Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Mussolini y lo que enseñó del poder de la 'viralidad'

El meme humaniza, incluso cuando pretender rebatir.
Benito Mussolini
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Benito Mussolini

El cine era su gran arma. Hace cien años, Benito Mussolini ya quería ser grabado (casi) todo el rato. Las antiguas cámaras cinematográficas seguían al primer líder del populismo para inmortalizar sus actos oficiales, sus momentos familiares, su verborrea y su sobreactuación. 

Mussolini gesticulaba con una expresividad tosca y hasta grotesca. Fácil de parodiar, fácil de desacreditar. Sin embargo, el cine terminaba humanizando su histriónica imperfección. Porque empatizamos más con la simpatía de la torpeza que con el rigor de la reputación. Y el sanguinario dictador transmitía el magnetismo de una poderosa cercanía: más por sobreexposición visual que por categoría verbal. Su ego que ansiaba ser grabado se convertía, de esta forma, en propaganda astuta. Se había construido un líder con la ayuda de una vida retransmitida en el noticiario que proyectaban las salas de cine. Mussolini era una especie de telonero de la ensoñación de las películas.

Ha pasado un siglo, pero la viralidad sigue repitiendo el patrón hipnótico de Mussolini. El apasionado retuiteo puede terminar haciendo más amable al populismo más demoledor. De ahí que haya políticos que han escondido su habitual sentido del ridículo y buscan obsesivamente el foco de la polémica o hasta del delirio. Lo importante es que no dejen de ser mirados. Así su fama se multiplica y alcanzan posiciones que no les corresponden con sus cargos reales. 

Los maestros de la demagogia ya han interiorizado que lo que indigna se visibiliza más rápido, y lo utilizan como anzuelo en unas redes sociales a la caza de la imagen poderosa que se va a replicar en masa. Mussolini, en cierto sentido, fue precursor de ese meme que termina haciendo cercano al villano.

Sí, somos la sociedad del meme. Dedicamos más tiempo a los disparates.  Se consume el flujo de información tan rápido que, al final, lo anecdótico gana a la capacidad entre diferenciar sano y peligroso. Y lo peor es que esta dinámica que usamos en las redes puede extrapolándose a la gestión política. No debería ser así, pues algo habremos aprendido de la historia. Ahora, incluso, ya deberíamos saber que hay que profundizar un poco más allá del "mira, qué simpático y gracioso, ¡cómo remueve el ceño!".

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