Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La crisis de la prensa rosa: claves de un cambio social

Isabel Preysler, Ana Boyer Y Tamara Falcó el día de la pedida
Isabel Preysler, Ana Boyer Y Tamara Falcó, el día de la pedida
@tamara_faclco
Isabel Preysler, Ana Boyer Y Tamara Falcó el día de la pedida

Estamos hechos para juzgar. Desde que nacemos, nos dicen no sólo cómo debemos ser, sino también cómo deben parecer los demás. Opinamos, aunque nadie nos haya pedido opinión. Y el cotilleo es una distracción colectiva que evade las rutinas. Nos anima las monotonías, nos entretiene. Pero, sin embargo, la prensa del corazón está perdida, la sociedad ya no mira detrás de la mirilla como antes. Hay programas y revistas que siguen insistiendo en famosos de pedigrí a los que adular, hagan lo que hagan, mientras acusa a los que se salen de los cánones de la "integridad" con la crecimos, donde a las mujeres se les llamaba solteronas por vivir sin vínculos masculinos y a los hombres galanes de oro por hacer lo mismo.

El problema es que España ya no está ahí. La sensibilidad de su moral ha avanzado. Pero, a menudo, el discurso de los programas del corazón continúa en cizañar igual que ejercían hace 20 años. Si una mujer soltera tiene relaciones con un hombre casado, se enfoca la culpa en la mujer. Y, claro, los contertulios se quedan desactivados cuando se le pregunta a la protagonista y ella responde con un simple "soy libre, no he hecho nada malo". El conflicto no tiene más recorrido. Porque el argumento de crítica se va quedando obsoleto. Aunque el pasado siempre tenga ramalazos de volver, ya relativizamos los sentimientos de culpa de la rectitud, pureza y decencia. O lo que nos dijeron que era ser recto, puro y decente.

En el lado contrario, parecido sucede si un programa se pone a especular sobre un nuevo amor enterno, pues han pillado a dos personas besándose. Como si eso asegurara una relación a la vista. La audiencia ya sabe que un coqueteo nocturno sólo significa un coqueteo nocturno. Nada más. El conflicto, de nuevo, se acaba rápido.

Y, entre cotilleo y cotilleo, siempre hay alguien que critica justificándose con la frasecita "yo siempre digo la verdad". Entonces, también suenan las alarmas. Esa persona para el público ya no es de fiar, está mintiendo en lo más básico. El ser humano es mentiroso por naturaleza. Mentir es arma de vida. Mentir a los demás y mentir a nosotros mismos, en un sabio ejercicio de salud mental. Porque la mentira bien utilizada es sinónimo de esperanza. Todos necesitamos a alguien que, en un determinado momento, nos asegure que “todo va a salir bien”.

Famosos sin intermediarios en la era de las redes

En el límite de las mentiras buenas y las mentiras malas, los programas del corazón han estado afiliados a los límites de la conspiración y la exageración. Siempre han sabido que la mentira suele ser mucho más atractiva. Aunque con la llegada de las redes sociales y las publicaciones instantáneas, especular de vidas ajenas es más complicado. Por lo mismo que ya no hay apariciones marianas. O serían grabadas con el móvil y colgadas al momento en Twitter con el hashtag #Hevistolavirgen o #Vivalavirgen.

Es lo que hacen los famosos, que cogen su smarthphone y ya son sus propios paparazzis. Se han cargado de golpe a los intermediarios. Han comprendido que hablando de tú a tú con su público trazan a su medida lo que quieren mostrar de su vida. Así que comparten rápido la foto, con todos sus filtros, nada más llegar a su lugar de vacaciones y ya dejan fuera de juego a un fotógrafo espía, que siempre llegará tarde, en comparación a una frenética story instagrameada. Lo que deja KO a la base de la rumorología. Los protagonistas más astutos no dejan que hablen por ellos. Sus redes sociales son la prueba más próxima de su serenidad, a la que cualquiera puede asistir y dar like. Incluso casi sentir que participa como un amigo más en la vida del personaje popular.

Isabel Preysler versus Tamara Falcó

Antes, por ejemplo, Isabel Preysler dependía del interés de la prensa. Ahora, en cambio, Tamara Falcó controla los tiempos, manejando la expectación con ayuda de su presencia en redes sociales.

Un selfie o un vídeo compartido de primera mano por un famoso es más empático que una foto a varios metros. Es más, incluso gracias a las redes sociales cualquiera puede sentirse famoso. La prensa del corazón ya hace mucho que dejó de ir actores y herederos con un glamour al que era imposible aspirar. El cuore arrasa cuando te ves reflejado en la evolución vital de los personajes.

Y ahí está el porvenir de las revistas y los programas rosas: dejarse del cebo, la exclusiva, el paternalismo súbdito y otros ruidos para volver a la historia que aporta. Porque construye y no se queda en el señalamiento básico a una persona por su físico, vestimenta o edad, o por si está sola o si está acompañada. Tampoco ya basta con una simple foto que descuartizar, eso ya se hace en Twitter todo el rato, de la prensa clásica se espera la anécdota que hay detrás de la imagen. Para estrechar lazos con la audiencia, el choque de la polémica vacía y el juicio del valor del "qué dirán" se quedan en olvidable ruido ambiente.

Entre tanto impacto audiovisual en la multipantalla que vivimos, los medios tradicionales sólo pueden destacar a través del valor añadido del carisma de sus crónicas, donde la espontaneidad de la peculiaridad curiosa que aporta arrasa con la previsibilidad del chisme grueso, que dice más del que habla que del juzgado. 

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