El dilema de Irán: un país que retornó al conservadurismo de los ayatolás tras décadas de apertura liberal

Fotografía de mujeres iraníes en 1974, antes de la Revolución Islámica.
Fotografía de mujeres iraníes en 1974, antes de la Revolución Islámica.
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Fotografía de mujeres iraníes en 1974, antes de la Revolución Islámica.

En Irán viven unas 81 millones de personas, lideradas actualmente por el ayatolá Alí Jameneí, su líder supremo de la República Islámica desde 1989 que ya entonces se comprometió a eliminar “las desviaciones, el liberalismo y el izquierdismo influido por Estados Unidos”. El país, situado en una posición clave entre Oriente Medio y Asia, ha sido el foco de la comunidad internacional durante años, con un atractivo inmenso que le viene dado por sus reservas de petróleo (alberga el 9% de reservas mundiales) y de gas (alberga el 18% de reservas del planeta). 

No se pueden comprender las últimas décadas de historia iraní sin la presencia de los americanos en el país heredero de una cultura de 2.500 años, que consiguieron -por lo menos durante unas décadas- introducirse en sus costumbres bajo una máscara civilizadora con objetivos más bien económicos.

Para entender la situación actual de Irán hay que remontarse a tres décadas atrás. Fue a partir de 1979. El fin de la dinastía Pahlevi -con la huida del Sha tras la crisis económica y las masivas manifestaciones que se habían estado dando en su contra- dio lugar a un nuevo sistema que abogó por el retorno al conservadurismo y al Islam. Este sentimiento nostálgico surge como reacción a décadas de intervención extranjera y de adopción de la cultura de Occidente, que se había inmerso cada vez más en la sociedad iraní con las reformas de la 'Revolución Blanca', impulsadas por el Sha y alentadas por EE UU, que concedieron a las mujeres una mayor emancipación y dotaron a la población de una mejora en la alfabetización -entre otros muchos progresos- hasta los años 70.

No obstante, esas reformas fueron demasiado rápidas para los ciudadanos que estaban muy arraigados a las tradiciones y a la religión, sobre todo en zonas rurales. El cambio más significativo fue en las mujeres que experimentaban una época de libertad creciente, reflejada en sus indumentarias, muy alejadas del hiyab o velo que hoy en día están obligadas a llevar por ley. Estados Unidos contribuyó en cierta parte al progreso de Irán, pero también es una pieza clave en su retroceso. 

Mujeres iraníes parlamentarias en 1970.
Mujeres iraníes parlamentarias en 1970.
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Lo cierto es que su honda intervención en la que se considera una de las economías más importantes de Oriente Medio, ha marcado durante décadas el ideario de un sector de la población -cada vez más grande- que veía cómo las potencias extranjeras se enriquecían a su costa y con ayuda del que entonces era su lider supremo, el Sha, mientras una gran parte de su ciudadanía se sumía en la pobreza y en una crisis económica cada vez más pronunciada. 

Además, el entonces monarca absoluto era conocido por imponer un reinado de terror mantenido por su servicio de inteligencia, el ‘Savak’, famoso por sus torturas, asesinatos y detenciones arbitrarias a cualquiera que estuviera en contra del régimen.

El inicio del retroceso

El descontento de los iraníes que ya se venía gestando durante años, alimentado por la oposición liderada por el ayatolá Ruhollah Jomeini, desembocó en un levantamiento que fue reprimido en una masacre de miles de personas en 1978 en el que se conoce como ‘Viernes negro’. Finalmente, el Sha abandona el país al año siguiente presionado por las protestas en todo el país y en febrero de 1979 se fundó la República Islámica de Irán, liderada entonces por Ruhollah Jomeini, bajo la promesa de construir un nuevo Irán fiel al Islam que vuelva a su identidad, considerada corrompida por las potencias internacionales, fundamentalmente por EE UU.

