La guerra, la única banda sonora en Jersón

Un miembro de la inteligencia militar ucraniana, durante la misión en Jersón
Un miembro de la inteligencia militar ucraniana, durante la misión en Jersón
Ivan Antypenko
Un miembro de la inteligencia militar ucraniana, durante la misión en Jersón

"Nos dicen que han fallecido muchos soldados ucranianos. El enemigo no fallece, al enemigo se le destruye. Con honor solo fallecen 'los tuyos'. Llegará el día cuando el último ucraniano se convierta no en una expresión metafísica sino en una realidad", cuenta con entusiasmo en la tele rusa un señor de la tercera edad. Con cada éxito del ejército ucraniano, la temperatura de la propaganda sube cada vez más. En el mundo televisivo, los resultados militares parecen claros y fáciles. Pero la vida en el frente no es así. La lucha contra la fantasía propagandística no consiste solo en coraje y patriotismo; es un trabajo al límite de las posibilidades del ser humano. Aquí los soldados maduran rápido, duermen poco, valoran la vida y la amistad de otra forma.

Tras meses de rehabilitación, una de las madres de los marineros salidos de Mariúpol me dijo en voz baja, para que su hijo no le escuchara: "Está mejor y ya duerme bien… Pero la guerra no me devolvió a mi hijo. Se fue una persona, y ahora aquí veo a otra". Cuando te acercas a un grupo de soldados y les preguntas sobre su experiencia o sus sentimientos en el combate, se intercambian miradas, como si estuvieran compartiendo un secreto que seguramente el resto no vamos a entender.

La liberación de Jersón es una de las operaciones más esperadas por los ucranianos. Los apagones de luz no duelen tanto como las noticias sobre los avances en el sur y la desaparición de la bandera frente a la administración del centro regional. Antes de esto, los soldados se han pasado ya meses de una rutina agotadora, de operaciones fallidas y pueblos reconquistados…

La historia de una operación

En otoño, el paisaje de las estepas de Jersón es muy bonito: una tela plana que mezcla colores amarillos y verdes hasta la línea del horizonte… Ahora, los fuertes estruendos de la técnica militar perturban la serenidad de la naturaleza. Detrás de una línea de árboles muy fina, se esconde una de las unidades que no suele tener la visibilidad en los medios de comunicación: los ojos de cualquier ejército, es decir, su inteligencia militar. Su misión es lanzar los drones para corregir el fuego artillero e investigar las posiciones del bando contrario. En su ardua tarea no solo hay expediciones y horas de observación; ahora trabajan también con las herramientas tecnológicas más avanzadas.

Al otro lado de las trincheras se encuentran las tropas enemigas. El día que pudimos acompañar a la inteligencia ucraniana, la situación se puso bastante difícil para el ejército ruso. La mayoría de sonidos que rompían la antigua paz de los parajes de Jersón procedían de la artillería ucraniana. La operación de liberación de uno de los pueblos estaba en plena marcha cuando llegamos en un coche blanco para poder hacer un reportaje exclusivo en primera línea de combate.

Nuestra aparición no provocó mucho entusiasmo. "¿Quién dejó pasar a civiles hoy?", dice uno de los soldados mayores, nervioso. A pesar de los argumentos del capellán militar y del oficial de prensa, Sergiy, la situación no favorece la presencia de los medios. En el momento más tenso, el coche se queda estancado en el campo. Mientras los soldados intentan sacar el vehículo, en las trincheras insisten en que no es día para reportajes: algo no va según lo planeado. Los soldados que se encuentran dentro de las trincheras están cansados y nerviosos.

El único tranquilo dentro de ese caos es Dmytro, de 31 años, que antes de la guerra era analista empresarial y que ahora ha abandonado su empleo y su ocio para integrarse en la inteligencia militar. "Queríais una experiencia de combate y contraofensiva.. Caos, gritos y nervios... Aquí la tenéis", nos dice Dmytro. En unas semanas se irá tres días de vacaciones. Pero confiesa que antes de cada salida 'al campo', se despide de la vida y, luego, se lleva una sorpresa y una alegría cuando vuelve sano y salvo.

