Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Celia, el arte de cuestionarte el mundo con el superpoder de la imaginación

Celia, en TVE
Celia, en TVE
RTVE
Celia, en TVE

"Eso ha sido verdad porque lo tengo escrito", decía Celia. Aquello que pasa y no está escrito en ninguna parte, al final, se olvida, mientras que "lo que está escrito es como si estuviera pasando siempre". Elena Fortún hizo real a Celia. Los niños de la república tenían una amiga que se cuestionaba el mundo de los adultos con el superpoder de la imaginación que, todavía, no ha tenido tiempo para ser devorada por los pavores de esa sociedad que dice vestirse por los pies.

Han pasado cien años. Pero releer los cuentos de Celia o revisionar la serie que adaptó TVE es percatarse de que sus travesuras siguen cambiando a aquel que se las encuentra. Porque su pícara e imparable creatividad deja en evidencia cómo se complican la vida los adultos con prejuicios, creencias y vehemencias.  En 1935, en 2023 o en 1992.

Entonces, en el año de las olimpiadas barcelonesas y la expo sevillana, llegó a TVE la versión televisiva de Celia. Contó con un guion adaptado por la sensibilidad insurgente de Carmen Martín Gaite y la dirección en palpitante primer plano de José Luis Borau. Un rodaje tan detallista, como caro. De hecho, la exitosa serie quedó inconclusa. No había dinero suficiente para recrear tanta época pasada y tanta fantasía por explorar. Y Celia se fue con un cartel de 'continuará' que nunca continuó. Un adiós sin adiós que, en realidad, permitió al espectador que imaginara a su gusto el futuro de Celia. Esa era la virtud del personaje: imaginar.

Imaginar aunque sus padres se fueran y la internaran en un colegio de monjas. Incluso en verano, cuando todas sus compañeras corrían con sus familias y se quedaba allí, sola, entre tanta cama. Imaginar aunque la Guerra Civil asomara al otro lado de las verjas del patio de la escuela. Imaginar aunque las niñas fueran menos que los niños. Celia ni se resignaba ni se conformaba. Pero imaginaba, como salvavidas infalible. Su inventiva, rebelde, cambiaba hasta los mundos más inamovibles. Celia los dejaba en evidencia con la pillería de la ingenuidad, despertando la conciencia crítica del lector a través de la sonrisa que no busca la pena, el discurso o el aplauso. Sólo emociones compartidas. Emociones cómplices.

Cien años después, no somos los mismos. Aunque los relatos de Celia continúan siendo una especie de ventilador de modernidad. Porque remueven lo preestablecido hasta percatarse de que la vida no es como los machacones slogans nos insistieron. La sociedad sólo progresa gracias a los osados que no se conforman e intentar mirar más allá. Con imaginación. Imaginación Crítica, con C de Celia.

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