Encarna Samitier Directora de '20minutos'
OPINIÓN

El día que ETA atentó contra sí misma

fotografo: Jorge Paris Hernandez [[[PREVISIONES 20M]]] tema: Ermua. Miguel Ángel Blanco. Terrorismo. ETA.
Documentos e imágenes sobre el concejal asesinado, recuperados este año por el Ayuntamiento de Ermua.
Jorge París
fotografo: Jorge Paris Hernandez [[[PREVISIONES 20M]]] tema: Ermua. Miguel Ángel Blanco. Terrorismo. ETA.

Los verdugos de Miguel Ángel Blanco le hicieron creer que moría solo frente a ellos, ese fatídico 12 de julio de 1997, pero en realidad una multitud le acompañaba. Txapote, el terrorista que le disparó a sangre fría, pensó que lo último que vio su víctima fueron sus ojos. Pero, más allá de ese bosque, muy cerca, millones de personas estaban en vigilia desde que se supo que ETA había secuestrado a ese joven concejal del PP que tocaba la batería y cogía todos los días el mismo tren para ir a trabajar. En las concentraciones masivas que rompieron años de palabras a media voz, los manifestantes mostraban su foto: era la cara de un inocente en manos de sicarios, inspiraba una ternura infinita, hacía presagiar lo peor.

Esos días, el salvaje ritual se cumplió -el secuestro, la extorsión, el crimen-, pero no del todo. El silencio que estimula al verdugo, nunca al que sufre -como escribió el superviviente de los campos nazis, Elie Wiesel-, se rompió. ETA llevaba años cometiendo aberraciones, pero ese día, sin pretenderlo, colmó el vaso y atentó contra sí misma.

Varias generaciones de españoles sabemos perfectamente qué hacíamos el día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco, porque fue una muerte retransmitida en directo, en una angustiosa cámara lenta. Todavía hoy muchos ojos se humedecen al recordar. Los del socialista Carlos Totorika, que era alcalde de Ermua; los del entonces ministro del Interior del Gobierno Aznar, Jaime Mayor Oreja; los de los compañeros de Miguel Ángel, pero también los de gente anónima que salió a las plazas con las manos pintadas de blanco. Pero esa conmoción no fue unánime. Arnaldo Otegi, actual dirigente de Bildu, era diputado por Herri Batasuna, reclutado por esa formación tras su paso por ETA y por eso mismo. De ese 12 de julio recuerda que estaba en la playa. "Como un día normal", respondió a la pregunta de Évole.

El día en que Txapote disparó a Miguel Ángel Blanco a bocajarro también firmó el certificado de defunción de la banda terrorista

Ahí está la clave. Nunca más el día de un asesinato volvió a ser "normal". Cantidad de barbaridades "normalizadas" empezaron a dejar de serlo. La indiferencia del clero ante el sufrimiento de las víctimas, por ejemplo: era difícil encontrar en las homilías de los funerales palabras de condena. Las víctimas, simplemente, fallecían. El obispo Setién dijo, ante el féretro de un asesinado, que se sentía "desconcertado y frustrado". Al jesuita Antonio Beristain, que acuñó la doctrina "las víctimas, primero", este mismo obispo le prohibió predicar en misa. Pero no había vuelta atrás. Había empezado el aislamiento social de ETA y de sus adeptos. El día en que Txapote disparó a Miguel Ángel Blanco a bocajarro también firmó el certificado de defunción de la banda terrorista. El resto lo hicieron la actuación policial, el cambio de actitud del gobierno francés y la Justicia.

Veinticinco años después, después de casi mil vidas segadas, de familias destrozadas, de un lento envenenamiento de la convivencia, los pistoleros han dejado de disparar. Txapote sigue en la cárcel. Arnaldo Otegi, coordinador de EH Bildu, no condena los crímenes de la banda y se ciñe a lamentar "el dolor que esos hechos hayan podido causar". Según están las cosas y las alianzas, no es imposible que llegue a lendakari. Un tercio de los crímenes de ETA siguen sin resolverse, porque quienes podrían ayudar a esclarecerlos callan. La mitad de los jóvenes de 20 años no saben ya quién fue Miguel Ángel Blanco. No está reglado cómo enseñar en las escuelas qué significó ETA y el horror que causó. Pero la memoria y la necesidad de reparación ocupan un espacio ya irrenunciable.

El espíritu de Ermua consistió en descubrir que las palabras y los gestos no son inútiles, que tienen un enorme poder transformador. Lo mismo pasa con la memoria y el respeto a la dignidad de las víctimas: explicar lo sucedido, sin alambicadas equidistancias y sin adulteraciones, servirá para que las víctimas no mueran dos veces.

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