OPINIÓN

"Esta guerra me está borrando lentamente"

La reportera Olha Kosova, informando desde la guerra de Ucrania
La reportera Olha Kosova, informando desde la guerra de Ucrania
Olha Kosova
La reportera Olha Kosova, informando desde la guerra de Ucrania

Mi querido lector,

Ya nos conocemos desde hace un año, pero no me atreví a ser completamente sincera contigo. A pesar de todos mis esfuerzos por contarte la guerra, mucho se ha quedado fuera: algo no supe decirte, para algunas cosas no tuve palabras. Creo que en lo más profundo de mi corazón, entre los puntos, comas y citas de mis testimonios, has podido entender lo que quedaba en la sombra. Pero si nos ha enseñado algo este año es a hablar sin titubeos ni pausas, y no esperar a mañana. Porque para muchos, quizás “el mañana” ya no llegará nunca.

No te voy a invitar hoy a pasar un rato conmigo en este lejano país desconocido, aquí entre luces tenues, donde uno no se siente cómodo. Hace un poco de frío y da mucho miedo. Volvamos en nuestra imaginación a mi piso de Moncloa, que alquilamos con otras chicas, cuando era veinteañera. Allí, en nuestra pequeña cocina tomábamos café y hablamos del guapetón Pablo, que besaba bien pero siempre desaparecía, nos quejamos de esas prácticas interminables y soñábamos con una oficina propia en la Gran Vía. Me encantaba aquella cocina porque allí nunca me sentía sola. Permíteme, en las ventanas de mi imaginación, dejar el septiembre madrileño, y no estas llanuras cubiertas por nieve y cadáveres de los soldados caídos. Adelante. Pasa. Te serviré una taza de ColaCao y te contaré mi historia.

Unas tres semanas antes del 24 de febrero del año pasado estaba comiendo gofres con chocolate y nata, disfrutando de la belleza de Brujas. Podrían ser unas vacaciones fantásticas si no fuera por las notificaciones de TheNYTimes en mi móvil advirtiéndome de la intención de Putin de invadir a mi país natal. En Bruselas, en una hermosa habitación con las vistas a la Grand Place, tenía una pesadilla que se repetía. En mi sueño volvía al piso de mi abuela, en la costa del mar de Azov, en la ciudad de Berdiansk, ahora ocupada por el ejército ruso. Respiraba el mar y sentía las gotas saladas en mi piel. ¿Conoces ese sentimiento extraño de aventura que te espera y las alas detrás de la espalda que sientes cuando observas una tormenta en toda su grandeza? De repente, mi mar oscureció, el viento enfureció, y mi puerto natal y las calles desaparecieron bajo el agua. El nivel del mar subió hasta el cuarto piso, hundió mi balcón, quitó los libros de la estantería, las fotografías y el retrato de mi abuelo de las paredes. En el agua oscura se hundió el mundo de mi infancia con toda su magia y belleza.

En mitad de la noche llamé a mi madre que estaba en Kiev, la capital cuyo nombre conoce ahora el mundo entero:

- Mamá, ¿qué harás cuando empiece la guerra?

-¿Qué guerra, Olga? Vete ya a la cama… -respondió somnolienta.

- Nada, perdona, buenas noches.

- Buenas noches… y yo me quedaré en casa.

En unos de los autobuses desde Mykolaiv hacia Dnipro en mi viaje hacia la región de Donetsk
En unos de los autobuses desde Mykolaiv hacia Dnipro en mi viaje hacia la región de Donetsk
Olha Kosova

Aquella noche tomé mi decisión. Cuando los primeros misiles sobrevolaron las ciudades ucranianas, empecé a escribir. Desde entonces no he parado. Las ciudades cambian, el número de grabaciones en mi teléfono supera ya varios centenares... Al principio, me sentía culpable porque el terrible dolor de la gente que me rodeaba había hecho realidad mi sueño. La guerra me convirtió en corresponsal de guerra. Cuando un nombre querido del pasado apareció en la pantalla de mi teléfono, tuve una extraña sensación. La llamada de mi vida anterior, tan esperada, perdió de repente toda importancia. Recordé aquel verano en Madrid, cuando hacía las maletas entre lágrimas. Me prometí a mi misma que vería mi nombre en los periódicos y en la pantalla de la televisión.

Un año después, mi vida está tejida de kilómetros de carreteras, tragedias ajenas y mi propio postrauma. Afortunadamente, ya no tengo sueños. Algunos corresponsales de guerra te dirán que tienen miedo de los misiles, te contarán lo aterrador que es la zona cero, pero para mí el lugar más aterrador es mi apartamento en Kiev. Me atrinchero en las historias de terror, apago el teléfono y las noticias, pero esta maldita guerra se cuela por las rendijas, el dolor humano fluye por las paredes y no se puede quitar ni con cloro. Después de unos días de descanso, voy a los lugares más calientes porque tengo una extraña relación de codependencia con esta guerra y sus protagonistas. Mi mayor temor es no volver nunca de ella. Mientras la mayoría de mis compatriotas buscan un equilibrio entre la guerra, el trabajo y la vida, para mí ya no hay equilibrio: la guerra sólo me ha dejado mis textos. A veces pienso que esta guerra me está borrando lentamente. ¿Hay algo más que importe aquí, en la esquina entre el infierno y el cielo, donde se deciden la vida y la muerte?

