Helena Resano Periodista
OPINIÓN

Con el termómetro en la mano

Un supermercado pone el termómetro al entrar para "proteger" a los clientes
Un supermercado pone el termómetro al entrar para "proteger" a los clientes
EFE
Un supermercado pone el termómetro al entrar para "proteger" a los clientes

Cuesta entender por qué, estando en el momento en el que estamos, todavía no se han establecido controles de temperatura en los aeropuertos españoles, especialmente en el de Barajas. No se hizo al principio del brote –cuando todavía el virus no había llegado a España o no creíamos que había llegado– y sigue sin hacerse ahora.

Cuando empezaron a detectarse los primeros casos en Europa, muchos aeropuertos empezaron a testar aleatoriamente a los pasajeros que llegaban de vuelos procedentes de China. Italia fue uno de ellos, se tomó la temperatura desde muy al principio a los viajeros que llegaban desde allí, no solo de vuelos directos de Wuhan. Y está claro, lo sabemos ahora, que no sirvió para contener la expansión del virus. Pero en el punto en el que estamos, con una movilidad aérea prácticamente cancelada –o al menos reducida a la mínima expresión– y en una fase de cierto control de la pandemia en territorio español, me resulta incomprensible que no se haya decidido controlar a los viajeros que llegan y en cambio se haya decidido que todos, estén sanos o no, sean confinados durante 14 días. Al menos durante el estado de alarma.

"El control térmico se lo están planteando los centros educativos para la vuelta en septiembre"

Puede que quienes saben de esto consideren que de poco sirve tomar la temperatura: hay informes, previos a la pandemia, que efectivamente desechaban la medida por ser poco eficaz, pero, visto ahora, me parece que se pecó de prudencia. Varios informes de marzo lo descartaban porque, de 100 contagiados, apenas podía identificar a 46. Dos meses después, esos 46 identificados parecen un mundo en avance de control del virus: a estas alturas, identificar y aislar a 46 positivos solo así es evitar retroceder en la desescalada. Con que consigamos identificar a uno solo, uno, ya sería suficiente. Un positivo que no contagiará.

En muchas empresas se ha colocado de hecho el control térmico como medida de prevención en esta fase de desescalada: cuando atraviesas el arco de seguridad, un termómetro te registra tu temperatura y lanza un pitido si supera los 37,2 grados. Seguramente se colarán algunos contagiados asintomáticos, puede ser, pero otros muchos serán al menos detectados. Ese control térmico se lo están planteando los centros educativos para la vuelta al curso de septiembre. Incluso las discotecas para poder reabrir de alguna manera este verano y no perder del todo la temporada.

El objetivo de todos, de quienes toman las decisiones y de quienes debemos cumplirlas, es contener la expansión del virus e intentar evitar de nuevo que el confinamiento sea la única medida de contención de la pandemia. Muchos estudios e informes hablan de una segunda oleada cuando llegue el otoño. Hasta entonces tenemos unos meses preciosos para ensayar métodos de contención. El control de temperatura de quienes llegan, viajan, se mueven, en zonas de mayor concentración de gente, puede ser una de tantas y tantas medidas. Una más, un grano de arena que suma. Y que no debemos descartar.

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