Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El superpoder de los malos de la ficción

El señor Burns en 'Los Simpson'
El señor Burns en 'Los Simpson'
Fox
El señor Burns en 'Los Simpson'

Los malos son necesarios para que existan los buenos. Lo vemos en el cine, en las series, en los concursos, en los realities, en los talent shows. Incluso en la política. El antagonista moviliza las emociones. Aunque no vale cualquier chungo. Los más depredadores espantan. Los mejores guionizados e interpretados suelen ser aquellos que se convierten en entrañables, pues terminamos entendiendo su motivación. Tal vez porque, en el fondo, nos identificamos con su maldad. En mayor o menor arrebato, todos hemos envidiado, todos hemos despechado, todos hemos detestado. Todos nos hemos indignado.

Pero, cuidado, la indignación puede enquistarse en uno mismo y habitualmente no cambiar demasiado los contornos sociales. De hecho, suele dar alas a las mentes perversas, aquellas que remueven la ofensa hasta terminar dividiendo a la personas en su día a día. Aquellas que hasta son capaces de transformar a un colectivo inocente en chivo expiatorio para dar sentido a revoluciones inexistentes.

El Nazismo lo empezó a hacer justo cien años atrás, cuando para arrasar con el poder diseñaron artificialmente a sus enemigos. Primero cargaron el ambiente del estigma social. En las calles, en la publicidad, en las lonas, en los medios de comunicación. Después, terminaron enviándoles en masa a cámaras de gas. No había redes sociales, tampoco televisión. Pero las artes de la propaganda literata ya sabían que los malos agitan a la sociedad: hacia un lado, hacia otro, o hacia el choque.

Aunque en la sugestión de masas hay una diferencia clave entre un malicioso de ficción y un maligno de la realidad. Los de daño real atajan intentando deshumanizar al ciudadano para convertirlo en una cosa. El objetivo es que no sientas pena por aborrecer. Son capaces de abstraer a las personas, borrar su nombre de pila y reducirlas a un conspiranoico ente, colectivo, clan o lobby con fines oscuros. Al contrario de los bellacos de la ficción, que o tienen el superpoder de asomar brotes de humanidad con los que generar vínculo de empatía con el público o son tan asfixiantes que se hacen bola. Y no calan en el imaginario colectivo. Porque nos sumergen en primera persona en lugares que preferimos no frecuentar. 

Cada generación, cuenta con sus maléficos de cabecera. De Angela Channing a Carmen Orozco. Del señor Burns al Profesor. Será por malos que nos marcaron... Patosos, escalofriantes, hotties, satíricos, hasta talentosos. Siempre hemos necesitado malos que nos motiven. Incluso a ser mejores personas. Aunque, ojo, no nos equivoquemos a la hora de elegirlos. Dediquemos tiempo a los villanos que nos emocionan, no a los tiranos que nos insensibilizan.

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