Así, el país de Oriente Medio calificado por los expertos como el país más heterogéneo de toda la zona por su riqueza cultural, comenzó un proceso de retroceso vendido como una mejora, que echaría por tierra todos los avances conseguidos en las últimas cuatro décadas. A partir de entonces, Estados Unidos, poco convencido con el nuevo régimen impuesto y alertado por la posibilidad de perder poder en la que es la segunda potencia con más reservas petroleras del mundo, empezó a imponer sanciones petroleras y comerciales durante una década, que, lejos de mejorar la situación, acrecentó el sentimiento de odio y repulsión hacia los americanos por parte de los iraníes que se empobrecían cada vez más.

Además, Estados Unidos, con George W. Bush en la presidencia, llegó incluso a calificar a Irán -junto con Irak y Corea del Norte- como el “Eje del mal”. Ese mismo sentimiento 'civilizador' sirvió al país como pretexto para alentar la invasión Iraquí. Este conflicto se saldaría con la vida de más de un millón de personas y concluiría con una mayor presencia militar estadounidense en la zona, mayores sanciones económicas por parte del país norteamericano y, como consecuencia, un fundamentalismo islámico e yihadismo antiestadounidenses que iban ganando influencia en todo Oriente Medio.

Un acuerdo histórico

Tras años de inestabilidad, un conservadurismo religioso cada vez más predominante impulsado por Mahumd Ahmadineyad, una inflación cada vez más exagerada, un desempleo desolador y sanciones internacionales más estrictas, Irán consiguió en 2015 firmar en Viena un acuerdo con Estados Unidos y sus aliados (Gran Bretaña, Alemania y francia) y con Rusia y China, en el que se prometía reducir los programas de enriquecimiento nuclear a cambio de una reducción de las sanciones. Este acuerdo histórico pondría fin a 35 años de tensión entre Washington y Teherán (o eso creían) y permitiría una -lenta- recuperación del país iraní.

Pero la calma duraría poco. Trump retiró el acuerdo dos años después calificándolo de “vergüenza” e imponiendo sanciones aún más severas que alterarían de nuevo las relaciones entre las dos naciones y acrecentarían el descontento y el sentimiento ‘antiestadounidense de la población’. Ahora, lejos de esa relación cordial que parecía que pudieran tener, los dos países han estado tirando de la cuerda y añadiendo agua a un vaso que le quedaba muy poco para desbordarse.

El estallido de la tensión

La tensión estalló este viernes con un hecho que marcará un antes y un después en las relaciones bilaterales entre EE UU e Irán: Trump ordenó el asesinato del popular general iraní Qasem Suleimani -pocos meses después de asesinar a Al Bagdadi-, que albergaba el cariño y el aprecio de gran parte de la ciudadanía y del líder supremo. El que dirigía la Fuerza Quds desde 1998, se convertiría así en un mártir para Irán, que ya ha clamado "venganza" ante estos hechos precipitados que han mantenido a la comunidad internacional en vilo, alertados por el conflicto internacional en el que puede desembocar este enfrentamiento.

En los últimos días desde el asesinato del general, se ha visto en los medios de comunicación y en las imágenes compartidas en redes, una unión general del pueblo iraní que se ha levantado indignado por lo que ven como una injusticia, llevada a cabo por parte de una nación que consideran que los ha sumido en la pobreza y que solo les ha traído muerte y dolor. Si bien antes los líderes del país podían tener algunos que no estaban convencidos, la historia ha reflejado que estas situaciones acaban uniendo a todos los ciudadanos bajo un mismo enemigo, una única amenaza: Estados Unidos.

Ahora, el mundo entero está pendiente de lo que pueda ocurrir, del próximo paso que el presidente de Estados Unidos pueda dar tras la respuesta de Jamenei al bombardear una de sus bases en Irak. Cada acto a partir de ahora será determinante ante una situación que se ha descontrolado y que podría suponer la entrada en conflicto no solo de Irán, sino también de sus países vecinos, como Irak, que teme volver a a estar en el centro del conflicto entre ambos países. 

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