Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

La pena del Segway

Un grupo de turistas en Segway
Un grupo de turistas en Segway
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Un grupo de turistas en Segway

La civilización avanza rápido. Las mentes piensan, las ideas fluyen y se comparten, las empresas producen y, con mucha frecuencia, nos encontramos con inventos que cambian nuestra manera de estar en el mundo. La Ley de Moore, formulada en 1965, expresa que aproximadamente cada dos años se duplica el número de transistores en un microprocesador. Esto, que no parece fácil de entender, propicia que las prestaciones de los aparatos tecnológicos crezcan muy rápido y que sus precios disminuyan.

Solemos fijarnos en la parte buena del progreso, pero pocas veces reparamos en los descartes y en los fracasos que se quedan en los márgenes del tiempo. El Segway, esa especie de atril para político con ruedas, es uno de esos fracasos que languidece todavía y que se resiste a morir, agarrado como una lapa en agencias de turismo costeras. Todavía pueden verse usurpando el espacio del carril bici, verticales, raramente dinámicos, como seres ancestrales en peligro de extinción.

El inventor del aparato se llama Dean Kamen y ha contribuido al avance humano con otras ideas como la silla de ruedas iBot, la primera bomba de insulina portátil para diabéticos, el purificador de agua universal SlingShot o una prótesis de brazo robótico. El Segway tiene, además, una historia turbia de accidentes mortales, una mala relación con los bordillos y, en una ocasión, un operador de cámara montado en uno de ellos casi lesiona de gravedad al velocista jamaicano Usain Bolt.

La decadencia galopante de algunas innovaciones recientes es el signo de nuestros tiempos. De lo más moderno a lo ridículo en un pestañeo.

Quizá uno de los problemas del Segway haya sido que la gente no lo ha podido nombrar. Deberían haberle puesto un nombre más sencillo por aquello de la identidad. En algunas series y películas norteamericanas aparecen personajes cómicos montados en segway que tienen que hablar muy poco para hacer gracia. La vida es así, el ciclo de algunos objetos pasa de innovación radical a la risa en unos pocos años. El patinete impuso su ley y no dejó nada para los demás.

Algunos operadores turísticos están convencidos de que, si se va en grupo, el Segway da menos pena y permite abarcar más espacio durante menos tiempo para hacer una visita en una ciudad. Todavía podemos ver en algunas localidades de costa y en poblaciones con un casco histórico plano pequeños grupos de personas, como frágiles manadas de gacelas, que pasean en este curioso medio de locomoción. Llevan, eso sí, cada vez más protecciones. La decadencia galopante de algunas innovaciones recientes es el signo de nuestros tiempos. De lo más moderno a lo ridículo en un pestañeo. Qué pena.

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