Si algo ha dejado patente la sinrazón de Putin es que fuera de la UE hace mucho frío y que pese al euroescepticismo creciente desde 2008 –que tocó techo justo con el brexit–, sus Estados miembros se han caído del guindo y se han percatado de que aislarse de este marco implicaría solo miseria. Borrell lo describió así: Europa es un jardín francés ordenadito, pero, fuera de ella, la jungla crece. Si queremos que no nos invada, tenemos que defenderlo.

Uno de los problemas que afronta la UE, y al que se está tratando de dar solución, es que los ciudadanos la perciben como algo lejana. Una reciente encuesta del Eurobarómetro refleja que el 92% de la población defiende que sus voces deberían ser tenidas más en cuenta en las decisiones que se adopten. En este contexto, el Parlamento europeo ha querido escuchar dichas voces y ha organizado una Conferencia sobre el futuro de Europa en el marco de la cual, por primera vez, los ciudadanos han enviado miles de propuestas sobre lo que debería de ser un futuro en común. La necesidad de un proyecto compartido, y participado, es manifiesta.

Ya el brexit, lejos de debilitar a la UE, la reforzó; e incluso la pandemia, pese a las discrepancias habidas, también ayudó. Sin embargo, hasta ahora nunca habíamos sido tan conscientes de ello. Los que sí lo habían entendido perfectamente ya desde hace tiempo eran los ucranianos que, en 2013, se dejaron la piel y emprendieron duras protestas en Kiev contra la de decisión de su primer ministro de cerrarles la puerta de la UE. En el documental Winter on fire se refleja con detalle. Decía Chaplin que para valorar el lujo, hay que conocer la miseria... Putin nos la ha mostrado.