OPINIÓN

Donde corresponde decirlo

Felipe González en una imagen de archivo del PSOE
Felipe González en una imagen de archivo del PSOE
SERVIMEDIA
Felipe González en una imagen de archivo del PSOE

El antiguo Palacio de Congresos de Madrid, en el Paseo de la Castellana, acogía el 34º Congreso del Partido Socialista. Era el verano de 1997. Felipe González había perdido las elecciones de 1996 y José María Aznar gobernaba con el apoyo parlamentario de Jordi Pujol. Ante sus compañeros de partido, González hacía la lectura del informe de gestión de la Ejecutiva saliente. Y, en ese momento, se dirigió a los presentes con gran solemnidad: «Debéis saber aquí, donde corresponde decirlo, que no seré candidato a la Secretaría General».

Solo unos pocos privilegiados sabían con antelación que eso iba a ocurrir, mientras que la militancia socialista tenía problemas para asumir que Felipe ya no era su líder. Muchos de los afiliados, los más jóvenes, no habían conocido otro secretario general, y pensaban que era políticamente inmortal.

Desde hace tiempo, Emiliano García-Page es la voz discrepante dentro del PSOE sanchista. El zénit de su pretendida disidencia se ha alcanzado después de las elecciones del 23 de julio, cuando el líder del partido ha optado por la amnistía y hasta ha regalado a Puigdemont la fotografía del olvido redentor con el único objetivo de asegurar su investidura, aunque pretenda vestir al santo con ropajes de reencuentro. Pero, encarnando la controlada disidencia interna, García-Page ha gastado sus energías políticas en fuegos de artificio, porque su discurso alternativo solo se dejaba oír en declaraciones en los medios, no «donde corresponde decirlo», como hizo Felipe en 1997. Ahora sí, García-Page ha hablado donde corresponde hacerlo, ante el Comité Federal del PSOE. Sin efecto alguno, es cierto. Pero, en ese foro tendente a las unanimidades búlgaras, alguien tenía que decir lo que dijo Page.

Sí, es posible que los militantes socialistas tiendan a asentir a todo, como hacen sus representantes en los órganos del partido, elegidos muy mayoritariamente por el líder. Pero nadie debería descartar que haya uno, dos o tres votantes del PSOE que discrepen en el fondo de su alma de la pasión que muestra Pedro Sánchez por conceder a un prófugo la categoría de actor político legítimo, con el que fotografiarse en Bruselas debajo de un cuadro con una urna, para salvaguardar lo único que importa: el poder.

Es probable que Emiliano García-Page, igual que Felipe González, represente a un porcentaje, por pequeño que sea, de socialistas que no han tenido tiempo ni versatilidad de ánimo para cambiar de opinión –al contrario que Sánchez y sus hinchas– en los apenas tres meses que han pasado desde que el 20 de julio escucharon a su líder calificar la amnistía como inconstitucional. Porque, una cosa es seguir al líder, y otra es arrojarse al vacío por él.

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