandes competidores en ambas disciplinas. Hay una vivencia compartida con siesta de por medio en ambos deportes. Es demasiada energía acumulada apoyando la causa. En cierto modo, uno participa del partido de tenis o de la etapa del Tour y puede encajar la siesta entre medio sin que se note. “He mirado y perdía el primer set. Luego he vuelto y había remontado, el tío”.

Como en los grandes eventos de la humanidad, uno recuerda lo que estaba haciendo mientras sucedía aquello tan importante.

En cierto modo, como en los grandes eventos de la humanidad, uno recuerda lo que estaba haciendo mientras sucedía aquello tan importante. “Me he echado y aún no se había escapado nadie. He vuelto y ya iban en el grupo seis o siete”. Podemos recordar qué hacíamos cuando Perico atacó en Alpe D´Huez, dónde estábamos cuando tuvo lugar la contrarreloj de Luxemburgo de Induráin, dónde vimos aquel partido de ensueño de Nadal Parera contra Federer en Wimbledon o cómo vivimos hace unos días la victoria de Alcaraz en Londres.

Lo mejor de todo es comprobar que mientras un héroe contemporáneo se parte el pecho en la pista central o en una carretera francesa, varios millones de compatriotas lo apoyan mientras descansan y se sienten, en cierto modo, partícipes del premio y lo disfrutan como si lo hubieran ganado ellos. Un tipo trabajando y unos cuantos millones echando la siesta y siguiendo con pasional intermitencia la hazaña del compatriota es una maravillosa foto dominical. Entrar en la antología de la siesta española es un privilegio que está reservado a unos pocos elegidos. 

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