Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Por qué las series de hoy nos dejan a medias

Escena final de 'A dos metros bajo tierra', uno de los grandes cierres de la historia de la ficción
Escena final de 'A dos metros bajo tierra', uno de los grandes cierres de la historia de la ficción
HBO
Escena final de 'A dos metros bajo tierra', uno de los grandes cierres de la historia de la ficción

El espectador ya no siempre es una persona a la que asombrar, ahora es un suscriptor que va dejando huella allá donde toca. Qué ve, qué vuelve a ver, qué deja de ver, qué palabras clave busca, qué actores despiertan su curiosidad, en qué momento desconecta de una serie, qué género se consume más... Los algoritmos nos analizan cada movimiento y hasta creen saber más de nosotros que nosotros mismos. Y lo que ansíen los usuarios habrá que dárselo para satisfacer sus ansias.

Pero la creación audiovisual no va de reproducir comportamientos que se examinó como funcionaron, la buena ficción es la que es capaz de desafiar las propias expectativas previsibles del espectador. Ahí no hay algoritmo que valga. Hay que seguir confiando en la intuición, astucia y disrupción de los creadores. Aunque no puedan concluir las series con la radicalidad de antaño. Porque cada vez parece más difícil encontrar una serie con un desenlace bien cerrado. 

Lejos quedan aquellas grandes ficciones de los ochenta que se escribían con un arco dramático concluyente. Listo para acabar en ese emocionante primer plano que ni se permitía ni quería prórrogas. Hoy, en cambio, ya hay que pensarse a conciencia lo de matar al protagonista. Como mucho en las miniseries. Todo debe ser susceptible de estirable y renovable por si los algoritmos juegan a su favor, incluso cuando una temporada ha tenido ya un final satisfactorio. Lo de menos es lo que pidan el relato de las historias; lo que importa es lo que reclame su audiencia. Ya sea con producciones propias que no necesitan continuidad o incorporaciones al catálogo que se convierten en un éxito (el mejor ejemplo fue La casa de papel). Hay que dotarlas de una segunda vida, aunque ya estuvieran más que finiquitadas. O hasta una tercera vida. Y quizá cuarta.

Moraleja: no dar nunca por cerrada por completo la historia.  No vaya a ser que funcione y haya que renovar la serie con un parche dramático. Y, claro, el neoespectador está interiorizando que todo puede renovarse infinitamente y mejor si la siguiente temporada llega cuanto antes. Lo exigen con ansias, lo de menos es que se desvirtúe el relato sin sentido. Da igual que ninguna serie tenga un final rotundo, da igual que el argumento avance en un estado inconcluso continuo e incierto. Lo relevante es tener siempre la opción de poder seguir estirando el éxito. Hasta que deje de ser éxito y, entonces, nada tendrá solución en unas tramas que siempre se quedan abiertas para contentar una posible renovación. Y, entonces, el mismo espectador que rogó más, más y más se quejará, pues el final le dejó a medias. Porque, claro, no había final.

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