Ruy Pérez de Viedma, el capitán en quien Cervantes proyecta su calamitosa época militar

El capitán Ruy Pérez de Viedma.
El capitán Ruy Pérez de Viedma.
RIKI BLANCO
El capitán Ruy Pérez de Viedma.

Los caminos para la supervivencia eran «Iglesia o mar o casa real». En la Historia del cautivo, insertada en el Quijote como un entretenimiento, asoma la peripecia de un campesino leonés que optó por la marinería de guerra y, como Cervantes, fue apresado tras Lepanto. Las ansias bélico-imperialistas vistas como monstruos de insaciable apetito.

«Capa de maldades», «esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban». El capitán Ruy Pérez de Viedma no se muerde la lengua al hablar de la gestión de la Armada española, echada a la mar sin previsión ni provisión –la galera en la que navegaba Cervantes en Lepanto no llevaba apenas cañones ni munición–.

Proyección del escritor, al igual que él herido de disparos de arcabuz –dos en el pecho y uno en la mano izquierda–, Pérez es capturado por los turcos y pasa cinco años cautivo en la ciudad de Argel.

El leonés relata el encierro, «el hambre y la desnudez», con un llano y tenso estoicismo, solo roto por la historia de amor a ciegas con la sarracena vecina Zoraida. Ella, empeñada en ser cristiana, quiere fugarse con el capitán sin condición alguna: «Mira tú si puedes hacer cómo nos vamos, y serás allá mi marido, si quisieres, y si no quisieres, no se me dará nada; que Lela Marién [la Virgen María] me dará con quien me case».

Tras la mala estrella de varios intentos de evasión que terminan en fracaso, los amantes cruzan a España, como tantos hoy, en patera. La embarcación se hunde y la tripulación del bajel francés que rescata a los náufragos roba a Zoraida la fortuna que su padre le había entregado y las valiosas joyas que lleva encima. Los amantes, pobres pero felices, se casan.

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