Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

Meritxell llama a la cuestión

La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, en el pleno de este martes
La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, en el pleno de este martes
EP
La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, en el pleno de este martes

Eran los cinco y cuarto de la tarde en todos los relojes. Cuca Gamarra, portavoz del Grupo Parlamentario Popular, ocupaba la tribuna de oradores desde hacía unos minutos. Intervenía en su primer turno de réplica al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, quien había comparecido a petición propia y de varios grupos para dar cuenta de los últimos Consejos Europeos de octubre y diciembre. 

Su intervención seguía el esquema de la parábola de la oración en el templo del fariseo y el publicano (Lucas 18, 9-14). Ponderaba el presidente las excelencias de su gestión en todos los ámbitos y pasaba a ponerlas en contraste permanente con los desastres de los gobiernos del Partido Popular que hubieron de lidiar con anteriores crisis a las que sólo aplicaron medidas en favor de los poderosos y en detrimento de los débiles.

El presidente Sánchez -convencido de que ni en política ni en periodismo hay abuelas- procedió a autoelogiarse sin cesar durante más de setenta minutos, aduciendo sin pudor los reconocimientos que le habían tributado la Autoridad Bancaria Europea, el Fondo Monetario Internacional, el Financial Times o los figurines de Davos, subrayando que nadie podría considerarles afines al Gobierno de coalición progresista que encabeza. 

El primer turno de réplica era para la portavoz del Grupo Popular, mencionada como señora Gamarra Ruiz-Clavijo, quien eligió para iniciar su faena otro terreno: el de los desastres derivados de la desventurada ley del 'sí es sí', que está poniendo en libertad a decenas de violadores, beneficiarios ineludibles de la rebaja de penas de aplicación retroactiva obligada. Fue entonces, en ese preciso momento, cuando la presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet, interrumpió a la oradora, señora Gamarra Ruiz-Clavijo, para llamarla a la cuestión.

Un periodista, de la decena contada, que seguía la sesión desde la tribuna depPrensa comentó asombrado que, con toda la riada de desafueros que ha pasado bajo de los puentes del Pleno durante los ya más de tres años transcurridos de la XIV Legislatura inaugurada el 3 de diciembre de 2019, nunca, hasta ese momento exacto, la señora presidenta del Congreso, Meritxell Batet, haya estimado que era llegada la ocasión de proceder conforme a lo preceptuado en el artículo 70.3 del Reglamento, que le faculta para interrumpir a quien esté en uso de la palabra para llamarle a la cuestión. 

Una facultad que, a tenor del artículo 102.1, debe ejercerse de modo obligado porque está dispuesto que “los oradores serán llamados a la cuestión siempre que estuvieren fuera de ella, ya por digresiones extrañas al punto de que se trate, ya por volver sobre lo que estuviere discutido o votado”. De modo que, vayamos al artículo 102.2, “el presidente retirará la palabra al orador al que hubiera de hacer una tercera llamada a la cuestión en una misma intervención”. A partir de ahí, cabe calcular cuánto tiempo y cuántos pesares nos habríamos ahorrado si quien tiene la alta responsabilidad de presidir el Congreso hubiera cumplido con el deber intransferible de llamar a la cuestión a quienes se salgan de ella. Pero descuiden, que lo sucedido en el pleno del martes día 24 no volverá a ocurrir.

Anotemos también que la interminable sesión del martes permitió advertir cómo, habida cuenta de las dificultades para iluminar el futuro, algunos líderes políticos acababan sucumbiendo a la tentación de ennegrecer el pasado. Prefirieron compensar las incertidumbres del porvenir trasladándolas al pretérito imperfecto

En esa línea, Milan Kundera señalaba en El libro de la risa y el olvido que “la gente grita que quiere crear un futuro mejor, pero no es verdad”. En su opinión, el futuro es un vacío indiferente que no le interesa a nadie, mientras que el pasado está lleno de vida y su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende, y por eso queremos destruirlo o retocarlo. 

En breve, todo sucedería como si los hombres quisieran ser dueños del futuro sólo para poder cambiar el pasado. Por eso, “luchan por entrar al laboratorio en el que se retocan las fotografías y se reescriben las biografías y la historia”. Atentos.

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