Aquel remoto año 2000, la economía española creció el 4,1 por ciento. Desde 1996 gobernaba José María Aznar gracias al apoyo de Jordi Pujol. 

Pero, en ese momento en el que cambiaba el siglo, el PP ganó por mayoría absoluta, y la derrota del PSOE supuso el ascenso de José Luis Rodríguez Zapatero. 

El bipartidismo era sólido, pero se licuó con la crisis económica de 2008 y su pésima gestión, unida a los groseros casos de corrupción. 

El 11M regó el desencanto, y en 2015 PSOE y PP se desgajaron en Podemos y Ciudadanos. Después llegaron las nuevas subdivisiones de Vox y Más País, con éxito variable. España se regodeó en la atomización, costumbre muy arraigada en territorios convulsos como Cataluña o el País Vasco.

Los dos bloques tradicionales disponen ahora de media docena de partidos entre los que elegir. Pero los bloques no se disuelven. Son graníticos. 

Lo que sí ha desaparecido es la fuerza moderadora que ejercían el PP hacia su derecha y el PSOE hacia su izquierda. Ahora, el extremismo se enseñorea entre nosotros. La cantidad no es un seguro de calidad.