Un miembro de la inteligencia militar ucraniana consulta un dispositivo
Un miembro de la inteligencia militar ucraniana consulta un dispositivo
Ivan Antypenko

El pueblo

En los pueblos cercanos o liberados, la vida civil se mezcla con la militar. Las casas llevan ya destruidas desde hace tiempo, y parece que todo el espacio de las calles y edificios vacíos lo ha ocupado la guerra. Aquí se escucha la guerra, se siente y se respira su presencia. La mayoría de la gente no aguanta y se marcha. Pero Victor, de 66 años, y su esposa de 77 han sobrevivido ya meses de combates duros. Y siguen. Cerca de su jardín se esconde un vehículo militar. "No se preocupe, todo está bien, es de los nuestros", comenta la mujer. Como también lo son las cabras y gallinas de gente del pueblo que se marchó y que ahora se encargan de cuidar. "Nos da pena nuestra vida, pero también la de nuestros animales. Se me parte el alma de dejarles aquí", comenta Victor mientras nos prepara un café de sobre. Se disculpa antes porque no tiene mucho que ofrecernos.

Victor y su mujer consideran afortunados a sus vecinos porque su pueblo está destruido solo al 75%. Otros cercanos ya no existen

"Mi hija me llama y me pide que nos marchemos. Cada día le prometo que lo haré… y cada día lo pospongo", relata. La entrevista se interrumpe todo el rato. Para tranquilizarme, me dice que el sonido que se escucha cada pocos minutos es "la salida y ya está lejos". Nos empiezan a hablar entonces de sus vecinos. Los consideran afortunados porque su pueblo está destruido solo al 75%, mientras los otros a su alrededor ya apenas existen. "Hitler también destruyó el pueblo", su abuelo le enseñaba fotos. "Nosotros ganamos y esto está claro. Luego nos toca volver a reconstruirlo todo de nuevo", suspira Victor. Al despedirse, rezan junto al capellán militar para que la paz llegue pronto al país.

Descanso

En una de las calles casi en las afueras del pueblo se encuentra otro grupo de la inteligencia militar, los que se dedican a la observación y a realizar asaltos contra el enemigo. Algunos descansan en un coche, otros se duermen en la calle junto a una pared de la casa. No nos hacen ni caso. Ni a nosotros, ni a los ruidos de las explosiones. "Es que estamos muy cansados. Es uno de los hábitos adquiridos en la guerra: dormir cuando se puede y hay una oportunidad", nos explica un chico al ver nuestras caras de sorpresa.

La conversación se siente un poco forzada, les cuesta hablar porque apenas han dormido en las últimas 48 horas. Poco a poco, van cogiendo confianza y comparten algo más. Uno de ellos comenta que lleva tiempo sin rotación y le gustaría por lo menos tomarse un respiro. A nivel físico es duro. Pero cuando la situación se pone inaguantable los compañeros se encargan de subir la moral. A algunos les motiva la familia que les espera en casa y, por eso, saben que tienen que sobrevivir para poder volver.

El peor momento de la guerra, acuerdan, fue la batalla en un pueblo cerca de Aleksandrivka, en la que hace meses perdieron a muchos de sus compañeros... Ocho horas les estuvieron cubriendo allí con un fuego que no cesaba. Se escondieron dentro de un canal pequeño, "ni siquiera tuvimos las trincheras", recuerdan. Por lo menos ahora pueden contarlo. "¿Cómo os sentisteis estas ocho horas?". Se ríen ante la pregunta y responde: "Eso solo puede sentirse".

‘Dosa’ es un chico de 21 años de Odesa, que lleva en el Ejército ya seis meses. Fue herido por metralla en la cabeza en esa batalla. Pero, tras un mes de recuperación, volvió a las posiciones. Dice que lo mejor del ejército son los compañeros porque, pase lo que pase, los chicos le ayudan. "Lo peor en la guerra es ver que tu compañero está gravemente herido y no puedes hacer nada por ayudarle… Estás bajo fuego enemigo y a unos cuantos metros está tu amigo y sabes que en un par de minutos estará muerto. Y ni siquiera puedes recoger el cádaver", se duele ‘Yezhyk’, su compañero de 25 años. Se le nota triste. De hecho, parece más cansado que sus amigos. Recuerda perfectamente la primera muerte de un amigo que vivió. Primero, estudiaron juntos. Después, lucharon juntos. Yezhyk pudo ir a su funeral, pero el ataúd estaba cerrado (se cierran cuando el cuerpo está muy destruido).

"¿Miedo? Lo pasas todo el rato. No hay nadie aquí que no tenga miedo. Cinco días descansas y cinco días estás luchando. Los primeros asaltos son los más difíciles, pero luego poco a poco te acostumbras", dice Yezhyk. "Yo tengo miedo de morir haciendo alguna tarea estúpida", añade su compañero.

Los chicos dicen que creen en la victoria, en ver pronto sus tierras recuperadas y sueñan con los viajes que harán después. "Cuando acaba la guerra, me voy a ir a Ámsterdam con mi novia", comenta Dosa. Y sonríe felizmente.

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