Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Nadie recordará a las estrellas de hoy: la memoria cada vez más frágil de la fama

Marylin Monroe según Warhol
Marylin Monroe, según Warhol
© Andy Warhol
Marylin Monroe según Warhol

"Todo termina, y todo se olvida". Ana María Matute zanjaba las promesas de eternidad con esta afirmación tan realista como desoladora. Todo es cuestión de tiempo. Y el tiempo cada vez es más estrujado y más volátil, pues la capacidad de recuerdo ha ido corriendo al compás del raudo avance tecnológico de los últimos cien años.

La música sigue traspasando generaciones a través de la complicidad íntima del oído, la escritura aguanta el paso de los siglos con la imaginación hecha retrato. Incluso somos capaces de recordar los grandes nombres de los protagonistas de películas inolvidables, que puedes ver una y otra vez como si fuera la primera vez. ¿Les suena Gene Kelly? ¿Pueden visualizar a Norma Jeane Mortenson? Su emblemática imagen aparece en nuestra cabeza con sólo nombrar Marilyn Monroe. Da igual que tengas 5 décadas o 15 años.

Los mercaderes de la fama exprimieron a Marilyn. La convirtieron en un mito pop. Icono de inflexión en la capacidad masiva de recordar. Con ella, única Norma Jeane, todo empezó a cambiar. El frenesí del negocio de la imagen irrumpía imparable en nuestras cabezas. 

Y llegó la tele. Y se convirtió en alumna aventajada de la fama fugaz. Ni siquiera en las facultades de Comunicación muchos saben hoy quién es Chicho Ibáñez Serrador. El creador de Historias para no dormir o el Un, dos, tres... responda otra vez fue una de las personas más populares de España. "Guarden ojalá un buen recuerdo de nosotros, como se guarda el recuerdo de un viejo y querido juguete que nos acompañó en la infancia y que, luego, alguien tiró", suplicaba con sorna en sus legendarias despedidas.

España entera veía aquel programa. Participar, aunque fuera como público, en Un, dos, tres... suponía que al día siguiente te reconociera cada persona que te cruzabas por la calle. Era la televisión que se consumía al unísono, pero como su consumo era tan instantáneo y tan apasionado, rápido se quedaba en el nebuloso cajón de la nostalgia. Y ya está. Pocos volvían a revisitar aquel instante que les emocionó en un mítico concurso de la tele, como pasa con las películas o con las canciones, como pocos tampoco volverán hoy a ver una reposición de la entrega del rosco de Pasapalabra que esperan con tantas ganas a diario.

Lo que hace presagiar la vaporosa fama actual de influencers y redes sociales. En la multipantalla que habitamos exprimimos más los minutos y, como consecuencia, los referentes son cada vez más breves en nuestra memoria.  "En el futuro, todo el mundo será famoso durante 15 minutos", atinó un profético Andy Warhol. Lo estamos viviendo.

El cine, la literatura, la pintura, la música e incluso la televisión ha buscado perdurar. Las historias, en cierto sentido, quieren ser inmortales y relatar en el futuro cómo somos e incluso cómo quisimos ser. Pero el uso de las redes sociales por parte de las nuevas generaciones también retorna a un uso primigenio de la comunicación, en donde no importa preservar nada. El cometido principal es la distracción en riguroso directo, a través de un impaciente entretenimiento que caduca casi en cuanto se comparte. Como mucho se convierte en un meme viralizado una y otra vez. Pero nada más. Los contenidos se degluten, no se profundiza demasiado en ellos y a otra cosa con sólo deslizar el dedo sobre la pantalla del móvil. Y, claro, la implicación de nuestra memoria dura tan poco como el corazón que aparece fugazmente en pantalla cuando haces doble clic en una foto de Instagram. 

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