Alguien dirá: "Por los premios”. No, aquí no nos desgastamos y nos perdemos por ellos. Sin embargo, el premio de la AMI era importante para mí. Era un recordatorio, o quizá una ilusión, de que incluso a miles de kilómetros de mi segunda patría no estoy sola en esta guerra.

Estos textos no son sólo historias, son un espejo.

Una multitud se congrega en la estación de Jérson para conmemorar el primer tren desde Kiev hacia tierra liberada.
Fotografías que tomé para el reportaje sobre el 'Tren hacia la victoria': las historias, dramas y alegrías en los vagones de quienes regresaron a Jersón tras la desocupación rusa.
OLHA KOSOVA

Cuando miro a una mujer en Kramatorsk, llorando sobre los fragmentos de su negocio destruido por un misil ruso, me acuerdo de mi madre. Una vez llegó sola a una gran ciudad con una niña pequeña. En diez años, construyó su odontología desde cero. Ahora estos cortes de electricidad están destruyendo el trabajo de su vida. Va a trabajar todos los días, a veces gratis, a veces por un precio simbólico, atendiendo a refugiados y soldados en las dos horas de que dispone. Durante todo este tiempo, nunca la he visto llorar. Le agradezco que comprenda mi trabajo. Incluso cuando duermo en las trincheras de la región de Jersón o bajo el fuego en Bajmut… Ella ya no me pide que no vaya a la región de Donetsk, y yo ya no le pido que abandone el país. El texto sobre los médicos que salvan vidas en el frente también fue escrito para ella.

Mi abuelo, general y dos veces héroe de la Unión Soviética, escribió en un libro: "La guerra comienza con la muerte de tu amigo". La Segunda Guerra Mundial se llevó a más de un amigo y sus dos brazos. Para mí, esta guerra empezó en verano: con la muerte de Oleg. Entonces me di cuenta de la realidad de todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. La ingenua creencia de que soy una observadora en esta guerra, y que a mis amigos y mi familia no pasará nada desapareció en un momento. La esquela, hecha de clichés como "héroe" y "murió por Ucrania", lo cambió todo de repente.

¿Por qué vas a la guerra? A menudo me hacen esta pregunta. ¿Un subidón de adrenalina? ¿Sueñas con un Pulitzer? ¿Quieres casarte? No, me importan los soldados. El peor pecado de los periodistas es mitificar los "héroes". Los chicos y chicas de veinte años en las trincheras de la región de Donetsk se han convertido de repente en la única esperanza de su país, de la Europa democrática, de los liberales rusos, de los "rehenes del régimen" que creen que esta guerra puede corregir los años de su inacción en su país de origen. Los bautizamos como héroes, y seguimos con nuestras vidas.

¿Te acuerdas de nuestros 20 años, verdad? Los bares madrileños, botellones en pisos de estudiantes y compras por el centro de la capital. Qué bueno era que el destino de la democracia mundial no dependiera de nosotros. No siempre sabíamos ni qué hacer con nuestro destino.

En Solviansk, cubriendo el impacto de uno de los bombardeos de Rusia
En Solviansk, cubriendo el impacto de uno de los bombardeos de Rusia
Olha Kosova

Estos soldados, como Marichka Iskrovska, mienten a sus madres no sobre la copa de más que se han bebido, sino sobre el hecho de que no están en Bajmut sacando a soldados heridos de las explosiones. En esas trincheras hay personas de carne y hueso. Personas que tienen frío y miedo. Puestos por el destino, a veces por su propia decisión heroica, en condiciones inhumanas... Mis textos tratan de personas.

Los soldados suelen responder a mis preguntas sobre sus sentimientos en la batalla diciendo que no la entendemos. Recuerdo cuando volví de Bajmut: me temblaban las manos y no conseguía recomponerme después de lo que había vivido aquel día. Uno de los soldados, camarero en la vida anterior, me sirvió una ginebra. Pusimos música. Empecé a bromear diciendo que quizá debería alistarme en el ejército con un sueldo de 3.000 euros, alcohol y música.

- Si, y también cavar tierra helada y tirado en el frío durante días sin poder levantar cabeza bajo un fuego constante, contestó con una sonrisa amarga.

- Lo siento, Lesha, sé que es duro para ti. Siento mucho que estéis desperdiciando vuestros mejores años en este infierno. Sois personas con mucho talento y mucho futuro. No deberíais estar aquí. Eso es lo que más me enfada.

- ¿Puedo darte un abrazo? -contesto él.

El frente de Bajmut.
Algunas de las fotografías que tomé durante el reportaje en el frente de Bajmut.
OLHA KOSOVA

Esa noche en Bakhmut hice un nuevo amigo. Estuvimos riendo y bailando hasta la madrugada. Allí mismo, en las instalaciones de seguridad, a 10 kilómetros de la puerta de San Pedro, el que decide si entras en el cielo. Yo entiendo a mi soldado ucraniano. Para mí, esta guerra no trata del destino de la democracia mundial: trata de ti. A la guardia de ti dejo mis palabras y mi dolor.

Me espera un nuevo viaje. Un carruaje azul, té negro en una bandeja de metal. Ya es el momento de despedirme. Cuando acabe la guerra, nos volveremos a ver en Madrid, mi querido lector. Por ahora, te dejo a mis textos.

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