Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La sociedad más diversa, ¿se refleja en la televisión de hoy?

Paloma Chamorro, presentadora de TVE que alcanzó la popularidad en los ochenta con su capacidad de mirar la cultura con una profundidad libre de prejuicios
Paloma Chamorro, presentadora de TVE que alcanzó la popularidad en los ochenta con su capacidad de mirar la cultura con una profundidad libre de prejuicios
RTVE
Paloma Chamorro, presentadora de TVE que alcanzó la popularidad en los ochenta con su capacidad de mirar la cultura con una profundidad libre de prejuicios

Somos más conscientes que nunca que la diversidad es intrínseca a la vida. La visibilidad de la diversidad no sólo ha desmontado prejuicios sociales, también ha supuesto una convivencia más enriquecedora para todos. Lo sabemos, y lo celebramos. Pero eso no quiere decir que vivamos en una sociedad inclusiva. Evolucionamos a pasitos en la carrera de relevos que son los derechos humanos, en donde unos corren mucho, algunos corren poco y otros hasta corren en dirección contraria.

Pero siempre hay que intentar que los que recojan nuestro relevo encuentren un suelo con menos obstáculos, para trotar mejor. La cultura ha sido esa corriente alterna que nos ha despertado de largos letargos y ha empujado a superar viejos paternalismos que frenaban todo lo estimulante de la pluralidad social, que representa a todos, porque todos conformamos parte de la sociedad, aunque lo aparentemente "distinto" que se sale del "patrón" suela ser tratado con condescendientes y exóticas cuotas en los medios tradicionales. No obstante, la propia televisión clásica, como el gran electrodoméstico de comunicación de masas, ha sido una gran frecuencia para proyectar referentes que destacaban porque no eran prototipos idílicos de nada: representaban el espontáneo color de esa plaza pública en la que cabemos todos. De actores a comunicadores.

¿Se han fijado que las grandes estrellas que trascienden no suelen cumplir patrones de lo que llaman 'normatividad'? Un puñado de nombres que me vienen a la cabeza sin darle demasiadas vueltas: Javier Gurruchaga, Paloma Chamorro, Ana Diosdado, Lina Morgan, María Teresa Campos, Mercedes Milá, Jorge Javier Vázquez... Su forma de verbalizar, su físico y su fondo no entraba en los patrones de la falsa foto de la perfección social. Por eso llegaron y se quedaron en la memoria: no cumplían las expectativas de la perfección estética y dialéctica. Su carisma era otro. Su disrrupción era que representaban la calle.

En cambio, es curioso como ahora que somos más conscientes que nunca de que la sociedad es sinónimo de diversidad, las pantallas de las grandes televisiones generalistas repiten perfiles en los que parece que se quedan fuera aquellos que no cumplen unos requisitos de clichés corporales. Guapas y guapos, aunque no comuniquen nada, aunque no representen a nadie. Por eso ni siquiera recordamos sus nombres, a pesar de que su blanqueada sonrisa deslumbre. 

Las cadenas de siempre parecen centrarse en una especie batalla de los clones. Los nuevos rostros se suelen elegir por un aburrido prejuicio estético. Si comunicas muy bien pero no cumples los cánones preestablecidos, serás más invisible. Rebobinamos a épocas en las que si te sales de la "norma", a este ritmo sólo serás apto en modo cuota divertida para el magacín de turno. Qué curioso y qué problema para el porvenir de la tele tradicional, que va ganando prejuicios que su audiencia ya superó. Así se va quedando momificada, desacompasada de la ciudadanía, pues habitamos en la sociedad más visiblemente diversa pero, a diferencia de otros mitificados tiempos, cuesta encontrar esa rica espontaneidad de la pluralidad de la convivencia de los barrios en las nuevas ofertas estelares de los canales de siempre, que confunden fotogenia con telegenia. Y no, no es lo mismo.  

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