Mariano Gistaín Periodista y escritor
OPINIÓN

Velocidad del horror

La sequía es uno de los efectos del cambio climático que ya sufren muchos países, como Kenia, en la imagen.
La sequía es uno de los efectos del cambio climático que ya sufren muchos países, como Kenia
EFE
La sequía es uno de los efectos del cambio climático que ya sufren muchos países, como Kenia, en la imagen.

La velocidad con que los sucesos mundiales afectan a la vida de cada persona aumenta; esta obviedad incluye el cambio climático -CC- que parecía ir a ritmo de medio plazo, algo endosable a generaciones posteriores (excepto los milmillonarios que se preparan vida extralarga en refugios ad hoc o fuga al espacio); el CC era algo que no cabía en la lista interminable de las angustias diarias. Al menos dentro de los primeros mundos. En los otros mundos, si hay guerras y masacres y miseria, la única salida es emigrar. Estos días se difunde un gráfico con los países de los que más gente huye. USA tiene a dos millones y pico de personas llamando a las fronteras. Una caravana de seis mil desesperados atraviesa México hacia el que para ellos sigue siendo el sueño americano.

Pero el CC ha llegado rápido, ya está en los primeros mundos del norte, España por ejemplo ya cae en sequía récord. La velocidad de llegada e impacto de los conflictos del mundo en cada persona y mascota escapa al control de sentimientos, que es el mayor avance y retroceso (todo tiene dos caras, o tres) de los últimos años: inmunizarse, insensibilizarse, hacernos un poco (más) sicópatas preventivos ante el horror hiperreal. Ahora Gaza. Ayer y hoy, Ucrania, la inflación, el CC.

La economía de autodefensa de los primeros mundos elimina o minimiza los conflictos secundarios, no hay espacio para tanta destrucción. No hay tiempo para las audiencias, para los anuncios, para las redes personales. Afganistán se perdió para la pena. No caben tantas atrocidades.

La estrategia personal y familiar de autodefensa e insensibilización preventiva se aceleró con la pandemia, y antes con el crack de 2008. Ante tantas urgencias permanentes concatenadas cada cual se refugia donde puede: la medida más obvia, apagar la televisión, que entra directa al hígado. Las pantallas de esta época clavan las imágenes en el alma (única prueba de su existencia hoy), inyectan el horror dentro con billones de colores y no hay forma de esquivar los impactos. Lo que entra es más real que lo que sale. El humano ante su tele no puede asimilar ese chorro de hiperrealidad. Si puede permitirse ser sensible, se aflige. Es un lujo de los primeros mundos, y esa aflicción doméstica ante el K4 o K8 se vuelve pánico en cuanto llega el latigazo de la subida de precios porque un bando colapsa con misiles un estrecho.

El refugio seguro ante este impacto de la tele es el móvil, el scroll infinito de las redes, las interminables seducciones que embotan y ceban el cerebro con contenidos chuscos, simpáticos, chocantes: digamos gatitos. Hablar del Informe PISA con lo que estamos trasegando por el móvil desde los tres a los noventa y tantos años es una broma, intentar evaluar con esos métodos es como seguir el oráculo del PIB y otros indicadores. No hay fórmulas ni métodos para medir el destrozo que nos inoculamos y la desazón ante el vacío cuando falla la conexión. Es como examinar a los alumnos a ver si saben tallar hachas de sílex o cazar y desollar un mamut.

A pesar de estos reductos de fantasías animadas, tiendas, cosas, consejos, chistes, pornos y sicalipsis, la hiperrealidad termina por colarse, siempre hay una tele encendida en todas partes.

Las distopías de ficción son un alivio temporal; el terror y los monstruos, siendo falsos, permiten aplazar y desplazar al auténtico pánico ante lo que sale por los tubos de las noticias, la muerte, la enfermedad, la miseria, la violencia real. Cuando hay un suceso en tu ciudad, un crimen, una pelea con machetes, un atraco violento, un asesinato, el primer dato que se busca es ver si es cerca de casa o en un barrio lejano. Pero ahora lo lejano no existe, llega tan rápido que el cerebro ya funciona sin distancias. No hay colchón. Los chips se paran en los estrechos. Pero el síndrome de la fábrica de mascarillas de proximidad no puede aplicarse a los semiconductores, al menos no en todas partes: Intel anuncia una fábrica de microprocesadores en Israel por 25.000 millones de dólares.

La violencia institucional, al alza en todas partes, es otra vía de terror doméstico, cuando los representantes políticos se insultan, se faltan al respeto y amagan con agredirse en en seno de las instituciones... es un indicio de degradación y es la rotura del famoso cristal que cuando se rompe hay que reponer enseguida para que no se deteriore y se hunda el edificio entero. El grito o el ademán violento preceden al golpe: entre el insulto o la amenaza de muerte y el grito no hay nada; entre el gesto violento y la agresión, tampoco. Tampoco hay colchón.

La historia llega a casa en tiempo real, y dispara las facturas en minutos porque, entre otras cosas, el sistema anticipa el horror. Los mercados son más sensibles que las personas, o reaccionan antes: el algoritmo no tiene miedo de tener miedo. Al principio lo anticipaba antes el sistema financiero, quizá ahora hemos asimilado esa velocidad de impacto y lo cada cual lo anticipa con su sistema nervioso. Lo bueno cerca lo malo lejos ya era una aspiración utópica desde el 11-S del 2001, ahora es impensable. Los billonarios invierten y gastan en prolongar sus vidas, en construir remotos refugios aislados precisamente para esquivar esta velocidad de los contagios y los efectos (algunos son sicológicos, mucha gente confiesa que se deprime o se viene abajo cuando ve las noticias de espanto).

Esta velocidad de propagación del impacto es mucho mayor por la deuda, pública, privada, mixta; eterna e infinita; mundial, provincial, local, nacional, continental. Es iluso creer que la deuda de otros --vecinos, países, continentes-- no nos va a impactar y a afectar como todo lo demás. La velocidad también se ha reducido en este asunto crucial. Los coletazos de esas deudas llegan de una forma u otra: el efecto del crack de las subprimes de 2008 fue fulminante. La deuda es una de las fuentes de negocios y especulación mundial, y el latigazo también llega en tiempo real.

Que llegue también algo bueno, y que se propague a la misma velocidad que lo malo… y que sepamos verlo y disfrutarlo.

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