Nunca antes presidir un gobierno autonómico dotó a su titular de tanto poder en España. Ya no es sólo Díaz Ayuso. Esta semana arrancaba con un relevante y significativo debate en el Senado en el que solo hablaron presidentes autonómicos, pero de política nacional y con fondo y maneras de control al Gobierno.
Feijóo no da paso sin medir la aprobación de sus barones y Sánchez, al que solo le quedan tres, tiene al de Castilla-La Mancha como su peor pesadilla. De igual manera, el liderazgo de Díaz desaparece ante las decisiones de los dirigentes territoriales de Sumar. La fragmentación política que ha experimentado nuestro país en los últimos tiempos no sólo ha puesto fin al bipartidismo imperfecto que alumbró la Transición, sino, también, según parece, al omnímodo poder de sus cuarteles madrileños.
La sesión del lunes en la Comisión General de las Comunidades Autónomas del Senado nunca había concitado tal interés. La convocó el PP, que controla con su mayoría absoluta la Cámara Alta, para escenificar una suerte de moción de censura a Pedro Sánchez a cuenta de la Ley de Amnistía. Pere Aragonés la usó para hacer campaña y los presidentes populares, para atacar al Gobierno. El informe aprobado contra la amnistía no tiene consecuencia legislativa alguna pero exhibió la actual pujanza de los líderes territoriales.
Este mayor poderío de las presidencias autonómicas se suma al creciente peso político de los territorios en la aritmética parlamentaria del Congreso. Los partidos hegemónicos de Cataluña y País Vasco son mucho más decisivos que antes, pero también los de Galicia o Canarias
Díaz Ayuso ha construido su figura política gracias, en gran medida, a su confrontación con Moncloa y García-Page se jacta de "no recibir órdenes de Ferraz" después de su mayoría absoluta tras las últimas elecciones. Algo se tendrán que hacer mirar los altos mandos de PP y de PSOE para entender bien a nuestras variadas autonomías.
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