Sofía Castañón Portavoz adjunta en el Congreso de Unidas Podemos
OPINIÓN

Gafas democráticas

El candidato de Unidas Podemos a la Presidencia de la Comunidad, Pablo Iglesias durante un acto del partido a 23 de abril de 2021 en el distrito de Villaverde, en Madrid (España).
El candidato de Unidas Podemos a la Presidencia de Madrid, Pablo Iglesias.
RRF
El candidato de Unidas Podemos a la Presidencia de la Comunidad, Pablo Iglesias durante un acto del partido a 23 de abril de 2021 en el distrito de Villaverde, en Madrid (España).

Mi educación sentimental tiene la radio de fondo, y es una costumbre que mantengo. Por las mañanas, encender la radio o el canal 24 horas de la televisión pública es de las primeras cosas que hago. Quiero seguir pensando que es una buena costumbre, aunque admito que la estridencia de algunas tertulias me lo pone más cuesta arriba. Aclaro: la estridencia, la disonancia, no viene de las discusiones, por encendidas que puedan ser, que tampoco suelen. Viene por algunas cosas que una pensaba que nunca oiría, como decir aquello de que los extremos se tocan cuando esos extremos son fascismo o democracia. Sí, porque no hay democracia sin una conciencia antifascista.

Desde el feminismo nos tienen entrenadas. No tendría pared para marcar con muescas cada vez que me han dicho que “ni machismo ni feminismo”. Una irrefutable movilización el 8 de marzo de 2018 y posteriores han desnudado al idiota, y eso son quienes ahora dicen cosas así. "Idiota", con su significado griego: de no entender la polis, no de entender la sociedad y la realidad en la que se vive.

No llamaré idiotas a quienes ahora mismo plantean como extremos el fascismo y la defensa de la democracia, porque con esto me da a mí que no iba a seducir más que a los conversos. Y no es plan, además, ¿qué nos pasa para que podamos llegar a equiparar lo equiparable?, ¿a buscar un equilibrio entre la defensa de los derechos humanos y aquello que los ataca por sistema? ¿Qué parcheo en nuestros enlaces sinápticos, o qué tapón para no notar la disonancia en la melodía? 

Se cansan los ojos cuando tras esas lentes vemos la vida sin el filtro de la costumbre, el de los roles de género

La respuesta me la daban el otro día con una referencia cinematográfica que es un clásico del cine de terror. Están vivos (They Live), de John Carpenter (1988). Sí, estoy hablando de esa película en la que los protagonistas, al ponerse unas gafas, veían que todos los carteles y anuncios de su vida cotidiana en realidad tenían mensajes de unos extraterrestres que les instaban a obedecer. (No solo no insulto, sino que traigo diversión a raudales con este clásico).

Son incómodas las gafas. Les dice esto una que ni es miope ni hipermétrope ni lleva gafas de sol, pero sí sabe las marquitas que dejan las gafas violetas en el puente de la nariz, lo que se cansan los ojos cuando tras esas lentes vemos la vida sin filtros. Sin el filtro de la costumbre, el de los roles de género, el de los estereotipos, el de la zona de confort. De repente aquello que creías que estaba conquistado es una brecha de desigualdad. Se vuelven evidentes las injusticias, se hacen incomprensibles muchas inercias. ¿Es incómodo llevar gafas? Seguramente, pero es la manera de no darse una hostia por la calle o por la vida. 

Necesitamos ponernos, y ayudar a que otras se pongan, las gafas democráticas. Por ese orden, como nos enseñan en los aviones con las mascarillas que aparecerán justo delante de nosotras en caso de despresurización. Porque nos han dicho que es normal lo que no lo es. Que es normal que haya raperos y titiriteros en la cárcel. Que es normal privatizar a pedazos la sanidad (y seguir haciéndolo durante una pandemia inédita en décadas). Que es normal pretender que las personas LGTBI tengan que hacer terapias de reconversión o señalar a niños y niñas huérfanas, solos en países que no conocen, donde se habla una lengua distinta de la suya y decir que son los responsables de que “la abuela” tenga una ridícula pensión. Que es normal, de hecho, que mujeres que han estado toda su vida trabajando, que han formado parte de la sociedad que trajo la democracia, tengan una ridícula pensión apellidada injustamente no contributiva, con lo que ellas contribuyeron a lo que hoy somos.

¿Dónde pensamos que se quedan los servicios públicos si aceptamos el recorte de libertades?

Que es democráticamente normal que se deshumanice al adversario político, que durante un año estén acosando a la familia de Pablo Iglesias y la ministra de Igualdad, Irene Montero. Que es normal que haya quienes lancen objetos cortantes a un jardín en el que hay niños pequeños jugando. Que es democráticamente normal que en Cartagena se lance un cóctel molotov a la sede de un partido político y semanas después no haya un solo detenido, aunque todas hayamos visto la cámara de seguridad. 

Que es democráticamente normal no solo que el ministro del Interior, la directora general de la Guardia Civil y el candidato a la presidencia de Madrid reciban amenazas de muerte contra ellos y sus familias, amenazas con balas, sino que haya líderes políticos que cuestionen la verosimilitud de esas amenazas o que digan que está feo denunciarlas públicamente. Que es de una gran normalidad democrática que haya quienes, en la radio, digan que recibir una amenaza así es esperable porque se ha citado un discurso de Lenin. También es normal que una piense que esto de escuchar la radio quizás no sea tan buena costumbre, oyendo tales cosas.

Hablar de esto es hablar de lo importante. Porque ¿dónde pensamos que se quedan los servicios públicos si aceptamos el recorte de libertades? Es hablar de lo importante incluso cuando no eres negro, cuando tu situación administrativa no es irregular, cuando no estás en riesgo extremo de pobreza, cuando nadie de tu entorno es LGTBI, cuando no tienes a tu cuidado a ninguna persona en situación de dependencia, cuando no eres mujer, cuando no eres precario. Aun así, esto va contigo y aun así, esto es hablar de lo importante.

Porque, aunque tú no estés en ninguno de esos grupos que recibe el odio de la ultraderecha, un día lo estarás

Porque el discurso del odio se construye con odio (y con mucho dinero, por cierto; para hacerse oír, para hacerse omnipresente). Y desde el odio solo se construye odio. Por lo que aunque tú, que piensas que esto que digo de las gafas democráticas es una soberana pamplina, no estés en ninguno de esos grupos que recibe el odio de la ultraderecha, esa que en Madrid encarnan tanto Monasterio como Ayuso sin distinción, un día lo estarás. Un día te tocará a ti. Es lo que pasa cuando se dinamitan los consensos democráticos. Nada, salvo quizás una descendencia directa del expolio franquista (y tampoco me la jugaría) te va a proteger en la escalada feroz del odio por conseguir el poder.

Las gafas democráticas tienen contraindicaciones. Por ejemplo, que ya no vas a estar aburrido, porque verás que esto es importante. También, que ya no podrás ponerte de perfil, porque a esto hay que mirarlo de frente. Pero esas gafas democráticas son las que van a evitar que antes o después te des una hostia por la calle, por la vida, y por la Historia. 

Y con esto, amiguitos y amiguitas, es como con la Covid. Nuestra salud es interdependiente, nuestra mirada también. Lo que pase en la Comunidad de Madrid el 4 de mayo, se lo dice esta asturiana mientras recuerda a quienes en otros tiempos alertaban hasta el hastío del peligro del fascismo, también.

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